¿Están funcionando las sanciones impuestas por las democracias occidentales a Rusia por la invasión de Ucrania? La pregunta sobrevuela el tablero político internacional. Algunos datos evidencian que la economía rusa sufre graves daños; otros que, no obstante, esta se mantiene de pie con cierta solidez. Mientras, la maquinaria de guerra del Kremlin avanza en el campo de batalla tras los reveses iniciales y la inflación desbocada sacude a las sociedades occidentales. No hay una respuesta objetiva y definitiva a la pregunta, pero sí existen una multitud de datos que pueden facilitar juicios subjetivos.
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La economía rusa sufre una clara contracción; la tasa de inflación anual rondó el 17% en mayo; la producción de coches se redujo en el mismo mes un 97% con respecto a la del año anterior; reservas de la Federación rusa en divisas extranjeras por valor de unos 300.000 millones de dólares (294.570 millones de euros) se hallan bloqueadas en cuentas bajo jurisdicciones occidentales; varios síntomas apuntan a una fuga de cerebros en sectores sensibles como la informática; el Kremlin no pudo satisfacer hace unos días un pago de intereses de deuda, en lo que representa su primer default (suspensión de pagos) en un siglo; las importaciones se hallan muy deprimidas y cientos de empresas extranjeras han abandonado el país por decisión propia.
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Pero, a la vez, Rusia cosecha extraordinarias ganancias con la venta de combustibles fósiles gracias a los precios altos y a mayores compras desde China y la India; ha logrado estabilizar su divisa tras el descalabro inicial y evitar un colapso del sistema financiero; tanto las previsiones de PIB como las de inflación están mejorando sensiblemente con respecto a las de hace un par de meses y el paro se halla en mínimos desde la disolución de la URSS. El Kremlin observa sin duda con satisfacción las tremendas turbulencias provocadas en Occidente por los precios desbocados de energía y alimentos, así como la disrupción de varias cadenas de suministro.
“El shock inicial de las sanciones se ha evaporado. La congelación de reservas del Banco Central de Rusia (BCR) fue un gran golpe, pero los ingresos energéticos récord han permitido suavizar el aterrizaje de la economía”, comenta Maria Shagina, investigadora en materia de sanciones económicas en el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos. “A largo plazo, el impacto de las sanciones dependerá de cuán pronto Rusia logrará establecer nuevas rutas con países no alineados y si China o India estarán dispuestos a apoyar a un socio necesitado exponiéndose al riesgo de sanciones secundarias, lo que es improbable. La economía rusa no colapsará, pero el país estará más aislado”, sintetiza la experta.
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Este el cuadro general de una batalla económica de consecuencias trascendentales. Alrededor de 40 países que representan más de la mitad de la economía mundial han adoptado distintos tipos de sanciones contra Rusia. Las principales afectan al sector energético (con los vetos de compra a combustibles fósiles), financiero (con la congelación de activos y reservas y la exclusión de una decena de entidades rusas del sistema SWIFT), comercio (con la prohibición de vender a Rusia productos con tecnologías estratégicas o comprar oro), y transporte (veto a vuelos procedentes de territorio ruso). Un pulso que no solo afecta a los países involucrados en él, sino que tiene fuertes repercusiones globales. A continuación, algunas claves del mismo en los principales sectores.
Energía
“La respuesta a la pregunta de si están funcionando nuestras sanciones en materia energética es seca y simple: no”, considera Simone Tagliapietra, analista especializado en la materia del centro de estudios Bruegel. “Es así, porque, hasta ahora, los europeos no hemos hecho nada, solo anunciado medidas. El veto al carbón entrará en vigor en agosto; la renuncia a las importaciones de crudo por vía marítima, a final de año. Desde este punto de vista, titubeando, anunciando medidas a futuro, hemos cometido un error estratégico. En el crudo, los precios han subido, China y la India importan más que antes, los europeos no han reducido mucho, y los rusos ganan. En cuanto al gas, no hemos tenido la valentía de hacer algo, y están actuando ellos, restringiendo los suministros a varios países europeos”.
