Washington. Comenzó como una suerte de cárcel hecha de remiendos, jaulas que imitaban celdas reutilizadas de un viejo campo de retención de balseros cubanos que acababan allí, pero, lejos de ser una respuesta temporal al terrorismo internacional, terminó siendo el penal de máxima seguridad más conocido del mundo.
Es la prisión de la Bahía de Guantánamo, situada a apenas 1.000 kilómetros de La Habana y que desde hoy cuenta con seis inquilinos menos, seis presos de larga data contra los que nunca se presentaron cargos y que desde ahora vivirán casi con total libertad en Uruguay.
Desde enero del 2002, apenas unos meses después de que el entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, iniciara su guerra contra el terror tras los atentados de las Torres Gemelas, 779 presos han pasado por las dependencias de Guantánamo, aunque estas, desde entonces, han sufrido una fuerte evolución.
El denominado Campo X-Ray, al que llegaron los primeros detenidos en aquel entonces, estaba compuesto por celdas de apenas un metro y medio cuadrado, pegadas las unas a las otras, y con el único resguardo de un techo precario cuya única virtud era proporcionar sombra.
Aunque apenas fue utilizado unos meses, allí los reos hacían sus necesidades sin ningún tipo de intimidad y sufrían las altas temperaturas del Caribe en unas condiciones infrahumanas, viviendo en unos habitáculos de los que solo salían para ser trasladados a los barracones de interrogación.
En la actualidad, esas dependencias siguen en pie, intocables, por las investigaciones que aún penden sobre las prácticas trufadas de tortura que los cuerpos de inteligencia estadounidenses llevaron a cabo allí y debido al escrutinio de la comunidad internacional y las asociaciones de derechos humanos.
Hoy, el grueso de los presos se divide entre los Campos V y VI, dos complejos que fueron construidos dentro de uno más grande denominado Delta y donde los detenidos, dependiendo de su comportamiento, pueden gozar de peores o mejores condiciones.
Uno de los métodos de protesta por su situación han sido las sucesivas huelgas de hambre, decisión por la que se les confina a sus celdas individuales sin posibilidad de interactuar con otros reos y con limitado acceso a actividades de recreación.
Sin embargo, aquellos que siguen las pautas del penal, según explican los propios militares que dirigen la prisión, tienen la posibilidad de comer en un salón comunal, solicitar libros, películas u otros espectáculos audiovisuales, así como asistir a clases de manualidades o idiomas.
Los presos de máxima seguridad, aquellos que ya han sido encausados por ser parte o cerebro de los atentados del 11 de setiembre o de otros atentados, están confinados en el Campo VII, un lugar secreto de la bahía al que la prensa no ha tenido acceso.
Con la transferencia de estos seis presos que cambiarán Guantánamo por Uruguay, el número total de detenidos que aún se encuentran en las instalaciones asciende a 136, de los cuales 67 ya han recibido aprobación para ser transferidos y 59 tienen sus casos en proceso de revisión.
Solo diez personas de las citadas casi 800 están siendo procesadas.
El cierre definitivo de la cárcel fue uno de los principales reclamos y promesas que desde su campaña presidencial en el 2008 ha hecho el presidente Barack Obama, sin embargo, a dos años de finalizar su segundo mandato aún restan más de un centenar de presos en sus instalaciones.
La mayoría del Partido Republicano se opone a clausurar la cárcel, entre otras cosas porque rechazan que los terroristas que están siendo procesados sean llevados a cárceles en territorio estadounidense.
Aún así, el goteo de transferencias como la de hoy se ha acelerado en los últimos meses y, aunque pocas, aún existen posibilidades reales de cerrar una prisión que ya parece eterna.
Fuente: EFE