Noor Hossain en Dhaka en 1987, momentos antes de que la policía le disparara. "Abajo la autocracia", se lee en su torso. (DINU ALAM)
Noor Hossain en Dhaka en 1987, momentos antes de que la policía le disparara. "Abajo la autocracia", se lee en su torso. (DINU ALAM)
BBC News Mundo

En 1987, un joven manifestante con lemas prodemocráticos pintados en su cuerpo fue asesinado a tiros por la policía en Dhaka, . Su cuerpo acribillado a balazos fue arrojado a una celda de la policía, pero una fotografía suya ayudó a inspirar un levantamiento que derrocó a un dictador. Moazzem Hossain, periodista de la BBC, que estaba en la celda junto al cuerpo del hombre pintado ese día, fue en busca de la historia que había detrás de la imagen.

En la semana previa al 10 de noviembre de 1987, la tensión en la ciudad de Dhaka era palpable.

El presidente Hussain Muhammad Ershad había aislado la capital de Bangladesh del resto del país, cortando prácticamente todos los canales de comunicación.

Se cerraron escuelas, colegios y universidades y se ordenó a los estudiantes que abandonaran los edificios.

Se prohibieron las protestas políticas y los mítines, y Ershad, un dictador militar, utilizó poderes de emergencia para detener a cientos de activistas que clamaban a favor de la democracia.

Pero al mismo tiempo los partidos de la oposición estaban movilizando a miles de simpatizantes para presionar al presidente a que presentara su renuncia.

En la mañana del 10 de noviembre, yo estaba entre los miles de activistas que se dirigían a la protesta.

Nunca logramos llegar.

Aproximadamente a las 9 de la mañana, la policía antidisturbios nos detuvo a mí y a otros manifestantes.

Nos golpearon sin piedad, nos metieron en un camión y nos llevaron a la comisaría.

Conforme avanzaba el día, fueron trayendo más prisioneros políticos.

Hubo enfrentamientos en todo Dhaka.

Algunos de los manifestantes que llegaban tenían heridas de bala.

Entre los cadáveres había uno que tenía un lema pintado en el pecho desnudo.

Las palabras, en pintura blanca brillante contra la piel morena sin vida del hombre, nos dejaron petrificados.

“Sairachar nipat jak”, se leía. “Abajo la autocracia”, significa.

El cuerpo pertenecía a un hombre llamado Noor Hossain.

Entonces no sabíamos quién era.

No sabíamos que el lugar dónde había sido asesinado a tiros pronto llevaría su nombre.

No sabíamos que llegaría a ser famoso y que su sacrificio sería inmortalizado en libros y películas, en poemas y en sellos postales.

No sabíamos que una fotografía de él tomada momentos antes de morir se convertiría en un símbolo de la larga y sangrienta lucha de nuestra generación por la democracia.

El fotógrafo Pavel Rahman contó que cuando vio la espalda de Noor Hossain se le aceleró el corazón. "Que la democracia sea liberada", decía el mensaje. (PAVEL RAHMAN)
El fotógrafo Pavel Rahman contó que cuando vio la espalda de Noor Hossain se le aceleró el corazón. "Que la democracia sea liberada", decía el mensaje. (PAVEL RAHMAN)

El hermano

He mirado las fotografías de Noor Hossain muchas veces durante los últimos 33 años. Parece decidido.

Su cuerpo juvenil, y las consignas pintadas en él, irradian luz bajo el sol.

El día después de la muerte de Noor, a los 26 años, aparecieron fotografías de él en las portadas de los periódicos de Bangladesh.

Las imágenes sorprendieron al gobierno e inspiraron a millones.

Las protestas en las que él y yo estuvimos involucrados en 1987 fueron reprimidas violentamente, pero tres años más tarde otro movimiento logró derrocar al presidente Ershad, y muchos de esos manifestantes se inspiraron en la imagen de Noor Hossain.

A menudo me he preguntado qué llevó a este hombre de una familia de clase trabajadora en Dhaka a cometer su acto extraordinario.

Antes del 30 aniversario del levantamiento que inspiró, quise encontrar respuestas.

El padre de Noor, Mujibur Rahman, era un conductor de autoricksha, un vehículo motorizado de tres ruedas, en la parte antigua de Dhaka en ese momento.

Mujibur murió hace 15 años, pero pude localizar al hermano de Noor, Ali.

Todavía recordaba vívidamente los últimos días de la vida de Noor.

“Mi padre sabía que Noor había estado involucrado en política. Con frecuencia pasaba días fuera de casa y participaba en manifestaciones políticas”, dijo Ali.

