Una vista panorámica de cómo fueron arrasadas las casas, negocios e iglesias de Greenwood, en Tulsa, Oklahoma, el 31 de mayo de 1921. Los inmuebles de las 35 cuadras de este barrio fueron incendiados y destruidos por una turba de hombres blancos. Los afroamericanos que sobrevivieron fueron enviados a campos de refugiados. AFP
Una vista panorámica de cómo fueron arrasadas las casas, negocios e iglesias de Greenwood, en Tulsa, Oklahoma, el 31 de mayo de 1921. Los inmuebles de las 35 cuadras de este barrio fueron incendiados y destruidos por una turba de hombres blancos. Los afroamericanos que sobrevivieron fueron enviados a campos de refugiados. AFP
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Redacción EC

“Todavía veo disparos a hombres negros, cuerpos de negros tirados en la calle... Todavía veo que se queman negocios de negros. Todavía escucho los gritos”. Viola Fletcher tiene 107 años y aún recuerda lo que ocurrió aquel infame 31 de mayo de 1921, un siglo atrás, cuando turbas de hombres blancos mataron a 300 afroamericanos, quemaron y destruyeron sus casas y negocios en el barrio de Greenwood, en Tulsa, Oklahoma.

Días antes de que se cumplieran 100 años de este hecho que casi quedó enterrado en la historia del país, Fletcher y otros dos sobrevivientes -los únicos que quedan vivos- acudieron el pasado 19 de mayo al Congreso para pedir justicia y reconocimiento.

La masacre de Tulsa, como ya se le conoce, es considerada la peor matanza racial contra afroamericanos. Pese a ello, apenas ha sido nombrada en libros de historia y la mayoría de estadounidenses no supo durante décadas lo qué ocurrió. Ninguna de las familias afectadas fue indemnizada ni los agresores fueron acusados o, al menos, cuestionados.

“Nadie se preocupó por nosotros durante casi 100 años. Nosotros y nuestra historia hemos sido olvidados, borrados. Este Congreso debe reconocernos”, reclamó la centenaria mujer en una audiencia en el Comité Judicial de la Cámara de Representantes.

Viola Fletcher, a sus 107 años es la sobreviviente de mayor edad de la masacre de Tulsa.  AFP / JIM WATSON
Viola Fletcher, a sus 107 años es la sobreviviente de mayor edad de la masacre de Tulsa. AFP / JIM WATSON
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El ‘Wall Street negro’

Greenwood era un próspero barrio de Tulsa. La repartición de tierras tras el fin de la guerra civil (1861-1865) que enfrentó a los estados del sur y el norte benefició a algunas comunidades afroamericanas que se afincaron en este lugar y lo volvieron boyante a inicios del siglo XX. Emprendedores afroamericanos eran dueños de restaurantes, bodegas, salas de cine, estudios de fotografía, consultorios médicos, hoteles e incluso tenían un periódico para su comunidad.

Una mujer afroamericana y su hija en Tulsa, Oklahoma, en una foto tomada antes de la matanza. La imagen pertenece a una colección especial del McFarlin Library, en la Universidad de Tulsa. AP
Una mujer afroamericana y su hija en Tulsa, Oklahoma, en una foto tomada antes de la matanza. La imagen pertenece a una colección especial del McFarlin Library, en la Universidad de Tulsa. AP
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Sin embargo, en aquellos años aún se mantenían leyes segregacionistas y Greenwood estaba dividido de otros barrios blancos de Tulsa por las vías de tren que atravesaban la ciudad. Su éxito económico, no obstante, era la envidia de sus vecinos blancos.

En este contexto fue que ocurrió la matanza, que se generó por un hecho poco claro, pero que se enmarca en las características de una sociedad racista, donde los linchamientos a ciudadanos negros eran habituales, sea porque alguno era acusado de ladrón o porque simplemente no le decía ‘señor’ o ‘señora’ a una persona blanca.

“La presencia de ese ‘Wall Street’ en tiempos de una rigurosa segregación racial trastornaba a los supremacistas blancos, que no podían permitir ese ejemplo de igualdad y por eso sentían que lo tenían que quemar”, le explicó a BBC Mundo el profesor Ben Keppel, del Departamento de Historia de la Universidad de Oklahoma.

“Además, justo después de la guerra, la economía en EE.UU. cayó en una profunda recesión que afectó a la industria petrolera. Hay un racismo preexistente que está soterrado y que sale a la superficie cuando hay problemas económicos”, agrega.

Greenwood parecía una isla, un enclave ideal para que los afroamericanos desarrollaran sus vidas con normalidad e, incluso, alcanzaran el ‘éxito’.

Pero todo se borró aquel 31 de mayo.

El ‘ataque’ a Sarah Page

Un lustrabotas negro de 19 años, Dick Rowland, fue acusado de haber atacado a Sarah Page, una adolescente blanca de 17 años, lo que encendió la indignación de la gente.

