En el extremo suroeste del archipiélago japonés, hay una remota aldea que en noviembre se pinta de naranja y en mayo desprende un intenso aroma frutal, y en la que un nombre es reconocido por todos: Fujimori.
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El paseo a pie por Kawachi en pleno verano se impone arduo pero el lugar sin duda lo merece: este pueblo, de unos 5.600 habitantes, se ubica en un lugar privilegiado, entre el mar y el cielo, envuelto en verdes montañas de campos de mikan (la mandarina nipona, orgullo de este enclave) y una amplia costa con miras al monte Unzen —uno de los volcanes activos más conocidos de Japón— y a Nagasaki, al otro lado del mar de China.
“La vista es fantástica”, señala Haruhiko Nozaki, el director del centro comunitario, la única voz oficial del lugar a falta de gobierno, y quien recibe a BBC Mundo con ese tono tímido pero a la vez acogedor que caracteriza a los habitantes de esta localidad japonesa.
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A sus espaldas, un grupo de souvenirs expuestos que destacan nada más entrar: una muñeca con vestimenta andina de gran tamaño, una pequeña réplica del Machu Picchu en una vitrina y dos platos decorativos.
Son regalos que las autoridades sacaron a relucir para la ocasión, pues la visita de BBC Mundo a este remoto rincón de Japón está estrechamente ligada a Perú y especialmente al expresidente Alberto Fujimori, recibido en este lugar como un héroe cuando lo visitó en los años 90 tras su sorpresiva —y victoriosa— entrada en política.
“De aquí son los padres de Fujimori, y para este pueblo es un gran honor que un presidente de Perú tenga familia de aquí”, destaca Nozaki dos décadas después de aquella triunfante visita.
Pero no todos en Kawachi opinan lo mismo sobre el presidente más controvertido de Perú, encarcelado por corrupción y abusos de derechos humanos e impulsor de un movimiento, el fujimorismo, que aún polariza dentro y fuera de las fronteras peruanas.
Para conocer Kawachi y a sus gentes, hay varios lugares recomendados… y el más popular es sin duda el supermercado. El único que hay.
Su fachada, de un naranja intenso, rompe con la arquitectura nipona de tejados grises y casas bajas de tonalidades apagadas del pueblo, donde es raro ver a alguien caminar.
Como si se tratara de una típica ciudad media estadounidense, el auto es la norma y es en el aparcamiento del establecimiento en el que algunos vecinos se paran a saludarse, entre el permanente runrún de las cigarras.
“La vida aquí me gusta mucho, es muy cómoda, lo mejor es la gente, tienen muy buen carácter… Y si te mudas aquí, nunca más tendrás que comprar mikan (mandarinas)”, comentan dos mujeres entre risas a BBC Mundo, después de que otros se mostraran más tímidos con la prensa.
Inevitablemente, la visita de un medio extranjero no pasa desapercibida en el lugar y todos hacen la misma pregunta: “¿Por qué vinieron?”.
“Ah, Fujimori… Todo el mundo que vive aquí lo conoce, como todo el mundo conoce la avenida del Perú”, dice otra residente, Yuki Nakamura, frente a un colorido puesto de flores a las puertas del supermercado y sonriendo para una foto sin desprenderse de la mascarilla.
La avenida del Perú ya no lleva a ninguna parte, pues acabó siendo cortada por una carretera; pero su raído letrero es uno de los múltiples detalles que muestran la conexión de Kawachi con el país que encumbró a Fujimori, a más de 15.000 km de distancia.
Fue inaugurada en honor al expresidente, nombrado hijo predilecto de Kawachi, y lleva a un árbol que plantó el propio Fujimori en su visita en los 90. El árbol murió al poco tiempo pero su tronco sigue ahí, junto a una inscripción de piedra que las autoridades rescataron del suelo y la maleza poco antes de la llegada de BBC Mundo.