Después de no regresar a casa durante dos noches seguidas, sus padres comenzaron a preocuparse.

La misma mañana del 10 de noviembre de 1987 su rastro los llevó hasta una mezquita en la ciudad y allí lo encontraron.

“Mis padres le pidieron que regresara a casa, pero él se negó. Dijo que iría más tarde”, recordó Ali.

“Esa fue la última vez que mis padres lo vieron”.

Más tarde ese día, Noor se unió a los manifestantes.

Las protestas se tornaron violentas y los manifestantes arrojaron ladrillos y bombas caseras a la policía, que respondió lanzando gases lacrimógenos y, finalmente, abrió fuego contra la gente.

Tres personas, incluida Noor Hossain, murieron a tiros, decenas más resultaron heridas.

La noticia se propagó y pronto su familia supo que habían disparado a Noor.

Mujibur y Ali se apresuraron primero al lugar donde Noor había estado protestando, luego al hospital de la policía, finalmente a la estación donde habían llevado el cuerpo de Noor.

Los agentes que estaban en la entrada no los dejaron pasar, pero confirmaron que dentro había un cuerpo manchado con pintura.

Si les entregamos el cuerpo ahora habrá disturbios, dijeron.

Ningún oficial fue acusado jamás del asesinato de Noor mientras Ershad estuvo en el poder, a pesar de que la policía mató a cientos de manifestantes.

Le pregunté a Ali si recordaba quién había pintado los fatídicos lemas en el cuerpo de su hermano aquella jornada.

Dijo que sí, que el hombre se llamaba Ikram Hossain.

Sorprendentemente, Ikram vivía en aquel momento en las dependencias del personal del presidente Ershad, y su hermano era el mensajero del presidente.

Ali me dio el número de Ikram.

A Ali Hossain y a su padre les tocó buscar por todo Dhaka el cuerpo de su hermano. (Extraído de BBC)
A Ali Hossain y a su padre les tocó buscar por todo Dhaka el cuerpo de su hermano. (Extraído de BBC)

El pintor

Llamé a Ikram.

“Fui yo”, dijo.

En 1987, Ikram era un artista de letreros de 18 años.

Vivía con su hermano mayor en Bangabhaban, la residencia presidencial en Dhaka, y tenía una pequeña tienda en el área de Motijheel, principalmente pintando letreros y haciendo pancartas.

“Había visto alguna vez a Noor Hossain. Solía trabajar como empleado en un negocio de venta de muebles de oficina usados. Pero no hablamos mucho”, dijo Ikram.

El 9 de noviembre, Ikram estaba terminando la jornada y planeaba cerrar la tienda a las 5 pm.

Pero antes de que pudiera cerrar, Noor Hossain se le acercó con una petición.

“Me llevó a un callejón estrecho cercano. Allí escribió las consignas en la pared con tiza. Luego se quitó la camisa y me pidió que las escribiera en su cuerpo”.

Ikram estaba asustado.

“Le dije que no podía hacer esto. Mi hermano es el mensajero del presidente. Nos meteremos en problemas. Te podrían arrestar. Te podrían matar”.

Sin embargo, Noor estaba decidido.

Le dijo a Ikram que no se preocupara, que al día siguiente habría un centenar de personas con las mismas consignas pintadas sobre la piel.

Ikram cedió y pintó las dos consignas que le había dado Noor.

“Sairachar nipat jak” (“Abajo la autocracia”) - en la parte delantera.

“Gonotontra pak mukti” (“Que la democracia sea liberada”) - en la espalda.

Entonces Ikram añadió dos puntos después de cada frase.

“Así podría diferenciar lo que yo había escrito de todos los demás”, dijo.

Pero al día siguiente, sólo había un hombre en la calle con lemas pintados en su cuerpo, y momentos antes de morir, la letras brillantes llamaron la atención de los fotógrafos entre la multitud.

Ikram Hossain es el hombre que pintó las letras en el cuerpo de Noor. (Extraído de BBC)
Ikram Hossain es el hombre que pintó las letras en el cuerpo de Noor. (Extraído de BBC)

Los fotógrafos

Pavel Rahman solo vio a Noor Hossain por la espalda, me dijo.

Es fotógrafo desde hace casi medio siglo.

Cuando vio el destello de pintura blanca ese día y descifró el lema, el corazón empezó a latirle con fuerza.

“Antes de eso, nunca había visto a un manifestante con consignas escritas en su propio cuerpo”, dijo.