Un estudio publicado a mediados de junio por el Centro para la Investigación sobre Energía y Aire Limpio señalaba que Rusia ha logrado unos 93.000 millones de euros por exportaciones de combustibles fósiles en los primeros 100 días tras la invasión, de los cuales unos 57.000 pagados desde la UE. El gasto europeo, como indica Tagliapietra, sigue, y esa cifra roza ahora los 66.000 millones. La agencia Bloomberg apunta a que la India ha multiplicado por cinco el valor de las importaciones energéticas desde Rusia en los meses de marzo a mayo con respecto al mismo periodo del año anterior; China ha multiplicado por dos ese valor.
En este contexto, el Kremlin ha podido atenuar el impacto de las sanciones sobre su economía al disponer de fondo para medidas de estímulo y de protección social. Las previsiones de contracción del PIB llegaron a situarse en un -12%, y ahora dirigentes rusos empiezan a señalar una horquilla de entre -3% y -5%, mucho más leve. El banco JPMorgan sitúa la recesión para 2022 en el entorno del -3,5%. Otros apuntan cifras mayores, pero todos revisan de forma favorable a Moscú. A la vez, las facturas energéticas se disparan en Occidente, causando malestar social, y los gobiernos se desangran para paliar los embates del incremento del coste de la vida. La reciente cumbre del G-7, celebrada en Alemania, evidenció que algo no va bien en este sector al dar gran protagonismo a la exploración de un sistema de sanción alternativo, el establecimiento de topes de precios.
La idea busca reducir los ingresos rusos sin causar una enorme disrupción en los mercados energéticos globales, en los que Rusia destaca como gran exportador. El concepto contempla extender la aplicación del tope vetando el acceso a servicios de seguro o de transporte occidenta no respeten el umbral establecido. La Administración de Joe Biden, que afronta en noviembre unas complicadas elecciones legislativas y teme llegar a ellas con precios disparados de gasolina, empuja en ese sentido.
“La idea tiene sentido desde un punto de vista de estrategia económica”, dice Tagliapietra, quien tiene previsto publicar en los próximos días en Bruegel un análisis sobre la cuestión. “Pero el problema es la aplicación, que es muy compleja. Requerirá un gran compromiso de EE UU para aplicar sanciones secundarias a quienes no respeten el tope. Hasta ahora, no hemos visto mucha acción secundaria de Washington”.
Ese es uno de los terrenos de juego clave. La mayoría de analistas considera que la India y, sobre todo, China, no estarían dispuestas a perjudicar sus relaciones comerciales con Occidente para salvar a Rusia. Pekín, en concreto, tiene un nivel de imbricación tan elevado con las economías occidentales que es impensable que lo ponga en cuestión para respaldar a Moscú.
En este sentido, cabe señalar que hace unos días, el departamento de Comercio norteamericano colocó en su lista negra a cinco compañías chinas por supuestamente ayudar a las Fuerzas Armadas de Rusia. Washington no dio detalles acerca de su acusación, pero sí aclaró, a través del asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan, que EE UU no detecta señales de grandes maniobras chinas para sortear el aparato de sanciones occidental.
Comercio y producción
Esta sensación viene respaldada por datos comerciales publicados por Martin Chorzempa, investigador senior del Instituto Peterson para la Economía Internacional. Rusia ya no publica sus datos de importaciones, pero las estadísticas de exportaciones de 54 países que representaban en 2021 un 90% del conjunto de las compras rusas muestran una situación complicada para el Kremlin. No solo el comercio procedente de países sancionadores ha caído un 60%; también se ha registrado una caída del 40% desde países que no han aplicado sanciones.
Esto significa que el conjunto de las sanciones está mermando considerablemente la capacidad rusa de abastecerse. No parece haberse producido de ninguna manera un proceso de reajuste por el que, a falta de producto occidental, se haya reconstituido una cadena de suministro equivalente desde otros países. Significativamente, China está en línea con esa tendencia. Si sus importaciones desde Rusia han aumentado por las mayores compras de energía, sus exportaciones a Rusia se han contraído de forma comparable a la de otros países. Pekín no está llenando agujeros.