“[La visita de Fujimori como presidente electo] fue muy cálida, con grandes pancartas y muchísima gente que se reunió para darle la bienvenida”, recuerda el veterano periodista japonés Jun Izumi, quien ha seguido la carrera del político desde el principio y viajó a Perú varias veces antes y después de que apareciera en escena.
Desde el periódico para el que lleva trabajando desde los años 80, en Kumamoto, la ciudad a la que pertenece Kawachi, Izumi muestra algunos recortes de sus decenas de artículos sobre Fujimori, uno de ellos titulado: “Bienvenido, Fujimori. El pueblo, emocionado”.
Según las crónicas del acontecimiento, Fujimori fue recibido en el mismo aeropuerto de Kumamoto por las autoridades y algunos de sus familiares, en el marco de su visita de 5 días al país en busca de ayuda económica ante la profunda crisis económica peruana.
El entonces presidente electo hizo un recorrido a pie por el pueblo de sus ancestros, saludando a las multitudes que se agolparon a su paso con banderas o pancartas, pero sin intercambiar muchas frases en japonés -idioma que no domina, aunque entiende-; y dedicó parte del día a visitar a familia paterna y materna.
Para los lugareños, que un descendiente de japoneses llegara a lo más alto en otro país “fue motivo de orgullo”, destaca el reportero de Kumamoto. “Ofreció una perspectiva positiva a los inmigrantes al cambiar su imagen, del forastero que deja Kumamoto para tratar de ganar dinero a alguien realmente exitoso”.
Ese sentimiento, según la prensa local, se acabó materializando en una colecta de hasta US$20.000 para apoyar a Perú y en una organización para impulsar la cooperación entre ambos pueblos, de la que hoy no queda rastro.
Del paso de Fujimori por Kawachi, Izumi recuerda especialmente el lema de campaña con el que el presidente se alzó (honradez, tecnología y trabajo, rasgos que los peruanos identificaban con el emigrante japonés) y dedicó todo un artículo a sus habilidades para sacar rédito de la cultura de sus ancestros y la que le acogió, moviéndose entre dos aguas.
Su opinión sobre el político cambió radicalmente, no obstante, cuando el 5 de abril de 1992, el entonces presidente peruano propició un autogolpe de Estado con el apoyo del Ejército, clausurando el Congreso e interviniendo el Poder Judicial.
“Me siento traicionado por Fujimori porque no siguió el camino democrático para revitalizar la economía, en ese contexto no fue nada diferente a otros políticos peruanos”, sentencia.
Las imágenes que uno se encuentra en la escuela primaria del pueblo, abierta en 1985 y ahora cerrada por falta de alumnos, dan fe de ese entusiasmo previo con el expresidente y Perú.
A su entrada, y junto a una tradicional puerta torii, es Perú el que da la bienvenida: un tapiz enorme peruano, regalo de la madre de Alberto Fujimori, cuelga en la pared junto a una fotografía del expresidente en blanco y negro cuando ganó las primeras elecciones.
“Recuerdo estar muy impresionado [cuando vino Fujimori]”, recuerda el campesino Hiroaki Nakagawa desde la preciosa escuela, paseando por los pasillos de madera, ahora vacíos pero decorados e impolutos.
“Desde que nos visitó, empezamos a tener comida peruana en el almuerzo”, cuenta Nakagawa, por entonces un niño de 11 años y ahora uno de los muchos agricultores de mikan de Kawachi.
El campesino destaca esa felicidad que se vivió en el pueblo pero también cómo la imagen del “ciudadano ilustre” se vio empañada tras su sentencia a prisión. “Cuando ahora vemos a su hija Keiko y el apoyo que tiene aunque no haya conseguido ganar las elecciones — añade en referencia a los últimos comicios este año, que ganó Pedro Castillo— , en parte creo que ha amortiguado esa sensación, nos ha hecho repensar todo”.
