Moscú [EFE]. El presidente ruso, Vladimir Putin, cumple el martes 31 de diciembre 20 años desde que llegara al Kremlin. Durante ese tiempo ha pasado de la cooperación con Occidente en sus primeros años en el poder, al abierto antagonismo con Estados Unidos y la Unión Europea en la última década.
“La relación entre Putin y Occidente ha sido muy dramática. Ha evolucionado desde una relación constructiva a una enconada rivalidad y a casi el enfrentamiento militar en los últimos años”, comentó a Efe el politólogo Fiódor Lukiánov, jefe del Consejo de Política Exterior y de Defensa de Rusia.
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Vladimir Putin, empeñado en recuperar la grandeza perdida de su país en la arena internacional, intentó tender puentes con Occidente -incluso tanteó la posibilidad de ingresar en la OTAN al recibir en el Kremlin al presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, en junio de 2000-, pero se decepcionó rápido.
La invasión de Irak (2003) y el ingreso de los países bálticos en la Alianza Atlántica (2004) le convencieron de que Rusia nunca sería aceptada como un igual en la liga de naciones democráticas, por lo que optó por el antagonismo en cada uno de los rincones del planeta, desde Europa a Oriente Medio o Latinoamérica.
“El leitmotiv de la política exterior de Putin no ha cambiado. Su misión era evitar que Rusia cayera al segundo o tercer escalafón. Todo lo que ha hecho desde entonces responde a esa estrategia. Y la verdad es que lo ha logrado. Ese riesgo ya no existe”, explica Lukiánov, director de la revista “Rusia en la política global”.
Desde que pronunciara su incendiario discurso en febrero de 2007 en Múnich, en el que acusó a Estados Unidos de intentar crear un mundo unipolar y llevar a cabo acciones unilaterales al margen del derecho internacional, la confrontación con Occidente se convirtió en realidad.
En estos 12 años Vladimir Putin ha dado un vuelco a la política internacional. Ha forjado una alianza con China, invadido Georgia, reconocido la independencia de Osetia del Sur y Abjasia, anexionado Crimea, intervenido en Ucrania y en Siria, y dado luz verde al envío de mercenarios a varios puntos del globo.
Además, ante la inacción de la Casa Blanca, se ha convertido en el nuevo árbitro en Oriente Medio al evitar el derrocamiento de Bachar al Asad, vender armas a Turquía y Arabia Saudita, y reforzar lazos con Egipto, Israel e Irak.
También ha regresado con fuerza a África por medio de los contratos de armas y en América Latina ha metido el dedo en la llaga del patio trasero estadounidense al apoyar a Nicolás Maduro en Venezuela y a Evo Morales en Bolivia.
“La imagen que tiene Putin en el mundo occidental no se corresponde con la realidad. Putin es parecido a Merkel en que es un pragmático. No le gusta tomar decisiones arriesgadas y es de los pocos líderes mundiales que tiene todo el orden mundial en su cabeza. Piensa en términos de geopolítica y en el balance de fuerzas en el mundo. Eso no quiere decir que sus cartas sean las correctas, pero tiene esa visión”, destaca.
Occidente intentó castigar a Rusia por Crimea y la intervención en el Donbás con sanciones económicas, pero el resultado no ha sido el esperado, aunque la economía rusa se encuentra estancada desde hace años, los ingresos de los rusos no dejan de caer y la suspensión del tendido del gasoducto Nord Stream 2 es un serio revés para el Kremlin.
“Los intentos de aislar a Rusia no han tenido éxito. Y no porque Rusia sea muy fuerte, sino porque es muy grande y su papel en los asuntos mundiales es demasiado significativo. Aislar totalmente a Rusia es imposible”, precisa Lukiánov.
Rusia es una potencia regional con aspiraciones globales que tiene problemas sociales y demográficos, pero el experto recuerda que la economía no determina el estatus diplomático y el éxito depende no tanto de la riqueza como de la estabilidad y de la capacidad de resistir las presiones exteriores.
Además, recuerda que son las potencias occidentales las que han perdido peso en el mundo, especialmente desde la crisis de 2009, por lo que Vladimir Putin ha optado por reducir lo más posible su dependencia del exterior, incluso en internet.
“La interdependencia se ha convertido en un arma arrojadiza. Lo vemos con Estados Unidos y China. Putin busca otras vías para reducir los riesgos de una excesiva dependencia. Rusia nunca estuvo del todo integrada. En su momento eso fue un defecto, hoy puede ser una virtud”, explica.
En cuanto a la imagen de que Rusia es una “amenaza” para la democracia en Europa y Estados Unidos, cree que esa visión no cambiará en las próximas décadas y lo relaciona tanto con la supuesta “agresividad rusa” como con la “profunda crisis de identidad que vive Occidente”.
“Nadie sabe qué pasará en el futuro. Y lo más fácil cuando hay miedo e incertidumbre es culpar a Putin de todos los problemas. Si Rusia fuera otra civilización como China sería menos problemático, pero al ser un país europeo siempre ha sido visto como algo ajeno y peligroso”, apunta.
En su opinión, “el problema no es Putin” y pronostica que Occidente se llevará una “gran decepción” cuando se de cuenta de que los futuros dirigentes rusos mantienen el mismo rumbo de colisión.