(Foto: Rolly Reyna / El Comercio)
(Foto: Rolly Reyna / El Comercio)
Ricardo León

La cita es a las 3 de la tarde de un miércoles. El lugar acordado es el patio exterior de la iglesia de San Francisco, en el Centro de Lima. Pero no aparece sino hasta varios minutos después; sale por una pequeña puerta, se despide de un viejo conserje y camina con calma. Allí explica el motivo de la demora: debajo, cerca de la zona de las catacumbas, está enterrada su abuela y él había ido a visitar el sepulcro.

La historia de cómo el nieto de una mujer, cuyos restos permanecen en uno de los epicentros culturales de Lima, llegó a ser un preso político en Venezuela y luego desterrado hacia el Perú, comienza justo aquí, en el patio de San Francisco, donde ahora Villca esquiva a un grupo de niños que alimentan a decenas de palomas. 






Margarita, una mujer muy devota de San Judas Tadeo, realizó una intensa labor social con los religiosos de San Francisco durante largos años, entre otras cosas porque vivía en el jirón Áncash, la angosta calle que comunica el patio de la iglesia con Desamparados. Eso explica que los sacerdotes intercedieran para que, tras su muerte, fuera sepultada bajo este suelo de piedra.

Uno de los hijos de Margarita, Jorge, que había crecido jugando en estos mismos patios, viajó a Venezuela en los años 70 como paso previo para instalarse en Europa y desplegar su trabajo como artesano.

En el 2010, durante una protesta estudiantil, Villca recibió 65 disparos de balas de goma en distintas partes del cuerpo. La represión chavista fue brutal. (Foto: Twitter)
En el 2010, durante una protesta estudiantil, Villca recibió 65 disparos de balas de goma en distintas partes del cuerpo. La represión chavista fue brutal. (Foto: Twitter)

Jorge vivió en Mérida, en el noroeste de Venezuela y, como él mismo resume en una hermosa combinación de tiempos verbales, “me fui quedando”. Allá tuvo cinco hijos, al tercero lo llamó Villca, que deviene de Vilcabamba, el pueblo cusqueño que sirvió como último refugio de los incas ante la arremetida de los conquistadores españoles.

Jorge nunca imaginó que el Perú sería refugio de su hijo, uno de los más férreos opositores al régimen de Nicolás Maduro, desterrado de su propio país hace exactamente un año.

–Una vida que gira–

A inicios del 2016, Villca estuvo a punto de ser capturado. Días después, Diosdado Cabello, el segundo hombre fuerte del régimen de Maduro, dijo en televisión nacional que si los policías de Mérida no eran capaces de detenerlo, lo haría él mismo. Villca respondió con un tuit: “Tienes muchas cuentas pendientes con la justicia. No te tengo miedo”. Era el 31 de enero. Pocas horas después, fue apresado.

Al llegar al aeropuerto Jorge Chávez, fue recibido como un héroe por otros activistas venezolanos. Para él, alejarse de su país era solo otro capítulo del drama. (Foto: Twitter)
Al llegar al aeropuerto Jorge Chávez, fue recibido como un héroe por otros activistas venezolanos. Para él, alejarse de su país era solo otro capítulo del drama. (Foto: Twitter)

Estuvo en el Helicoide, un espacio pensado para ser un centro comercial de lujo en Caracas y que ahora funciona –cruel metáfora– como centro de reclusión de presos comunes y prisioneros políticos. En este lugar, Villca fue sometido a vejámenes, golpes, torturas, aislamientos. En mayo del 2018, hubo un motín del cual fue partícipe, y el gobierno tomó un medida aun más drástica: desterrarlo. ¿Adónde? Al Perú.

Jorge, su padre, recuerda aquellos días de emociones encontradas, atropelladas incluso. Venía al Perú pero no de visita, sino para organizar la nueva vida de su hijo deportado. Estaba Villca libre, pero lejos de su país. Llegaron en un vuelo comercial el 15 de junio del 2018; todos en el país se alistaban para ver, al día siguiente, el primer partido de la selección en el Mundial de Rusia y nada más importaba. Villca fue recibido como un héroe en el aeropuerto, pero horas antes había dicho a una radio de su país: “A los venezolanos les digo que me voy con el corazón arrugado”.

Esta foto fue difundida por Villca en julio del 2018, un mes después de su deportación al Perú. Muestra las condiciones que padeció durante su encierro. (Foto: Twitter)
Esta foto fue difundida por Villca en julio del 2018, un mes después de su deportación al Perú. Muestra las condiciones que padeció durante su encierro. (Foto: Twitter)

Ha transcurrido un año, algunas cosas han cambiado, otras no. “No hay nada peor para un preso político que el olvido”, advierte Villca, que ahora vende hamburguesas en San Juan de Miraflores. Mantiene su activismo de manera constante por redes sociales, continúa dialogando y apoyando a lo que él llama “la resistencia” en su país. Incluso ha realizado visitas al Vaticano y, se sabe, ha conversado con emisarios del papa Francisco sobre la crisis. “Estoy yendo adonde puedo ir”, dice. Pero adonde más quiere ir, apenas sea el momento adecuado, es a Venezuela, que no será un refugio sino su destino final. 

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Villca es el tercero de cinco hijos de Jorge Fernández. Este aún vive en Mérida, subsistiendo con su trabajo de artesano en medio de la crisis de ese país.

Aunque ha pensado regresar al Perú, aún no está listo para tomar la decisión. Allá en Venezuela “hay nexos que uno tiene”, dice.

Vive en Venezuela desde los años 70.
Vive en Venezuela desde los años 70.

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