Combatiendo el extremo calor toalla húmeda en mano, Nakagawa accede a acompañar a BBC Mundo por las instalaciones, que hay que recorrer dejando los zapatos en la puerta y colocándose unos mocasines rojos.
“Ahí”, señala en la segunda planta, apuntando a otro gran tapiz, esta vez de la batalla de Junín de 1824 y de Fujimori bajo el nombre de su partido, Cambio 90.
No obstante, su mirada inevitablemente se gira hacia el paisaje que se puede disfrutar desde las aulas: la montaña, el océano…
Es lo que más le gusta a Nakagawa de su localidad natal: “Las preciosas vistas. El tiempo aquí transcurre muy despacio, la vida es muy confortable”.
- “¿Podría hablar con el señor Fujio Fujimori, por favor?”
Es ya casi de noche y el intérprete de BBC Mundo, Eddy Duan, descuelga el teléfono con la esperanza de hablar con parte de la familia que le queda a Alberto Fujimori en Kawachi… y la única que accedió a hablar con este medio.
Fujio tiene 84 años y es primo del expresidente por parte de padre. Responde al teléfono su nieta, la veinteañera Akino, y enseguida se escucha al octogenario saludando, con un tono de voz calmado y acogedor, pero extremadamente tímido.
El de Kawachi había cancelado a última hora la entrevista acordada en persona por miedo al coronavirus y se siente sorprendido por que alguien quiera conocer su historia, pero poco a poco se abre para compartir detalles de su vida como agricultor de mikan, 70 años en el campo con parientes que emigraron en busca de un futuro mejor y una escena que le quedó marcada de por vida: el bombardeo de Nagasaki.
“Estaba en segundo grado cuando terminó la Segunda Guerra Mundial. Lo que recuerdo muy bien es la bomba atómica en Nagasaki […] de camino al refugio, recuerdo ver la nube atómica desde aquí […] Estaba tan oscuro… nunca olvidaré lo que vi”.
Empezó a trabajar en los años 60, siguiendo el camino de sus padres, y sus esfuerzos le permitieron “comprar una montaña” y aumentar así sus terrenos de cultivo, primero solo en Kawachi, luego en un área adyacente. Hoy está semiretirado, pues sus hijos han tomado el relevo.
“Mi padre era el cuarto varón de la familia. El primero, segundo y tercero se marcharon a Perú. Naoichi [el padre de Alberto Fujimori] volvió a Japón alrededor de 1934, se casó y volvió a Perú”, recuerda.
Los detalles del recorrido de la familia del expresidente Alberto Fujimori no están del todo claros. Cuando irrumpió en política, el veterano periodista peruano Luis Jochamowitz arrojó un poco de luz con “Ciudadano Fujimori”, un libro publicado en 1994 pero con relevancia hasta el día de hoy, que ayuda a entender al personaje y especialmente el contexto de la inmigración japonesa en Perú.
“Casi no hay información del interior familiar. Es una cultura, una familia (…) muy cerrada”, señala Jochamowitz a BBC Mundo.
“No es una historia de éxito del todo, como en otras familias japonesas, pero van progresando. No espectacularmente, por ejemplo, como ocurrió con la familia de su esposa, que sí que hizo mucho más dinero”.
Lo que Jochamowitz sí descubrió es una “mina bibliográfica” de la historia de la inmigración japonesa, especialmente de la Segunda Guerra Mundial, un periodo muy duro para los japoneses en el exterior, que fueron perseguidos y se vieron forzados a abandonar la idea de volver a su país de origen.
“[Alberto] Fujimori nace en el 38 y de cierta forma es hijo de ese momento”.
Desde su Kawachi natal, Fujio recuerda como “alguien diferente” a su primo Alberto, que estudió en escuelas nacionales peruanas cuando las japonesas se fueron cerrando en medio del creciente sentimiento antijaponés y se licenció como ingeniero.
