Una llamada de escasos segundos fue suficiente para terminar con la barbarie de tres décadas continuas:
- Bienvenido a la línea de emergencia.
- Acabé de escapar de mi casa porque vivo con una familia de 13 hermanos y nuestros padres abusan de nosotros(…) dos de mis hermanos están encadenados.
- ¿A dónde están amarrados?
- A la cama (...)
- ¿Qué van a hacer tus padres cuando se den cuenta de que te escapaste?
- Ellos van a querer, literalmente, matarme.
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Del lado más angustiado de la línea estaba Jordan Turpin, una joven, de 17 años, que, debido a un evidente estado de malnutrición, parecía de 10.
Su denuncia, aquel 14 de enero de 2018, representó el grito que junto con sus 12 hermanos se habían guardado por temor durante 29 años.
Y todo a raíz de unos padres que creían que encerrar a sus hijos, impedirles bañarse, amarrarlos con cadenas, negarles la comida y abandonarlos era ‘lo mejor para ellos’.
A pesar de no saber la dirección de su casa porque nunca había “salido a la calle”, el “ya vamos para allá” de la Policía de Perris, una pequeña ciudad de California, en Estados Unidos, significó para los 13 hermanos el fin de una tragedia y el comienzo de una ‘nueva vida’.
Cuando el hogar es sinónimo de tortura
avid Allen Turpin y Louise Anna Turpin huyeron de sus familias y se casaron en 1985 cuando apenas eran un par de veinteañeros.
Luego, porque “Dios les pidió hacerlo”, decidieron tener 13 hijos en un plazo de tres décadas.
Lo que no fue para nada benigno fue el trato que decidieron darle a sus retoños.Según se pudo comprobar, los Turpin impidieron que sus hijos fueran a un colegio, tuvieran amigos, visitaran un médico, se bañaran más de una vez al año y, prácticamente, “vivieran”.
En el momento de la visita de los policías a su domicilio, una casa que estaba registrada de forma legal como un colegio, se toparon con que el escabroso relato de Jordan, una de los menores afectados, era cierto.
Mucho más cierto de lo pensado.
El hogar estaba inundado por el hedor. Tres de los niños estaban atados con cadenas a sus camas. Todos lucían desnutridos y sus padres no tenían mayor explicación.
Por lo que descubrieron las autoridades, los Turpin tenían cierta fascinación por ir a Disney y celebrar los aniversarios de su matrimonio.
Aquellas eran las únicas salidas de los trece hermanos.
No quedaban dudas: la casa familiar era el infierno para sus habitantes más jóvenes.
Cadena perpetua y el desafío de superar el trauma
Después de la intervención policial, los hermanos fueron trasladados de urgencia a un centro médico para ser atendidos.
Al parecer, el único que estaba medianamente sano era el menor de todos: un bebé de tan solo 2 años.
Los padres fueron arrestados ese mismo día y acusados de más de una decena de cargos relacionados con tortura y abuso infantil.
En junio de 2018, por los delitos de ‘tortura’, ‘maltrato infantil’ y ‘privación ilegítima de la libertad’, fueron condenados a cadena perpetua con un mínimo de 25 años bajo prisión intramural.
“Hay casos que te atormentan. Algunos son depravación humana, y eso es lo que estamos viendo aquí”, dijo el fiscal del caso.
”Mi educación y disciplina en el hogar tenían buenas intenciones. Nunca tuve la intención de hacer daño a mis hijos. Amo a mis hijos y creo que mis hijos me aman”, comentó David Turpin por intermedio de su abogado en el juicio.
“No puedo describir con palabras lo que vivimos al crecer allí”, concluyó uno de los 13 hermanos ultrajados.
El reto de ‘empezar de cero’
Tras tres años de quietud y discreción, en los próximos días la cadena norteamericana ABC emitirá una entrevista que le hicieron hace pocas semanas a dos de las hijas afectadas.
Las declaraciones del video promocional son desgarradoras: “Estuvimos cerca de morir muchas veces”, “Mis padres se apoderaron de toda mi vida, pero ahora la estoy tomando de regreso”.
El controversial caso levantó en su momento una oleada de indignación. A pesar de la condena de sus padres, algunos de los afectados quisieron ‘perdonarlos’; otros han buscado pasar la página y reiniciar su vida sin las cadenas que los ataban por supuesto amor.
Lo cierto es que la herida, tan profunda por el daño y el tiempo, parece que no cerrará tan fácil.