Rowland trabajaba en un edificio, pero debido a la segregación racial, no podía usar el mismo baño que los blancos y solo debía utilizar el que estaba en el tercer piso. Al subir al ascensor se encontró con Page. Un testigo escuchó un grito y luego vio a Rowland salir corriendo del edificio. El joven fue arrestado al día siguiente.

Aunque nunca se llegó a precisar qué provocó el grito de la mujer, historiadores explican que quizá Rowland se tropezó con Page y llegó a tocarla, algo que no era permitido. El hecho pudo haber provocado el pavor del joven, que hizo que saliera corriendo.

En esta imagen guardada por la Universidad de Tulsa, se aprecia a dos hombres blancos armados luego de incendiar algunos edificios en el barrio de Greenwood. (Department of Special Collections, McFarlin Library, The University of Tulsa via AP)
En esta imagen guardada por la Universidad de Tulsa, se aprecia a dos hombres blancos armados luego de incendiar algunos edificios en el barrio de Greenwood. (Department of Special Collections, McFarlin Library, The University of Tulsa via AP)
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“Aunque es todavía incierto describir con precisión lo que pasó el 30 de mayo de 1921 en el edificio Drexel, la explicación más común es que Rowland pisó el pie de Page, lo que causó que ella gritara”, señala la Sociedad Histórica de Oklahoma.

Según ya han documentado historiadores, el término ‘atacar’ que usaron los medios de Tulsa en su momento, dirigidos por blancos y abiertamente racistas, implicaba un amplio rango de agresión que incitaron a una turba para ir hacia Greenwood. De hecho, el “Tulsa Tribune” publicó ese día el editorial titulado: “A linchar a negro esta noche”.

Ante el temor de que Rowland sea linchado, veteranos afroamericanos de la Primera Guerra Mundial y otros miembros de la comunidad fueron en su defensa. Hubo intercambio de disparos y la batalla se desató.

Un día después de la masacre, los sobrevivientes afroamericanos fueron llevados a campamentos especiales. En la imagen, un grupo de ellos marcha con las manos en alto escoltados por la policía. (Department of Special Collections, McFarlin Library, The University of Tulsa via AP)
Un día después de la masacre, los sobrevivientes afroamericanos fueron llevados a campamentos especiales. En la imagen, un grupo de ellos marcha con las manos en alto escoltados por la policía. (Department of Special Collections, McFarlin Library, The University of Tulsa via AP)
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Cientos de blancos enardecidos y armados tomaron durante seis horas las 35 cuadras, incendiaron todos los negocios y entraron a las casas a matar. Incluso aparecieron avionetas maniobradas por hombres blancos que lanzaron bombas incendiarias sobre Greenwood, y todo con la complacencia y venia de las autoridades. Aunque en su momento se contabilizaron apenas 35 muertos, se calcula que murieron más de 300 afroamericanos, aunque pudieron ser muchos más pues muchos de los cuerpos fueron quemados o arrojados al río.

La matanza duró 24 horas. Recién el 1 de junio llegó la Guardia Nacional a Tulsa, que ordenó que unos 6 mil sobrevivientes negros fueron trasladados a tres campos de refugiados. Sus historias, sin embargo, fueron borradas de la historia con el transcurrir de las décadas.

Sin compensaciones

“Después de la masacre tanto los negros como los blancos escondieron lo que pasó bajo la alfombra, tenían que salir adelante. Hablar de ello era revivirlo y era demasiado doloroso”, cuenta a la BBC Michelle Brown, coordinadora del centro cultural de Greenwood.

Todo eso empezó a cambiar a fines de los años 90, cuando la Asamblea Legislativa de Oklahoma decidió investigar los hechos y algunos sobrevivientes y sus descendientes decidieron contar su historia. Sin embargo, ellos siguen esperando reparaciones o, al menos, reivindicaciones.

En esta imagen se puede ver cómo la iglesia bautista Monte Zion queda envuelta en llamas tras los saqueos de las turbas de hombres blancos. (Department of Special Collections, McFarlin Library, The University of Tulsa via AP)
En esta imagen se puede ver cómo la iglesia bautista Monte Zion queda envuelta en llamas tras los saqueos de las turbas de hombres blancos. (Department of Special Collections, McFarlin Library, The University of Tulsa via AP)
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“¿Quién va a rendir cuentas? ¿Se van a hacer reparaciones? ¿Habrá alguna admisión oficial de responsabilidad?”, se pregunta con indignación y tristeza Anneliese M. Bruner, bisnieta de Florence Mary Parrish, una sobreviviente a la matanza que documentó todo en el libro “Los eventos del desastre de Tulsa”.

Tulsa, donde viven 400 mil personas, sigue dividida entre los barrios negros del norte, donde está el 14% de la población, y los barrios blancos del sur.

Las familias afroamericanas de Greenwood fueron despojadas de todo. Se calcula que perdieron cerca de 2 millones de dólares de la época (unos 35 millones de dólares actuales). Muchos de los que sobrevivieron incluso fueron responsabilizados por lo ocurrido por lo que nunca fueron compensados. Algunos decidieron irse y otros volvieron a reconstruir sus casas. Pero la próspera economía de Greenwood nunca se recuperó.

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