“De inmediato me llamó la atención. Antes de desaparecer en la multitud, solo tuve la oportunidad de disparar dos veces. Hice una captura vertical y una horizontal, ambas por la espalda. No sabía que tenía un lema escrito en el pecho también”.

Esa noche, mientras Rahman revelaba la película en el cuarto oscuro de la oficina de su periódico, un colega le dijo que el manifestante con las pintadas había muerto.

“Hubo cierto debate en torno a la cuestión de si debíamos publicar la foto. Inicialmente, mi editor pensó que sería demasiado arriesgado porque podría haber una gran reacción del gobierno. Al final, decidimos seguir adelante”, dijo.

“El presidente Ershad estaba furioso. El gobierno sugirió que habíamos amañado la foto. Yo estaba asustado. Tuve que esconderme durante varios días”.

La fotografía de Pavel se difundió por todo el país y se convirtió en un póster.

Pero nadie hubiera conocido el rostro de Noor si no fuera por otro fotógrafo, Dinu Alam, quien capturó su imagen de frente.

“Hice varias tomas, todas desde el frente. Estuve merodeando a su alrededor durante algún tiempo, sin darme cuenta de que tenía otro eslogan en la espalda”, dijo Dinu.

Los dos fotógrafos habían capturado entre ellos todo el alcance de las frases de protesta pintadas que llevaba Noor, y el final de su vida.

“Probablemente fotografié los últimos momentos de la vida de Noor Hossain”, dijo Dinu.

El reencuentro

Cuando Ikram Hossain vio la imagen en la portada del periódico al día siguiente, quedó devastado.

Se culpó a sí mismo por la muerte de su amigo.

“Pensé que si no hubiera escrito las consignas en su cuerpo, aún estaría vivo”, dijo.

Temiendo por su seguridad, Ikram se escondió y evitó a la policía y las autoridades durante varios años.

Solo después de la caída del presidente Ershad, tres años después, Ikram se sintió seguro.

Finalmente se había organizado un memorial en el lugar de la tumba de Noor e Ikram acudió.

Después del servicio, se acercó al hermano de Noor, Ali.

La culpa y el miedo lo habían mantenido alejado de la familia durante años, pero ahora quería contar su historia.

Deberías conocer a mi padre, dijo Ali.

En la casa de la familia, Ikram lloró. Se disculpó y se declaró culpable.

Pero el padre de Noor lo abrazó.

“Eres como mi hijo”, dijo.

Dhaka es la capital de Bangladesh y tiene más de ocho millones de habitantes. (Getty)
Dhaka es la capital de Bangladesh y tiene más de ocho millones de habitantes. (Getty)

Enterrado en secreto

“Perdimos a Noor Hossain, pero ahora eres hijo mio. Es gracias a ti y a Noor Hossain que tenemos democracia”.

En 1987, Mujibur y su esposa Mariam Bibi tardaron una semana en descubrir qué había sucedido con el cuerpo de su hijo.

Noor fue enterrado en secreto por la policía en una tumba sin nombre en un cementerio en Dhaka, junto con los otros dos manifestantes que murieron ese día.

Pero la noticia llegó a la familia a través de los hombres obligados a preparar los cuerpos y enterrarlos.

Llamé al cuidador del cementerio de Jurain, donde estaba enterrado Noor.

El vigilante solo llevaba allí unos años, pero me dio el nombre de Mohammad Alamgir, el que fuera el guardia nocturno de Jurain en 1987.

Lo llamé y le pregunté si recordaba esa noche.

“Eran las 2.30 de la madrugada cuando llegaron”, dijo Alamgir.

“Yo era el guardia de esa noche, pero tenía que hacer otras cosas: cavar tumbas, lavar cuerpos, enterrar a los muertos”.

Alamgir les dijo a los hombres que vinieron esa noche que no enterraba a los muertos después de las 11 de la noche.

Pero insistieron, diciendo que eran del gobierno. Alamgir tomó los cuerpos y comenzó a lavarlos mientras otros cavaban las tumbas.

“El cuerpo con las escrituras tenía un agujero de bala debajo del pecho, cerca del vientre”, dijo.

“Traté de quitar la pintura, pero era muy difícil”.

Le dijo lo mismo a Ikram Hossain, el pintor, en 1990, cuando los dos se conocieron junto a la tumba.

“Debió ser difícil”, respondió Ikram.

“Escribí los lemas en pintura esmaltada”.

Mucho después, los padres de Noor recibieron otra visita sorpresa de alguien que había esperado años para verlos.

