Por Adrián Foncillas, desde Beijing
Es tan seguro que Joe Biden se esforzará en apretar los lazos que el trumpismo ha aflojado con sus aliados como que seguirán las colisiones con China. En Beijing late la certeza de que la hostilidad entre las grandes potencias no depende del inquilino de la Casa Blanca y ha asistido a las elecciones con la relajación del que no se juega nada.
Cuatro años atrás, en cambio, la élite política se decantaba por Donad Trump a pesar de sus diatribas antichinas porque en él intuían a un pragmático hombre de negocios que, además, dejaría el campo expedito con su política de “Estados Unidos primero”. Los expertos discrepaban estas semanas sobre quién favorecía esta vez a Beijing pero confluían en que la sintonía no regresará.
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Cualquier presidente está aprisionado por el contexto. China desbancará a Estados Unidos en la cúspide global en la próxima década, según los cálculos más conservadores, y a Washington le urge retrasar lo inexorable con campañas diplomáticas, económicas y militares. Las últimas leyes de castigo contra China, por asuntos como la represión sobre la etnia uigur o Hong Kong, han revelado la sintonía de republicanos y demócratas y enterrado aquellos debates sobre si China era un aliado o un rival. La población, además, muestra un sentimiento antichino sin precedentes.
Las disputas son mayores ahora que cuatro años atrás por la misma lógica que serán aún más feroces en las próximas elecciones. El momento sublima lo que los historiadores definen como la trampa de Tucídides: esos fragorosos tiempos en los que la potencia declinante frena a la emergente. China ya se abrochó el cinturón de seguridad con el último Plan Quinquenal, aprobado semanas atrás, que enfatizaba el consumo interno y la autosuficiencia tecnológica, sin esperar al veredicto de las urnas.
¿Trump o Biden?
Descartado el volantazo, cabe afinar en los detalles para intuir las diferencias entre el presidente saliente y el entrante. Las formas son las más evidentes y a ellas se ha agarrado la prensa nacional china para desear con un comedido optimismo que baje la tensión. Biden será más “moderado y maduro”, pronosticó en unas de las escasas alusiones a las elecciones. La diplomacia china también agradecerá sus políticas más previsibles tras cuatro años de cierta histeria, durante los que Trump aplaudía un día la política en Xinjiang y Hong Kong o la respuesta al coronavirus y las condenaba al siguiente.
El currículum internacional de Biden está contrastado y a él se refirió el líder chino, Xi Jinping, como su “viejo amigo” cuando ejercía de vicepresidente. Es probable que la diplomacia china ya haya disculpado que Biden llamara “matón” a Xi semanas atrás porque, al fin y al cabo, los ataques a China integran la liturgia electoral estadounidense.
Esa deseada normalización permitirá que aborden temas de interés mutuo. “Biden está dispuesto a trabajar con China en el cambio climático, los acuerdos nucleares con Irán, la Organización Mundial del Comercio y otros asuntos globales. Su asesor en política exterior ya ha aclarado que está completamente en contra del ‘decoupling’ (desconexión) que defienden algunos en la administración Trump”, señala Stanley Rosen, sinólogo de la Universidad de Carolina del Sur.
Existen sobrados asuntos menores por los que empezar el deshielo para recuperar cierto clima de confianza. “Por ejemplo en el área educativa, donde ha habido muchos problemas con estudiantes e investigadores, en la prensa, tras la expulsión de periodistas, o los cierres de consulados. Se recuperará cierto tono institucional y quizá algunos mecanismos como el Foro de los Gobernadores que fue suspendido semanas atrás”, señala Xulio Ríos, director del Observatorio de Política China.
La pugna por la supremacía
No se esperan cambios en Xinjiang, Hong Kong, la guerra comercial y tecnológica ni el el resto de asuntos vinculados a la pugna por la primacía económica o la influencia global. Es previsible que la intención de Biden por recuperar el centro de la escena mundial que desdeñaba Trump complique a la diplomacia china. La retirada estadounidense de los acuerdos climáticos de París y del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica convirtieron a Beijing en un improbable bastión en cuestiones medioambientales o de libre comercio. También las tercas críticas a la Organización Mundial del Comercio y la OTAN, la salida de la Organización Mundial de la Salud y los pretendidos aumentos de la factura a Seúl y Tokio por su apoyo militar perfilaron a Washington como un socio egoísta y poco fiable. Es seguro que a Beijing le incomoda más el multilateralismo de Biden que la guerra en solitario de Trump.
“Aunque China se aprovechó de la ausencia estadounidense durante el mandato de Trump, fue incapaz de cumplir el mismo rol porque aún carece de la influencia política y económica de Washington” señala Lawrence Reardon, profesor de Ciencia Política de la Universidad de New Hampshire. “Algunos países se han mostrado crecientemente incómodos por las actitudes de Beijing en cuestiones económicas y de derechos humanos. En lugar de ir por su cuenta, Biden trabajará con sus aliados para confrontar a China. Así que Biden y los aliados tradicionales de Estados Unidos serán una amenaza para la influencia global china”, añade.
Biden ejemplifica cómo se ha degradado en Estados Unidos la percepción de China. Decía en el 2011 que su auge “es positivo no solo para China sino para Estados Unidos y el orden mundial”. En el 2020 ya urgía a “ponerse duro” con China y en las recientes elecciones rivalizó con Trump en golpearle sin pausa. Esa inercia invencible permitirá escasos espacios de entendimiento en las relaciones entre las dos potencias durante este y los futuros mandatos.
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