En esta foto del 9 de noviembre de 1989 el presidente en funciones de Sudáfrica, Frederik Willem de Klerk, da una conferencia de prensa después de reunirse con líderes de grupos de ultraderecha. (Walter DHLADHLA / AFP).
En esta foto del 9 de noviembre de 1989 el presidente en funciones de Sudáfrica, Frederik Willem de Klerk, da una conferencia de prensa después de reunirse con líderes de grupos de ultraderecha. (Walter DHLADHLA / AFP).
Agencia EFE

El expresidente sudafricano y Nobel de la Paz , el líder que propició el fin del sistema racista del “” y puso en libertad a su más icónico enemigo, , falleció hoy a los 85 años, dejando tras de sí un legado complejo pero crucial en la historia de .

De Klerk falleció esta mañana en su hogar del suburbio de Fresnaye, en Ciudad del Cabo (suroeste), a consecuencia de un mesotelioma -un tipo de cáncer que afecta el tejido que recubre los pulmones- que se le había diagnosticado.

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El que fuera el último presidente blanco de Sudáfrica será especialmente recordado por su discurso del 2 de febrero de 1990, con el que desencadenó la transición del país desde uno de los regímenes más brutales y racistas de la historia contemporánea a una democracia multirracial.

“Nuestro país y su gente han estado enredados en conflictos, tensiones y luchas violentas durante décadas. Es tiempo de que salgamos del ciclo de violencia y nos abramos camino hacia la paz y la reconciliación. La mayoría silenciosa lo ansía”, afirmó De Klerk aquel día.

Nacido en Johannesburgo en 1936, en el seno de una familia afrikáner, era hijo del senador y ministro en varias ocasiones Jan De Klerk.

En esta foto del 4 de julio de 1993, el presidente sudafricano Frederik de Klerk (izquierda) estrecha la mano con el líder del Congreso Nacional Africano Nelson Mandela, mientras el presidente estadounidense Bill Clinton mira a De Klerk. (TOM MIHALEK / AFP).
En esta foto del 4 de julio de 1993, el presidente sudafricano Frederik de Klerk (izquierda) estrecha la mano con el líder del Congreso Nacional Africano Nelson Mandela, mientras el presidente estadounidense Bill Clinton mira a De Klerk. (TOM MIHALEK / AFP).

Estudió derecho y en 1972 fue elegido diputado por el Partido Nacional, la formación que defendía los intereses de la comunidad afrikáner en Sudáfrica y había ido construyendo el “apartheid” desde 1948.

En las décadas siguientes, De Klerk ocupó carteras ministeriales, pero fue en 1989 cuando su liderazgo dentro del partido se consolidó, al imponerse sobre la fórmula de continuidad que el entonces presidente del país, Pieter Willem Botha (férreo defensor del “apartheid”), quería para oficialismo.

UN “ENIGMA” PARA LOS LUCHADORES ANTIAPARTHEID

Unos meses después de su elección como líder del Partido Nacional, Botha dimitió y ello aupó a De Klerk a la Presidencia sudafricana.

Para los líderes antiapartheid -como el propio Mandela, que le describía como un “enigma”- nada hacía pensar entonces que en aquel hombre pragmático y de partido iba a estar la llave de las reformas.

“Los dirigentes del Partido Nacional normalmente oían sólo lo que deseaban oír en sus conversaciones con los líderes negros, pero el señor De Klerk parecía estar haciendo verdaderos esfuerzos por comprender lo que le decían”, explicó Mandela sobre su primera reunión con De Klerk, en diciembre de 1989, cuando aún estaba encarcelado.

El Gobierno de De Klerk se consolidó en las elecciones generales de septiembre de ese año y, con ello, la legitimidad para iniciar las transformaciones que Sudáfrica, ahogada económicamente y aislada internacionalmente por sus políticas racistas, precisaba con urgencia.

Así llegó el líder afrikáner al Parlamento aquel 2 de febrero de 1990 y pronunció el discurso que cambió para siempre el destino de Sudáfrica, si bien el país aún debate si aquel alejamiento del “apartheid” fue resultado de una buena voluntad auténtica de De Klerk o si no le quedaban alternativas.

De entre las medidas anunciadas aquel día, la más destacada fue la liberación inmediata de los presos políticos y la legalización de los movimientos de lucha contra la opresión de la minoría blanca, incluido el Congreso Nacional Africano (CNA) de Mandela.

“El Gobierno ha tomado la firme decisión de liberar al señor Mandela sin condiciones”, anunció el presidente, comunicando una noticia muy esperada en todo el mundo y, seguramente, la más simbólica del principio del fin del “apartheid”.

No todo, sin embargo, sería sencillo. A aquel discurso le siguieron cuatro años de complejas negociaciones bajo la constante amenaza de que en Sudáfrica acabara estallando una guerra civil.

En esta foto de archivo tomada el 27 de abril de 1996, el presidente Nelson Mandela toma de la mano al vicepresidente Frederik de Klerk. (WALTER DHLADHLA / AFP).
En esta foto de archivo tomada el 27 de abril de 1996, el presidente Nelson Mandela toma de la mano al vicepresidente Frederik de Klerk. (WALTER DHLADHLA / AFP).

EL NOBEL JUNTO A MANDELA Y LA LLEGADA DE LA DEMOCRACIA

Los esfuerzos de De Klerk le granjearían reconocimientos como el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional (1992) de España o el Premio Nobel de la Paz (1993), ambos compartidos con Mandela, su simbólica contraparte en la complicada transición.

“Por su trabajo por un fin pacífico del régimen del ‘apartheid’ y por sentar los cimientos para una nueva Sudáfrica democrática”, destacó el Comité Nobel Noruego sobre ambos.

En 1994, Sudáfrica celebraría finalmente sus primeras elecciones democráticas y multirraciales, con victoria aplastante del CNA de Nelson Mandela (62,65 %).

De Klerk, segundo con un 27,81 % de los votos, pasaría a ser vicepresidente de Mandela dentro de un Gobierno de unidad, tal y como se había acordado previamente.

De ese cargo, que ejerció no sin fuertes tensiones con el célebre primer presidente negro de Sudáfrica, se retiró en 1996 y, poco después, cuestionado también dentro su propio partido, dejó la política (1997).

En el 2000 creó la fundación que lleva su nombre para impulsar su trabajo por la paz y la defensa de su legado.

Sus opiniones, sin embargo, no dejaron de crear polémicas ocasionales en la Sudáfrica democrática, por ejemplo, en forma de comentarios públicos justificando los principios segregacionistas del “apartheid” o por su frontal oposición a las políticas del CNA, que ya nunca perdió el poder desde 1994.

El pasado marzo, en coincidencia con su 85 cumpleaños, la Fundación De Klerk había anunciado que el exmandatario padecía el agresivo cáncer que finalmente acabó con su vida.

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