Rusia es una economía con fuerte dependencia del exterior en múltiples sectores. “Lo es especialmente en el tecnológico con respecto a Occidente”, indica Shagina. “La sustitución de importaciones ha fracasado y ahora la única esperanza es establecer nuevas cadenas de suministro a través de importaciones paralelas vía países terceros. Pero será de cualidad inferior, más caras, más farragosas”. En este sentido, el Departamento de Comercio estadounidense sostiene que las exportaciones globales de microchips hacia Rusia han caído un 90% desde la invasión.
Los pésimos datos de producción de coches pueden ser una señal ―además de la baja confianza en el consumo― de las dificultades en el acceso a los componentes necesarios. El sector de la aviación también muestra serias dificultades para sobreponerse a las sanciones que le golpean.
En el energético, la situación es especialmente problemática para Moscú. El veto a la exportación de tecnologías clave, la estampida voluntaria de empresas occidentales punteras que operaban en el sector en Rusia y el escenario adverso en el mercado están causando un impacto. Un documento interno del Ministerio de Economía ruso al que tuvo acceso en exclusiva la agencia Reuters situaba en un 17% la contracción de la producción de crudo para este año. Estimaciones oficiales para el sector del gas apuntan a una reducción del 5%.
Algunos analistas creen que está situación de erosión de la capacidad productiva se agravará en el tiempo y extenderá a lo largo de una economía con un espectro de actividades limitado y que por tanto tendrá dificultades para adaptarse de forma autóctona. No hay que descartar que afecte también al área de producción de medios militares.
Finanzas
Rusia ha logrado resistir en este sector a un golpe muy fuerte. El rublo sufrió una abrupta caída. La perspectiva de la exclusión de entidades rusas del circuito bancario internacional SWIFT estuvo muy cerca de generar una ola de pánico. “Hábiles intervenciones del BCR han logrado estabilizar el sistema financiero. Ya no hay rumores de estampidas de bancos; la inflación va cayendo y el rublo se ha reforzado”, considera Shagina. La entidad adoptó una fuerte subida de tipos de interés y otras medidas de control de divisas que hicieron remontar el rublo hasta sus mejores niveles frente al dólar en siete años.
El golpe de la congelación de las reservas fue brutal. Janet Yellen, secretaria del Tesoro de EE UU, y Mario Draghi, presidente del Gobierno de Italia, tuvieron, según una minuciosa reconstrucción de lo sucedido publicada por el diario Financial Times, un papel protagónico en el diseño de la operación. Ambos fueron, anteriormente, banqueros centrales, en la Fed (Sistema de Reserva Federal, el banco central estadounidense), y en el BCE. “Nadie lo vio venir”, admitió Serguéi Lavrov, veterano ministro de Exteriores de Rusia. De la noche a la mañana, unos 300.000 millones de dólares acumulados en años de prudente gestión quedaron inutilizables. Pero, aunque brutal, no fue letal.
El sistema financiero ruso se ha estabilizado, y ahora afronta una plétora de problemas no existenciales, pero que afectan su funcionamiento. La incapacidad de acceder a ciertas tecnologías impide el fluido desarrollo de ciertas operaciones, aunque la señal más preocupante para Moscú es sin duda el impago de un vencimiento a finales de junio. Este se produjo no por falta de fondos ―y el Kremlin insiste que no procede por ello calificarlo de default―, sino por los obstáculos de las sanciones. Si se repite infligiría obviamente un serio daño a Rusia en los mercados de crédito.
En este sector, como en otros, el pulso sigue abierto. EE UU y otros países acaban de imponer un veto a la importación de oro. Los líderes occidentales se muestran decididos a mantener el pulso “durante el tiempo que sea necesario”, según afirmó el G-7. Pero es evidente que, por ejemplo en el caso de la UE, en cada ronda de sanciones ―ya van seis― hallar un consenso ha sido más complicado. Es esta una pelea que requiere a la vez inteligencia y fuerza de voluntad para resistir a las adversidades. El tiempo ofrecerá una respuesta, si no objetiva, al menos con elementos más claros.