Según los recortes de periódico, él fue uno de los dos familiares que le recibieron a su llegada al aeropuerto en esa primera visita al pueblo como presidente electo. “No diré mucho porque no recuerdo mucho […] pero siento que era más inteligente que nosotros. Estaba preparado para convertirse en presidente cuando nos vimos”.
Pese a su encarcelamiento, se sigue sintiendo orgulloso de su pariente y recuerda especialmente su labor durante la toma de la residencia del embajador japonés en Lima por parte de 14 guerrilleros del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), un capítulo de la historia que otros lugareños también sacan a colación.
“No sé si ha hecho algo malo para merecer que le encarcelen. No creo que hiciera algo así. Solo quiero que salga de ahí y vuelva a la normalidad. Tendrá 83 años pronto, es mi único deseo”, manifiesta el primo de Fujimori.
Sus vecinos empresarios parecen tener opiniones similares.
“Perú tiene condiciones políticas muy inestables, a diferencia de la estabilidad japonesa. Así que creo que era inevitable (...) Espero que sea indultado pronto, he hablado con muchos empresarios y ese es el consenso”, argumenta el magnate de los medios de comunicación Taisuke Matsuoka sobre la caída de Fujimori y su condena a prisión.
El octogenario atiende amablemente a BBC Mundo en su despacho con una sonrisa permanente, que contagia a pesar de la mascarilla, y recuerda el día en que conoció al expresidente.
En su caso fue en 2004 y la situación había cambiado mucho desde el retorno de Fujimori en los 90: “Nos enteramos de que había dimitido de la presidencia [estando en Tokio, por fax] así que decidimos reunirnos con él en un hotel de la capital”.
El veterano empresario no recuerda exactamente de lo que hablaron mientras tomaban el té, pero le quedó claro que el ya exmandatario buscaba el apoyo de Japón para volver a convertirse en jefe del gobierno en Perú.
“Kumamoto tenía muchos inmigrantes en Perú y también querían apoyarle (…) pero ya había menos interés en él”.
Al caer la tarde-noche en Kawachi el único lugar disponible para reuniones sociales es el “Joy cafe”, un restaurante de estilo y comida estadounidense con un toque nipón.
Allí es donde cita a BBC Mundo la nieta de Fujio Fujimori, Akino, quien llega junto a su hermano pequeño, estudiante de universidad, y un bolso repleto de fotografías de su abuelo, sus familiares y recuerdos de Perú.
“He vivido aquí desde que nací. No somos muchos pero estamos muy unidos. Estamos rodeados de naturaleza y es muy agradable, pero la gente tiende a irse cuando se gradúa. Ojalá se revitalice con más jóvenes, porque a veces es un poco triste”, cuenta la joven, funcionaria pública especializada en arqueología.
En la mesa de al lado, un numeroso grupo de hombres celebra entre cervezas y comida, mientras Akino termina su cena y hace espacio en la mesa para mostrar los recuerdos que ha traído.
En un marco aparece su abuelo, Fujio, junto a su esposa, sonrientes; y después, ella, de niña, cogida en brazos por Fujio; varios hermanos con recuerdos de Perú que les fueron regalados; o una imagen del salón de la casa familiar, con un gran marco a sus espaldas en el que se puede apreciar a Alberto Fujimori con la banda presidencial.
“He ido a trabajar fuera de Kawachi y todo el mundo reconoce mi apellido, porque es el mismo que el de Alberto Fujimori. Me siento muy orgullosa (…) pero a diferencia de en el pasado, cuando la gente le reconocía con orgullo, ahora todo el mundo tiene una impresión negativa”.
“Cuando me piden que lo describa, le tengo que presentar como alguien que está preso. Me entristece”, añade seria, y con un hilo de voz que cuesta escuchar en el bullicioso establecimiento.
