"Delito de solidaridad", por Virginia Rosas (Foto: Reuters)
"Delito de solidaridad", por Virginia Rosas (Foto: Reuters)
Virginia Rosas

El es el nombre de un barco, actualmente sin bandera, que navega por el Mediterráneo sin encontrar un puerto europeo donde atracar para desembarcar a los 48 náufragos que encontró en el mar tratando de huir de , ese Estado fallido, sin gobierno y sin ley en el que campean bandas de traficantes de toda suerte y grupos tribales que se disputan jirones de poder.

Pero el Aquarius no es solamente un barco a la deriva, es el símbolo de la incoherencia política de la Unión Europea, que fue creada, no solo para el libre intercambio de mercancías y de personas, sino como un referente en el respeto de los Derechos Humanos y el derecho internacional.

El Aquarius es el único barco humanitario –alquilado por las ONG Médicos sin Fronteras y SOS Mediterráneo- que continúa peinando ese mar, convertido en fosa común desde que los conflictos asolan con más intensidad en el África. En lo que va del año, se calcula que han perecido ahogadas 1.600 personas. Quince mil en los últimos cuatro años.

Los demás navíos destinados al rescate están detenidos en diferentes puertos de Europa, que les ha negado los permisos de navegación. Hasta la semana pasada el Aquarius navegaba con pabellón panameño. Este le fue retirado el 23 de setiembre, bajo presión del gobierno italiano.

En la madrugada del domingo pasado el barco recibió una alerta: una pequeña barca de pescadores que, con decenas de personas a bordo, se hundía frente a las costas libias. El Aquarius comenzó su búsqueda, previno a los guardacostas libios cuando los encontró, e inició el rescate. Se desató entonces una escaramuza en alta mar, porque los libios pretendían embarcar a los náufragos para devolverlos a Libia. La tripulación del barco humanitario se opuso, pues las convenciones internacionales sobre la obligación de prestar asistencia a personas en el mar no solo contemplan el rescate de los náufragos, sino desembarcarlos en un lugar seguro. Libia, con certeza, no lo es.

Resulta que como en la UE nadie se pone de acuerdo en el tema de los refugiados y ninguno de los países -salvo Alemania- cumple con su cuota de acogida, lo que se ha acordado es aportar dinero para reforzar el servicio de guardacostas en Libia y prohibir a los barcos que presten ayuda a los náufragos, contraviniendo el derecho internacional sustentado en convenciones internacionales, entre ellas 4 de las Naciones Unidas. Pero el Aquarius -que se niega a aceptar las prohibiciones europeas continuaba haciéndose a la mar. Italia le negó sus puertos, Francia hizo lo propio y Malta no lo dejó atracar en sus muelles, pero se comprometió repartir a las 48 personas, entre ellas 17 niños y una mujer encinta, en un barco que los alcanzaría en alta mar. Así pasaron varios días con un mar embravecido hasta que Francia aceptó acogerlos.

Mientras haya países convertidos en infiernos, habrá gente que se vea obligada a huir de ellos: en el 2017 hubo 65 millones de desplazamientos forzados por los conflictos. Las dos terceras partes buscaron refugio en otras regiones de sus propios países, mientras que veinte millones fueron acogidos en los países vecinos de las zonas de guerra, en su mayoría regiones muy pobres. Mientras que, desde el 2015, todo el territorio europeo ha recibido un millón 800 mil migrantes.

La ‘invasión’ a la que aluden los políticos es falsa. La UE no está perdiendo su identidad por la llegada de los migrantes, que solo significan el 4% de su población total (510 millones de habitantes). Su identidad se diluye porque, ante el temor de perder votos por la arremetida de la extrema derecha, los políticos olvidan la esencia misma por la que fue creada.

Contenido sugerido

Contenido GEC