(Foto: Hugo Pérez / El Comercio)
(Foto: Hugo Pérez / El Comercio)
Milagros Asto Sánchez

La psicoanalista Estela V. Welldon ha visto de frente los rostros de la violencia, la criminalidad y la perversión. Su práctica privada y sus más de 40 años en la clínica Portman, en el servicio social de salud de Londres, le han dado una mirada científica y humana de quienes han sido capaces de cometer los crímenes más atroces.

Welldon llegó al Perú para participar en el seminario El Ciclo de la Violencia, que se realizó hasta el martes bajo la dirección del instituto Oye Papá, Oye Mamá en el salon de actos de la Municipalidad de Miraflores.

—Para muchos es imposible tener una visión más humana de los criminales. ¿Es eso un error?
Creo que es un error muy profundo. El castigo es totalmente fútil, no lleva a nada. El psicoanálisis ve el crimen como una manifestación de un síntoma. Es importante estudiar las razones por las cuales la persona ha cometido esas actividades antisociales. No quiero decir que se debe estar en contra del castigo, creo que el castigo debe de ser apropiado al hecho que ha ocurrido, pero es importante entender por qué estas personas actúan así.

—¿Qué pasa con los delincuentes que buscan librarse de mayores condenas apelando a problemas psicológicos?
Ahí entramos ya al mundo de los prejuicios porque se toma por descontado que esa persona está tratando de librarse de una pena más importante.

—Pero es un pensamiento que existe…
Exacto. Estamos trabajando para que las personas puedan ver más allá de eso. Hay que saber que los problemas de violencia siempre comienzan por un sentido de humillación. Hablar de actos irracionales de violencia no tiene sentido, siempre hay una razón. Pero en lugar de entender eso es más fácil decir que lo castiguen, aunque eso lo ponga peor. O sea que como sociedad estamos haciendo algo que va a producir más odio en esta persona, más deseo de revancha.

—¿Por qué lo hacemos?
Porque nosotros también nos sentimos castigados por la violencia. Pero entonces nos ponemos a la par de la otra persona. Hay que ver más allá. En la prisión terapéutica, un hospital-prisión para los peores criminales, conocí a un hombre que había matado a su mujer de 36 puñaladas en el vientre cuando se enteró de que estaba embarazada de otro hombre. Fui a verlo para saber si podía ir a terapia o no. En su caso se puede ver cómo funciona la humillación, pero no solo la de ese momento sino la de su historia previa…

—¿Qué le pasó?
Cuando era niño en su casa había una violencia doméstica increíble. Él era el séptimo hijo, el menor y siempre quiso defender a su mamá. Los niños que son testigos de violencia se sienten totalmente impotentes. Después de varios años la madre volvió con su marido y tuvo seis hijos más. Inconscientemente, ese hombre tiene que haber sentido una humillación tremenda. En el instante del crimen reaccionó así por la humillación del momento, pero la historia previa también le daba más fuerza internamente para que cometiera ese crimen.

—¿Cuándo se gesta el germen de la violencia?
Generalmente en la niñez y además cuando hay un sentido de desesperación de no poder comunicarse con nadie. Por ejemplo, quienes han cometido crímenes recuerdan mucho que fueron criados por madres o padres abusivos. Ahí hay una semilla de violencia tremenda.

—¿Cómo es para usted acercarse a esas personas? ¿Alguna vez tuvo miedo?
A mí siempre me han preguntado que cómo es que soy tan chiquita y he estado con gente tan peligrosa. Pero te diré un secreto: yo también tengo violencia, pero sé cómo manejarla. La gente que es violenta se da cuenta de los que también lo son. Nos miramos y nos sabemos.

—¿Cuál es el caso que más la ha sorprendido?
Hay cosas increíbles que son lo contrario de lo que parecen. Tomé como paciente a una mujer a la que le gustaba descubrir sus genitales ante la gente y en el consultorio hacía lo mismo frente a otros pacientes. La puse en un grupo en el que estaban un hombre que había cometido todo tipo de violencia sexual contra mujeres y un asesino. Pero el grupo tenía más miedo de ella que de cualquier otro. Se convirtió en la paciente más peligrosa de todos.

— ¿Se diferencia la violencia del hombre y de la mujer?
El hombre ataca afuera y crea un sentido de peligrosidad, de temor en sus víctimas, para sentirse él peligroso. La mujer se ataca a sí misma o a los objetos que cree que son de su propia creación, es decir sus hijos.

—¿Se puede curar una perversión?
No hablemos de curar, sino de tratar. Es muy importante el tema del acceso. Hay personas que se pueden tratar y otras que no. En la perversión se da una deshumanización de la otra persona, no se la ve como una persona, se la ve como un objeto al que le puede hacer lo que se le da la gana en un momento porque eso es lo que sintieron ellos cuando fueron niños. Todo es inconsciente.

—¿Cuál cree que es el camino para empezar a combatir la violencia?
El doctor Darian Leader dijo hace unos días que puede haber una humillación social y que eso puede ser una motivación para la violencia. El problema es que tendemos a reaccionar de la misma forma. Nos castigan, entonces los castigamos. Es una respuesta automática que damos sin pensar. Además, existe esa curiosidad malsana, una fascinación de la gente por la violencia. Tenemos que vernos a nosotros mismos, ver qué es lo que nos interesa y por qué. Y tenemos que poder hablar de eso. 

PERFIL

Nací en 1939 en Argentina, donde estudié Medicina para ser psiquiatra. Sin embargo, los últimos 54 años he vivido en Inglaterra. Allí fundé la Asociación Internacional de Psicoterapia Forense, de la cual soy presidenta honoraria vitalicia.

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