La historia de Hiroo Onoda, un soldado japonés de la Segunda Guerra Mundial, es el sinónimo perfecto de perseverancia y compromiso en el mundo militar.
El soldado japonés que se ocultó en la selva filipina durante casi tres décadas, porque no creía que la II Guerra Mundial hubiera terminado, murió el jueves en Tokio a los 91 años de edad. Su fallecimiento hace necesario contar lo que pasó con él.
SOLDADO OBEDIENTE
Entrenado como oficial de información y en tácticas de guerrilla, el teniente Onoda, con 22 años fue enviado a Lubang en 1944. Durante la guerra sus consignas para él y sus hombres eran no rendirse jamás, no recurrir a los ataques suicidas, y mantenerse firmes hasta que les llegaran refuerzos, cuenta la agencia AFP.
Ya sobre el final de la guerra, Hiroo Onoda emprendió una campaña militar a nivel de guerrilla para combatir las tropas estadounidenses en la isla de Lubang, cerca de Luzón. Tomó 29 años convencerlo de que la Gran Guerra había culminado.
De acuerdo a la Agencia Francesa de Prensa, durante años se le lanzaron comunicados desde aviones y se realizaron otros esfuerzos sin éxito para convencerlo de que el ejército imperial había sido derrotado. Fue incluso necesaria la visita de quien fuera su comandante para que Onoda pusiera punto final a su guerra personal.
PERSEVERANTE A MUERTE
Onoda fue renuente a rendirse al ser en vida un 'holdouts', es decir, hombres asiáticos que simbolizaban la asombrosa y absoluta perseverancia de quienes fueron llamados a luchar por su emperador. En Filipinas, su existencia era conocida de vieja data, informó AFP.
Los 'holdouts' patrullaban, a veces atacando a residentes locales, o abriendo fuego contra el ejército filipino. Uno de ellos murió en los cincuenta. Fue en ese momento, que Tokio y Manila emprendieron tares de búsqueda y rastreo de los últimos dos soldados que debían quedar en la isla. En 1959 los dieron por muertos.
LA ORDEN DE DEPONER LAS ARMAS
En 1972, un tiroteo con las tropas locales, hicieron que Onoda y otro soldado, que murió en la emboscada con las tropas locales, hizo que las autoridades siguieran el rastro del militar japonés nuevamente.
El incidente conmocionó a Japón, por lo que se decidió llevar a Lubang a miembros de su familia con la esperanza de convencerlo de que las hostilidades habían terminado hacía mucho tiempo. Onoda explicó después que todo ese tiempo creyó que los intentos por convercerlo eran obra de un régimen títere instalado en Tokio por Estados Unidos, indicó la agencia AFP.
Fue necesario que su comandante directo lo visitara en su escondite en la selva y le diera la orden de deponer las armas, para que la guerra personal de Onoda contra las fuerzas de EE.UU. llegara a su fin en 1974, veintinueve años después.
El teniente Onoda fue el penúltimo soldado nipón de la Segunda Guerra Mundial en rendirse, siete meses más tarde lo hizo el postrero, Teruo Nakamura, de origen taiwanés, enrolado en el ejército de Japón que ocupaba China en 1943. Éste murio en 1979, con casi 60 años de edad.