En tanto asumía que América Latina y el Caribe no albergaban ya amenazas significativas de seguridad para Estados Unidos, en el 2013 el entonces secretario de Estado, John Kerry, declaraba ante la Asamblea General de la OEA que la doctrina Monroe dejaba de ser parte de la política exterior de su país.
Se suele resumir la doctrina Monroe en la frase “América para los americanos”, pero claro, esta deriva de la proclama de Thomas Jefferson según la cual “América tiene un hemisferio para sí misma”, y para los estadounidenses la palabra ‘América’ podía referirse indistintamente al hemisferio en su conjunto o exclusivamente a su país. La historia posterior demostraría que la doctrina Monroe tenía como propósito resguardar las otrora colonias americanas de la injerencia de las antiguas metrópolis europeas en sus asuntos internos, pero no de la injerencia estadounidense.
Pero así como el discurso de Kerry ante la OEA no obtuvo la resonancia continental que merecía, tampoco la obtuvo la decisión de la administración Trump de resucitar la doctrina Monroe solo un lustro después: en febrero de este año, el entonces secretario de Estado, Rex Tillerson, declaró que esa doctrina “fue claramente exitosa”, añadiendo que “es tan relevante hoy como lo era el día en el que fue escrita”.
Por si hubiera dudas sobre la identidad de la potencia extrahemisférica contra la que se enfilaba la reedición de la doctrina Monroe, Tillerson advirtió contra las ambiciones “imperiales” de China, añadiendo que ese país “está empleando la economía como un instrumento de Estado para atraer a la región a su órbita”.
Posteriormente, el secretario de Defensa, James Mattis, diría en alusión a China que “existe más de una forma de perder la soberanía […] puede ser a través de países que vienen a ofrecer presentes y préstamos”. A su vez, el vicepresidente Mike Pence sostuvo que China ofrece a América Latina préstamos para infraestructura “que, en el mejor de los casos, son opacos y cuyos beneficios fluyen masivamente hacia Beijing”.
Como dijimos, en su versión original la doctrina Monroe tenía en el punto de mira los intentos de las potencias europeas por reverdecer sus fueros coloniales en el hemisferio occidental. Durante la Guerra Fría, en cambio, dicha doctrina tuvo como blanco la Unión Soviética y su presunta vocación expansionista (a través de la denominada “política de contención”).
Las declaraciones antes mencionadas sugieren que su nuevo objetivo son las relaciones económicas que la República Popular China despliega en América Latina y el Caribe. Objetivo que no se limita al ámbito del discurso. Cuando se revisa el acuerdo comercial que reemplazó al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, en el acápite cuarto del artículo 32 del nuevo acuerdo encontramos lo siguiente: “La adopción por cualquiera de los socios de un acuerdo de libre comercio con un país que no sea una economía de mercado permitirá a los demás socios dar por culminado el presente acuerdo con seis meses de notificación y reemplazarlo por un acuerdo bilateral”.
Por si hiciera falta descifrarlo, China es el único país con un PBI significativo que no obtiene el estatus de economía de mercado dentro de la Organización Mundial de Comercio (en lo esencial, por la oposición tanto de la Unión Europea como de Estados Unidos a concedérselo).