Rigoberto Montesinos estaba tan preocupado por los efectos secundarios de la vacuna contra el COVID-19 que inicialmente rehusó ponérsela. El impacto que le causó la muerte de dos amigos cercanos por complicaciones de coronavirus le hizo cambiar de opinión.
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Pero cuando finalmente decidió vacunarse, el veterano combatiente de la invasión a Bahía de Cochinos no consiguió las dosis en donde vive, en Hialeah, una ciudad vecina a Miami donde el 95% de los residentes son latinos. Logró un turno en Miami Beach, a unos 30 minutos en automóvil, pero fue cancelado sin ningún tipo de explicaciones. Después de intentar durante semanas, finalmente recibió la primera dosis de la vacuna la semana pasada.
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“Con mi edad y con el virus recrudecido, no puedo estar arriesgándome”, aseguró el exiliado cubano, de 82 años y que participó en el intento de derrocar a Fidel Castro en 1961.
Desde ancianos cubanos-estadounidenses en la Florida hasta campesinos de California, los latinos enfrentan fuertes obstáculos para recibir las vacunas contra el COVID-19 en Estados Unidos, creando riesgos para la salud pública a medida que el virus cambia y se propaga.
Al igual que otros que no son de la raza blanca, los más de 60 millones de latinos que viven en Estados Unidos han resultado desproporcionalmente impactados por el coronavirus, y para ser vacunados enfrentan barreras que incluyen la falta de conocimiento sobre la inmunización, sitios de Internet de los gobiernos estatales sin instrucciones en español, dificultades para encontrar turnos en sus comunidades, y temores de ser detenidos por la policía de inmigración.
Los estados, ciudades y condados están bregando para garantizar que las personas que no son blancas, las que viven en pobreza y otras comunidades de escasos recursos sean vacunadas, incluyendo específicamente a zonas vulnerables y trabajando con grupos comunitarios para que registre a estas personas.
En Arizona, donde el idioma es una barrera para algunos latinos y el inglés la única opción para registrarse en los sitios de Internet del estado, un investigador de Arizona State University trabaja en una campaña en español en línea con el objetivo de esclarecer la información sobre la vacuna.
Los latinos, al igual que otros grupos, también están frustrados porque las vacunas no alcanzan.
Luis Morejon, un sobrino de 70 años de Montesinos, aún estaba buscando la forma de recibir la vacuna en Miami la semana pasada. A él le ha reaparecido un cáncer y además tiene diabetes, igual que su esposa.
“Llevamos un año escondidos en la casa”, expresó Morejon.
Una encuesta AP-NORC realizada entre adultos estadounidenses en enero mostró que cerca de la mitad de los hispanos y negros estadounidenses están extremadamente o muy preocupados porque ellos o sus familiares puedan enfermarse con el COVID-19. En comparación, cuatro de cada 10 blancos estadounidenses piensa igual.
La encuesta mostró que la disposición de los latinos para ser inoculados es similar a la de los estadounidenses en general. Cerca del 65% de los latinos dijo que definitivamente o probablemente recibirá la vacuna cuando esté disponible para ellos, o que ya se vacunó con al menos una de las dos dosis.
Con una tendencia de enfermedades de salud que incluyen diabetes, obesidad e hipertensión, los latinos representan uno de los grupos de mayor riesgo de contraer el COVID-19 y morir por sus complicaciones en Estados Unidos. Y no solo es un problema para ellos, sino también para la salud del resto de la población.
“El virus no diferencia, necesitamos vacunar a todos”, expresó Gilberto López, un investigador de la Arizona State University que está intentando poner en evidencia las concepciones equivocadas sobre la vacuna en el idioma español.
“De lo contrario va a seguir mutando y nunca vamos a poder terminar con él”, indicó.
En Nueva York, los doctores Víctor Peralta e Ingrid Félix-Peralta, quienes están casados, vacunaron contra el COVID-19 la semana pasada en un edificio de vivienda pública para ancianos. Lo hicieron a través de la red SOMOS, un grupo de médicos que ofrece cuidado a minorías con pocos recursos.
“Los hispanos representan una gran porción de nuestros trabajadores que están en primera línea. Trabajan en supermercados, restaurantes, en la industria alimentaria y trabajan durante el día, así que les cuesta encontrar el tiempo para vacunarse”, dijo Peralta, un pediatra.
Nellie Hernández, una puertorriqueña de 73 años, dijo que tras sobrevivir cáncer de garganta y ver a amigos fallecer debido al COVID-19 se siente aliviada de haber recibido una segunda dosis de la vacuna por parte del doctor Peralta.
“Ahora salgo y hago mis recados y me siento un poco más tranquila”, dijo.
Hay hispanos sin autorización para vivir en Estados Unidos que temen ser deportados si van a vacunarse, a pesar de que el Departamento de Seguridad Interna dijo recientemente que los centros de vacunación no forman parte de la red de lugares en los que se puede detener a personas.
“Sabemos que nuestros pacientes no siempre nos dan su dirección y número de teléfono correctos”, dijo Peralta en referencia a las personas que acuden a su centro pediátrico.
Además del miedo a la deportación, la educación puede ser un problema.
Activistas que defienden los derechos de trabajadores del campo en Lake Worth, Florida, al norte de Miami, dicen que algunos migrantes no saben leer o escribir en ninguna lengua y muchos carecen de automóvil o licencia de conducir.
El Guatemalan-Maya Center en la zona ha iniciado una lista de trabajadores que quieren vacunarse y ha ofrecido sus oficinas como posible lugar de vacunación, dijo Mariana Blanco, subdirectora del centro.
Es importante tener en cuenta la demografía cuando se trata de crear centros de vacunación, opina Tomás León, vicepresidente de Equality Health Foundation, con sede en Arizona. León aseguró que los estados deben recopilar información sobre la raza y etnicidad de aquellos que se vacunan para asegurar un acceso equitativo.
“Muchos hispanos sufren el coronavirus y son más propensos a sufrir mayores problemas”, dijo.
Muchos centros de vacunación se encuentran lejos de comunidades poco atendidas y con alto riesgo de exposición, agregó León. A los centros se debe ir en automóvil ya que el servicio de vacunación es a menudo realizado con los pacientes dentro del auto.
Los grupos comunitarios pueden acceder a hispanos en zonas seriamente afectadas por el COVID-19 como el condado de Yuma, en Arizona, donde los latinos representan dos tercios de aquellos afectados por el virus.
“A medida que continúan los esfuerzos para distribuir la vacuna del COVID-19, la aceptación y confianza de los hispanos será crucial”, dijo León.
En el sur de la Florida, representantes de Jackson Health System dijeron que casi la mitad de las 65.000 personas mayores de edad que vacunaron hasta principios de febrero se identificaron como hispanas.
El sistema hospitalario se ha aliado con 55 iglesias, templos y organizaciones comunitarias para enfocarse en ayudar a personas mayores de edad en zonas donde viven minorías y gente de pocos recursos. Muchos de ellos tienen dificultades para usar la tecnología que se necesita para inscribirse y recibir la vacuna.
Madeline Barrios pasó dos domingos recientes sosteniendo formularios en la entrada de la Iglesia católica St. Dominic, cerca del barrio de la Pequeña Habana de Miami, registrando para vacunar a personas mayores de edad.
“Creo que la gente se siente más cómoda, especialmente la gente mayor, en persona, haciendo sus preguntas a alguien con el que pueden hablar”, dijo Barrios.
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