El estrado de la Universidad de Hofstra será por 90 minutos el cuadrilátero del Madison Square Garden. Una pelea en vivo donde los ganchos y golpes bajos están asegurados, así como un ráting envidiable que prevé unos 100 millones de televidentes, que lo convertiría en el más visto de la historia.
Hillary Clinton y Donald Trump estarán mañana frente a frente, mostrándose los dientes, en el primer debate donde se verán las caras por primera vez en esta encarnizada campaña electoral cuyo premio mayor será la Casa Blanca.
El atractivo principal está justamente en las características de sus participantes. De un lado, la candidata demócrata es la primera mujer en pelear la presidencia, abogada acostumbrada a situaciones bajo presión y veterana política con experiencia de gobierno. Del otro, pues simplemente Trump, un personaje impredecible que maneja los medios a su antojo, conoce al dedillo los trucos de la televisión y que puede soltar cualquier declaración y dejar en vilo la preparación de Clinton.
En este debate se juega mucho: un apetecible colchón de indecisos de 27 millones de estadounidenses, que significan un 20% de los posibles votantes y que podrían inclinar la balanza. Las últimas encuestas ya no muestran un favoritismo claro hacia Hillary Clinton, y el republicano, contra todo pronóstico, está avanzando en estados claves como Ohio y Carolina del Norte, que podrían determinar la elección.
“No sé cuál Donald Trump se presentará al debate. Es posible que trate de mostrar una imagen presidencial y busque mostrar una seriedad que no ha tenido hasta ahora, o que llegue con ganas de insultar”, refirió Clinton en un reciente acto de campaña.
La ex secretaria de Estado se está preparando con dedicación desde hace semanas, e incluso ha consultado psicólogos para escudriñar la compleja personalidad del millonario y conocer sus reacciones, reveló “The New York Times”.
“La trataré con mucho respeto, a menos que ella me trate de una forma específica. En ese caso, será el fin. Pero parto de la idea de que la trataré respetuosamente”, dijo el millonario. A diferencia de Clinton, Trump –que nunca ejerció un cargo público– envió un correo electrónico a sus electores pidiendo sugerencias sobre cómo abordar los temas del debate, que se centrarán en economía, seguridad y la dirección del país. “En el escenario será tu voz. Este debate es un combate entre el pueblo estadounidense y la máquina política que representa Hillary ‘La Deshonesta’”, escribió.
— Los deslices se pagan —
El debate de mañana en Long Island será el primero de tres entre los candidatos presidenciales. Pero la expectativa estará puesta en esta primera presentación, donde cada movimiento y pestañeo será escudriñado y amplificado en la televisión, y sobre todo en las redes sociales.
Los deslices serán recordados con ansias, tal como lo muestra la historia de los debates, y cuyas referencias siempre son estudiadas para no cometer los mismos errores.
Uno de los más conocidos lo cometió el presidente Gerald Ford, en 1976, cuando debatió con el demócrata Jimmy Carter. El republicano aseguró que la entonces Unión Soviética no tenía injerencia en los países de Europa del este, ante la sorpresa del moderador. Ford perdió la elección.
En 1988, un periodista le preguntó al demócrata Michael Dukakis si aceptaría la pena de muerte si su hija fuese violada y asesinada. Tratándose de un asunto personal, la respuesta del político, que se enfrentó a George H.W. Bush, fue fría e impersonal. “Perder apesta”, dijo recientemente a la cadena CNN.
En 1992, en el debate entre Bush papá y Bill Clinton, el republicano miró su reloj mientras recibía una pregunta de una asistente al debate, lo que fue interpretado como una muestra de desinterés y aburrimiento. Y en el 2000, el demócrata Al Gore no dejaba de suspirar con molestia durante las intervenciones de George W. Bush.
¿Trump insultará a Clinton y ella perderá la compostura? ¿El millonario insistirá con sus propuestas superficiales sin entrar en los detalles? ¿Ella sabrá responder sobre el escándalo de sus correos? Todos los ingredientes para 90 minutos de buena televisión están garantizados. Solo que el debate no es un ‘reality show’ ni una pelea deportiva. Acá se juega el destino de un país.
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