El verdadero poder de las protestas no violentas reside en poner en evidencia que los otros —los poderosos y encargados de mantener el statu quo— están dispuestos a utilizar la fuerza para evitar que las personas se salgan del marco normativo. Solo entonces, las injusticias se vuelven visibles y la posibilidad de hacer ciertos cambios en la sociedad entra al debate público. Un fuego que está volviendo a brotar en Estados Unidos.
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Solo así se puede entender que Martin Luther King se volviera, a mediados del siglo XX, una figura tan polémica. Por un lado, los conservadores insistían en pintarlo como el enemigo del pueblo (una encuesta de Gallup lo puso como la segunda figura menos popular de 1963, después de Nikita Khrushchev); mientras que, por el otro lado, era en una suerte de mesías. Él representaba el clamor de los afroestadounidenses por dejar de ser ciudadanos de segunda clase, pero lo hacía desde la tranquilidad, quedándose impávido frente a las amenazas. Su fuerza yacía en su valentía para poner el cuerpo como un pararrayos de la tormenta de lo que ya se empezaba a llamar racismo.
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La segregación se volvía cada vez más evidente. ¿Por qué a los parques de diversiones solo podían entrar los blancos? ¿Por qué la comunidad ’afro’ tenía que ir al fondo de los buses y ceder sus sitios a los blancos cuando estos lo requerían? ¿Por qué los afroestadounidenses no podían votar?
Según anota “The New York Times”, Luther King supo aprovechar el poder de los medios de comunicación para mostrar su lucha y la respuesta violenta de las autoridades. En mayo de 1963, se convocó a la prensa para mostrar la verdadera segregación en lo que se conoció como la Cruzada Infantil por Birmingham (Alabama). El resultado, lamentablemente, fue el esperado: perros policía atacando a niños, menores en el piso abatidos por cañones de agua. Esta sería una prueba vital para que, un año más tarde, el Congreso de Estados Unidos aprobará la Ley de Derechos Civiles, que prohibía cualquier tipo de discriminación en lugares públicos.
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“ESTOY CANSADA”
Antes de Martin Luther King hubo varias personas que, hartas de los abusos, se revelaron ante el sistema. Ahí está Rosa Parks, quien el 1 de diciembre de 1955, se negó a cederle el asiento a una mujer blanca. ¿La razón? Estaba cansada, y no de una dura jornada de trabajo, sino del maltrato a la comunidad afro. Su arresto y juicio por trasgredir una orden municipal, hizo que sus compañeros protestaran.
“Estamos pidiendo a todos los negros que no suban a los autobuses el lunes, en protesta por el arresto y el juicio –fue el mensaje que escuchó por radio–. Puedes faltar a clase un día. Si trabajas, coge un taxi o camina. Pero por favor: que ni los niños ni los mayores cojan ningún autobús el lunes”.
El boicot duraría un año, en los que los transportes alternativos (como bicicletas o carros compartidos) cobraron relevancia. El 70% de los usuarios del transporte público se había bajado del carro.
Un año después, el Tribunal Supremo declaró inconstitucional la segregación racial en los buses.
“No tenía idea de lo que mis acciones podrían provocar. Cuando me arrestaron, no sabía cómo reaccionaría la comunidad”, dijo Parks, la primera mujer y la segunda afroestadounidense en ser velada en el Capitolio de Washington, en octubre del 2005.
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NUNCA POR LA FUERZA
Para 1960, el enojo de los afroestadounidenses había aumentado significativamente y allí es cuando Martin Luther King (1929-1968) empezó a ganar popularidad.
Es posible que el interés por la política de Luther King venga de su padre, uno de los líderes de la Asociación Nacional por el Progreso de la Gente de Color. Tanto fue así que, a los 17 años, envió una carta al periódico “Atlanta Constitution” afirmando que “las personas negras son también titulares de los derechos básicos y las oportunidades de los ciudadanos americanos”.
Del padre, también predicador, habría heredado su inclinación por la fe. Primero fue asistente del pastor de la iglesia bautista Ebenezer de Atlanta, y más tarde, ya casado, se convirtió en el pastor en Dexter Avenue de Alabama.
Sería el movimiento creado por Rosa Parks el que lo volvería un activista, dándole razones a sus primeros enemigos. Así, en enero de 1956, y mientras hablaba en un mitin sobre el boicot al sistema de transporte público, segregacionistas blancos bombardearon su casa.
Él pidió que la reacción ante el ataque no debía ser violenta.
Dos años más tarde, en Nueva York, una mujer lo apuñaló con un abre cartas.
Ya en 1962, fue arrestado en Albany y puesto en la cárcel por dos semanas.
Un año más tarde, el 28 de agosto, lideraría la Marcha sobre Washington. “Se reunió una aglomeración de más de 250 mil personas, que marchó rumbo al Capitolio para apoyar la aprobación de leyes que garantizaba a cada estadounidense derechos civiles iguales –señala el portal de la Embajada de Estados Unidos–. [...] Esta marcha fue una de las aglomeraciones más grandes de gente negra y blanca que se hubiera visto en la capital, y no se registró violencia alguna”.
Allí fue que Martin Luther King pronunció su discurso “Tengo un sueño”, mientras que los asistentes gritaban cada vez que escuchaban esa frase.
Los resultados se concretaron un año después, en 1964, cuando se aprobó la Ley de Derechos Civiles.
“Esta ley garantizaba derechos iguales para vivienda, servicios y escuelas públicas y el derecho a voto —también cuenta la embajada de Estados Unidos—. Todos tendrían comparecencias y juicios imparciales y una comisión de derechos civiles se aseguraría de que estas leyes fueran ejecutadas correctamente. Ese mismo año le fue concedido el premio Nobel de la Paz por su liderazgo en las demostraciones no violentas”.
Hoy que se cumplen 57 años de la Marcha sobre Washington, se espera que miles de manifestantes se den cita frente al Capitolio. El contexto no podría ser más convulso: luego de que la policía asesinara a George Floyd, y que le disparara a Jacob Blake hasta dejarlo paralizado de la cintura para abajo, el sueño y los logros de Martin Luther King parecen haberse esfumado.
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