La periodista de la BBC Safa AlAhmad ha sido una de las pocas reporteras que ha llegado a Taiz, una ciudad sitiada en el corazón de la guerra civil de Yemen, una contienda que no recibe la misma atención que otros conflictos armados internacionales. AlAhmad encontró una ciudad destruida por los bombardeos y un doctor que luchaba por salvar la vida de una niña de seis años.
En el hospital de al Thawra, los doctores se reúnen afuera del pabellón de operaciones para discutir qué pacientes tendrán que dejar morir. Sin suficientes medicinas y oxígeno para tratar a los heridos de la guerra civil, deben tomarse decisiones muy difíciles.
El día que llegué, a mediados de diciembre, debían elegir entre una niña de seis años llamada Asma, y un anciano con una herida gangrenosa en el abdomen.
Asma fue alcanzada por metralla cuando hacía fila para recoger agua potable de un camión. Otros 19 niños resultaron heridos en el ataque y cinco murieron.
El impacto provocó que una parte del cráneo de Asma del tamaño de la palma de mi mano se separara del resto.
A pesar de la gravedad de la lesión, el cirujano especialista en traumatología empezó un esfuerzo desesperado por salvarla.
El olor en la sala de operaciones era nauseabundo: había un hedor a sangre, desinfectante y al yeso blanco quirúrgico que el cirujano tenía en sus manos para tapar el orificio en la cabeza de Asma.
Tras recorrer varios caminos, la periodista de la BBC Safa AlAhmad llegó a la ciudad de Taiz, en el sureste del país.
Trabajó con rapidez, contrarreloj, para completar la operación antes de que el oxígeno se agotara y evitar que aumentara el daño causado en el cerebro de la niña.
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Rutas bloqueadas
Hay certeza de que el mortero que destrozó el cráneo de Asma fue disparado por rebeldes hutíes en lo que ha sido una campaña de ocho meses por hacerse del control de Taiz, la segunda ciudad más grande del país.
Para conseguir su objetivo, los rebeldes hutíes han sitiado el lugar. Han cortado casi todas las rutas que conducen a la ciudad y han impedido la entrada de suministros básicos.
La única manera de evitar los bloqueos de las rutas es tomar los caminos que se suelen recorrer con mulas y los senderos que usan los contrabandistas a través de las montañas de Sabr.
Todo -harina, arroz, gas para cocinar, diésel o medicinas- tiene que pasar por estos senderos para llegar a la población hambrienta y asediada de Taiz.
Llegué a la ciudad a través de un camino de tierra estrecho que serpenteaba por las colinas y que nos condujo alrededor de las líneas de combate, pero no más allá del alcance de los francotiradores hutíes.
En el sendero se ve un flujo constante de animales que llevan sus lomos cargados de alimentos, armas, oxígeno y contenedores de gas. Con frecuencia tenemos que dar paso a camellos y burros llevados por niños.
Al menos 2.795 civiles han muerto en Yemen desde marzo, cuando la coalición saudita comenzó una campaña militar para restaurar el gobierno de Abdrabbuh Mansour Hadi.
Entre ellos había un niño que no era mayor de cuatro años que cargaba un pedazo de leña. Aunque fatigado por la carga, estaba determinado a mantener el ritmo que imponía un grupo de niños mayores.
Había otras mujeres en el trayecto. La mayoría llevaba la ropa tradicional de las montañas. Debajo de sus vestidos amarillos, anaranjados o rosados se podían ver sus pantalones amplios. Sobre sus cabezas llevaban varios bloques de leña.
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Mujeres y cantos
Yo era la única que llevaba una abaya negra, un vestido tradicional que no está diseñado para recorrer caminos como este.
Por un tiempo estuve caminando con dos mujeres que regresaban a Taiz. Habían iniciado el recorrido al amanecer y habían estado caminando por más de 10 horas.
Debido a la guerra, más del 80% de la población necesita algún tipo de asistencia.
A veces cantaban para mantener el espíritu en alto o se detenían para recuperar el aliento y apreciar las vistas de la cordillera de Sabr.
Desde abajo se podía escuchar el ruido de los combates.
La grave situación por la que atraviesan los civiles en ese país se ha deteriorado dramáticamente, con más de 21 millones de personas en necesidad de ayuda humanitaria.
Llegar al hospital no es garantía de estar a salvo. Al Thawra cuenta con la única unidad de traumatología de emergencia de la ciudad, pero es con frecuencia el objetivo de los combatientes hutíes.
Dos días antes de que yo llegara, un proyectil había matado a dos doctores y herido a varias personas.
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Escasez de insumos
Incluso para aquellos que pueden llegar a la mesa de operaciones, los suministros son muy pocos. La escasez de anestesia general significa que algunos pacientes son operados mientras están conscientes.
Los bloqueos de rutas complican la llegada de insumos a las zonas más necesitadas.
Otros pacientes no pueden ser operados porque las pocas bombonas de oxígeno tienen que reservarse para quienes tienen heridas más graves y cuentan una perspectiva realista de supervivencia.
En algunos casos, las familias de los pacientes traen las bombonas de oxígeno al hospital. Pero eso es un lujo que va más allá del alcance de Asma, quien no tenía a nadie que la acompañara o que le agarrara la mano.
La pequeña sobrevivió a la operación. Mientras se encontraba acostada, cubierta con una cobija amarilla, sus hombros delgados sobresalían. No tenía cabello, sus ojos estaban inflamados y oscurecidos por los moretones.
En esta foto de octubre de 2015, se observa a un padre llevando a su hija al hospital, tras un ataque en Tazi.
Su familia, indicó el doctor Ahmed Muqbal, fue desplazada por los bombardeos y como muchos en Taiz, estaban dispersos y desamparados, buscando un lugar seguro para llevar a los niños que han sobrevivido la guerra.
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Oxígeno
El rostro de Asma estaba cubierto con una máscara de plástico conectada a un ventilador y su pequeño pecho se movía a medida que la máquina soplaba aire dentro de ella.
Y es que solo soplaba aire, pues no quedaba oxígeno para ella y sin él era poco probable que su cerebro se recuperara.
"Trabajamos duro para salvar su vida, pero los esfuerzos pueden llegar a desperdiciarse por la falta de oxígeno puro", indicó Muqbal.
En esta foto de octubre del 2015, se observa a un padre llevando a su hija al hospital, tras un ataque en Tazi.
A él se le ve extremadamente cansado. En la cama de al lado estaba el anciano con la herida con gangrena que le causó una metralla.
Dos días después, murió.
El 25 de diciembre, dos semanas después de mi visita, las puertas del hospital al Thawra cerraron a los nuevos pacientes.
El centro se quedó sin oxígeno y sin medicinas.
Asma también murió por sus heridas.
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— Mundo El Comercio (@Mundo_ECpe) enero 14, 2016
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