En 1997, el general Ershad, que había sido enviado a prisión en 1990, fue puesto en libertad y visitó a Mujibur y Mariam en su casa.

Fue a disculparse.

“Le dijo a mi padre: ‘Si tu hijo estuviera vivo hoy, te habría cuidado. Intentaré hacer lo mismo’”, recordó Ali Hossain.

Durante los años siguientes, Ershad se mantuvo en contacto y ocasionalmente envió dinero a la familia, hasta que un día Mujibar habló en un memorial para su hijo en la Universidad de Dhaka y le dijo a la audiencia: “No quiero ver el regreso de la dictadura en Bangladesh”.

Esto enfureció a Ershad, dijo Ali.

“Nunca volvió a llamar a mi padre”.

El general

Conocí al general Ershad una vez, más de una década antes de la muerte de Noor.

Fue en 1999 y Ershad, entonces un político de la oposición, viajaba de un lado a otro del país para rejuvenecer sus bases de apoyo.

Lo acompañé en un viaje por el río en el sur de Bangladesh.

Uno de sus ayudantes le había dicho que yo había sido un activista radical durante mis días de estudiante y que había sido encarcelado por la policía.

“Escuché que eras un revolucionario”, dijo en broma un día durante el desayuno.

El general, que murió el año pasado, poseía una personalidad tranquila y encantadora, pero tenía muchas caras.

Llegó al poder en un golpe militar incruento en 1982, siguiendo el mismo guión utilizado por los gobernantes militares de todo el mundo: prometiendo luchar contra la corrupción, reformar el gobierno y limpiar la política.

Hizo del Islam la religión del estado, cambiando fundamentalmente la constitución secular, para complacer a los conservadores religiosos.

Su victoria en las urnas en 1986 se vio empañada por acusaciones de fraude electoral, y mientras estaba en el cargo, Ershad suspendió la constitución y el parlamento del país y reprimió a sus oponentes políticos.

Además presidió el violento sofocamiento de las protestas de 1987 que me llevaron a una celda en una prisión y le costaron la vida a Noor Hossain.

El general Ershad también fue vanidoso.

Hizo que sus poemas, de los que se rumoreaba que habían sido escrito por autores contratados, se publicaron en la portada de los periódicos nacionales, mientras censuraba fuertemente las noticias.

El gobierno de nueve años de Ershad llegó a su fin en 1990, cuando se vio obligado a dimitir ante un levantamiento popular.

Días después fue encarcelado.

Miles de personas marchaban, cantaban y bailaban en las calles de Dhaka.

Todavía recuerdo el júbilo de ese día.

El país no había visto nada parecido desde la independencia en 1971.

Se sentía como un nuevo amanecer, un nuevo comienzo para Bangladesh.

Pero duró poco.

Los dos partidos principales, la Liga Awami y el BNP, pronto se vieron envueltos en una amarga lucha por el poder.

En las décadas siguientes se turnaron para gobernar el país, desplegando las mismas tácticas autoritarias utilizadas por el antiguo régimen.

La caída de Bangladesh en el autoritarismo fue muy dolorosa sobre todo para los activistas que sufrieron en su larga lucha por la libertad contra el general Ershad.

“Sacrificamos nuestra juventud, la mejor parte de nuestra vida, para luchar por la democracia”, dijo Nasir-ud-doza, un veterano del levantamiento de 1990 a quien conocí por primera vez en un camión de la policía en 1987, donde lo pateaban repetidamente.

“Nunca podré perdonar a esos políticos que mataron nuestros sueños por sus mezquinos intereses personales o de partido”, dijo.

Bangladesh disfrutó brevemente de la democracia “en todo su esplendor”, recordó Ikram Hossain, “como una luna llena brillante en el cielo nocturno”.

“¿Dónde está esa democracia ahora?”, se preguntó.

Ikram sigue pintando letreros, aunque ahora el trabajo es principalmente digital.

Ya no se usa tanto la pintura esmaltada.

Su pequeña tienda en Hatkola Road está a solo unos cientos de metros de las dependencias del personal presidencial donde vivía en 1987.

Un poco más lejos, cerca de la antigua tienda de Ikram, está el callejón donde escribió las consignas en el cuerpo de Noor, y un poco más allá el lugar donde Noor fue asesinado a tiros, ahora llamado “Plaza Noor Hossain”.

Ikram todavía puede recordar claramente haber embadurnado la pintura gruesa en Noor Hossain ese día, sus manos temblando de miedo.

“No era mi mejor letra”, dijo. “Pero fue lo mejor que he escrito”.

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