Akino parece bien informada: es la única de todos los entrevistados que menciona detalles del caso contra su familiar —desde las matanzas de inocentes a la corrupción del jefe de los servicios de inteligencia y mano derecha de Fujimori, Vladimiro Montesinos— aunque insiste en que el expresidente siempre se declaró inocente y concluye: “Yo quiero saber qué pasó realmente”.
En cualquier caso, la atención por el político peruano, su familia o el propio Perú ha caído notablemente en este rincón de Japón, aunque siga manteniendo los símbolos que le unen.
“Keiko despertó un poco el interés, pero ella no es muy popular aquí, y él es un hombre del pasado”, sentencia el reconocido periodista japonés Jun Izumi.
Desde las alturas de Kawachi, se ve claro.
Tras un breve pero movido recorrido por carreteras sinuosas, se llega al último rincón que los lugareños insisten que hay que visitar. Uno de los más populares.
Una máquina expendedora marca Coca-Cola y un banco de metal blanco esperan en el punto indicado, en una especie de arcén de la carretera en el que no dejan de parar motoristas a tomar un refresco y hacerse fotos.
Al frente, el azul del mar se confunde por momentos con el cielo, solo interrumpido por el monte volcánico.
En la bajada, ya de salida, nuestros acompañantes, miembros del centro comunitario de Kawachi, se giran a mirar los campos de cultivo y luego preguntan al equipo de BBC Mundo, con una sonrisa cómplice:
“¿Ven los campos de mikan? Algunas personas dicen que es como estar en Perú”.
Una inmigración diferente a la de otros países de América
La inmigración japonesa a Perú empezó en 1873 con la llegada del barco Sakura Maru: transportaba a los primeros 790 japoneses en busca de trabajo en las haciendas azucareras de la costa peruana.
Llegaban con contratos mediante acuerdos gubernamentales, en un momento en el que Japón estaba “tratando de buscar destinos para sus trabajadores y Latinoamérica tenía una fuerte demanda de mano de obra”, explica el historiador Toshio Yanagida, especialista en inmigración japonesa a Perú de la Universidad de Keio, en Tokio.
Hasta 1923, su número llegó a los casi 18.000. A partir de 1923, se eliminó la modalidad de inmigrantes con contrato laboral, pero continuaron ingresando al país como “inmigrantes libres”, llegando a un total de casi 33.000 hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, que marca un punto de inflexión, según datos oficiales.
Perú fue el primer país de Latinoamérica con el que Japón estableció relaciones diplomáticas y la comunidad japonesa terminó muy integrada en comparación con otros países de América.
“Al principio, los japoneses fueron contratados para trabajar en haciendas de azúcar o algodón, pero poco después se trasladan a las ciudades en busca de mejores salarios. Allí empiezan a trabajar en casas de familias adineradas pero poco a poco comienzan a abrir sus propios negocios, coincidiendo con el desarrollo urbanístico del país”, señala el historiador a BBC Mundo.
En el caso de Perú, los japoneses “no solo satisfacen la demanda de los inmigrantes japoneses, sino de la población local peruana”, lo que conlleva a una mayor integración.
“Eso no ocurrió en México, tampoco en Brasil, dos de los países con mayor inmigración japonesa. De ello también dependió el tamaño de los grupos de japoneses. Por ejemplo, en el caso de Brasil, había suficiente demanda de los propios japoneses”, destaca Yanagida.
Prueba de esa cercanía entre ambos pueblos es la afamada cocina peruana, cuya vinculación con el país del sol naciente surge de esa integración de la comunidad nikkei, que empieza a fusionar ambos mundos, apunta el historiador.
Se estima que Perú tiene una de las comunidades nikkei más numerosas en el mundo yla segunda en Sudamérica después de Brasil, conformada por unas 100 mil personas, según la Asociación Peruano Japonesa.
Se trata de uno de los coletivos más dinámicos del país, con presencia en todos los ámbitos: desde el mundo empresarial al cultural o político, con Alberto Fujimori como máximo exponente, pero no el único.
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