El progreso notable de la inmunización contra la COVID-19 ha centrado la atención del mundo en la brillantez de las vacunas.
Muchos conocen la historia del descubrimiento de Edward Jenner de la vacunación contra la viruela en Gloucestershire, Reino Unido, hace casi 250 años.
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Pero muchos menos han oído hablar de Lady Mary Wortley Montagu.
Ella fue la mujer de la alta sociedad cuyos pioneros experimentos de inoculación sentaron las bases para el descubrimiento de Jenner, pero cuya contribución está casi olvidada.
Este año, que se cumple el 300 aniversario de sus extraordinarios experimentos con humanos, nos brinda una gran oportunidad para revisitar su asombrosa contribución a la salud pública.
Opiniones progresistas
Nacida como Mary Pierrepont en 1689, ella era una mujer vivaz y testaruda que escribía poemas y cartas y tenía opiniones progresistas sobre el papel de la mujer en la sociedad.
Para evitar un matrimonio arreglado, se fugó cuando tenía 23 años y se casó con Edward Wortley Montagu, nieto del primer conde de Sandwich.
En 1716, Edward se convirtió en embajador de Inglaterra en Estambul (o Constantinopla como se conocía en ese entonces), capital del Imperio otomano.
Desde allí, Wortley Montagu escribió vívidas descripciones de la vida oriental, especialmente de las mujeres turcas, cuya vestimenta, estilo de vida y tradiciones la intrigaban.
La más notable fue sobre su método de inoculación contra la temida viruela.
Tratamiento con “injertos”
Desde hacía mucho tiempo se sabía que las personas solo podían contraer esta enfermedad una vez.
Si sobrevivían, eran inmunes por el resto de sus vidas.
En lugar de arriesgarse a una infección natural que tenía una alta tasa de mortalidad, las mujeres turcas mayores buscaban inducir un caso leve en los niños mediante lo que llamaban un “injerto”.
La viruela provoca pústulas y costras en la piel de las personas afectadas por la enfermedad.
Las mujeres tomaban el pus de la pústula de un paciente y se lo añadían a una incisión que le hacían en el brazo a la persona que querían proteger.
Esto generalmente daba lugar a síntomas leves, seguidos de protección de por vida.
“Hay un grupo de ancianas [aquí]”, escribió Wortley Montagu, “que se dedican a realizar la operación, cada otoño... miles se someten a esto... [y no hay] un solo ejemplo de alguien que haya muerto por ello”.
La propia Wortley Montagu había sobrevivido a la viruela, pero quedó con cicatrices faciales. Su hermano había sucumbido a la enfermedad.
Ella estaba ansiosa por proteger a su hijo pequeño de la enfermedad y convenció al cirujano de la embajada para que lo inoculara.
“El niño fue injertado el martes pasado”, escribió en una carta a su esposo, “y en este momento está cantando y jugando, y muy impaciente por su cena”.
Wortley Montagu estaba decidida a “poner de moda este útil invento en Inglaterra”.
Experimento con su hija
Después de un par de años, había regresado a casa. En 1721, hubo una epidemia de viruela, y Wortley Montagu le pidió al médico de la embajada, que había venido con ella a Londres, que injertara a su pequeña hija que no había sido inoculada.
Preocupado por su reputación, el médico le pidió a varios testigos médicos que observaran el procedimiento.
En abril de 1721, el médico inoculó a la joven Mary Alice. Fue la primera vez que se realizó el procedimiento en Reino Unido.
Aunque los observadores quedaron impresionados, otros se mostraron escépticos sobre esta práctica peligrosa y exótica.
Wortley Montagu y su hija visitaron hogares afectados por la viruela para demostrar que la niña estaba protegida.
Aún así, muchos médicos se mantuvieron cautelosos. ¿No era este un procedimiento arriesgado? ¿Y si causara una enfermedad grave o mortal?
Inoculación o muerte
En agosto de 1721, se realizó un experimento extraordinario en la prisión de Newgate de Londres que ayudó a persuadir a la gente del beneficio de la vacuna contra la viruela.
A varios prisioneros que esperaban ser ejecutados se les ofreció la oportunidad de vacunarse contra la viruela, y la posibilidad de quedar en libertad si sobrevivían.
Todos aceptaron la oferta y vivieron para contarlo.
Para demostrar que la inmunización realmente protegía contra la enfermedad, una de las prisioneras fue enviada a cuidar a un niño con viruela, y durmió con él todas las noches durante seis semanas sin enfermarse.
Aunque la inoculación siguió siendo una práctica controvertida, con cierta oposición médica y religiosa, este experimento carcelario fortaleció considerablemente la campaña de “variolización”, como se conoce ahora a este procedimiento.
Procedimiento que salvó miles de vidas
La princesa de Gales, amiga de Wortley Montagu, estaba convencida e hizo vacunar a sus propios hijos.
La realeza en toda Europa hizo lo mismo, al igual que los ricos de Nueva Inglaterra, donde la viruela estaba causando estragos.
A pesar de que ocasionalmente se produjeron casos de enfermedad graves después de la inoculación, y algunas veces fueron fatales, el procedimiento salvó miles de vidas.
La contribución de Wortley Montagu fue celebrada por el poeta francés Voltaire, entre otros, y la inoculación se convirtió en un punto de encuentro para la Ilustración.
Un paso más
Setenta y cinco años después, el médico británico Edward Jenner, que había sido vacunado cuando era niño, llevó el proceso un paso más allá.
Él se dio cuenta de que aquellos que habían sufrido de viruela bovina, una enfermedad relacionada con el ganado que es muy leve en los humanos, eran posteriormente inmunes a la viruela.
Jenner entonces inoculó a gente con material de la viruela bovina y luego demostró que esto era efectivo contra la viruela (inyectarlos con viruela utilizando el enfoque de variolización de Wortley Montagu).
La vacunación, como se conoció más tarde al procedimiento de Jenner por el nombre en latín vacca, demostró ser segura y, posteriormente, se adoptó a nivel mundial.
Jenner recibió muchos premios y honores, y su trabajo condujo a la eventual erradicación de la viruela en 1976.
Todos los estudiantes de medicina del mundo aprenden ahora sobre Jenner; su retrato cuelga en el Colegio Real de Médicos de Londres.
Incluso se recuerda a Blossom, la vaca que proporcionó el material original de viruela bovina para el experimento de Jenner.
Su piel se encuentra en la Escuela de Medicina del Hospital St George, y su retrato cuelga en el Colegio Real de Patólogos.
Pero Wortley Montagu, cuyos esfuerzos pioneros sentaron las bases para los experimentos de Jenner, ha caído en el olvido.
¿Recordaríamos su trabajo si hubiera sido obra de un médico hombre, en lugar de una dama de la alta sociedad?
Ahora, 300 años después, el Colegio Real de Médicos de Londres está buscando la forma más adecuada de reconocer su contribución.
*Tom Solomon es director del la Unidad de Investigación de Protección Sanitaria de Infecciones Zoonóticas y Emergentes del Instituto Nacional de Investigación Sanitaria, y profesor de neurología, de la Universidad de Liverpool, Reino Unido.
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