En el hospital Severo Ochoa de Leganés en las afueras de Madrid, uno de los más golpeados durante la primera ola de la epidemia de coronavirus, la unidad de cuidados intensivos está totalmente llena y su personal teme revivir el mismo “horror”.
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“Estamos saturados”, dice el jefe de la unidad, el doctor Ricardo Díaz Abad, frente a doce camas ocupadas por pacientes gravemente enfermos por el coronavirus.
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Equipado con traje completo de plástico blanco, anteojos de protección, una o dos mascarillas, dos guantes morados en cada mano y cobertor de calzado azul, a modo de armadura anticovid, el personal se turna para entrar en la unidad.
En el interior, el silencio es interrumpido periódicamente por las máquinas de ventilación mecánica que ayudan a pacientes desnudos e iluminados por un mosaico de pantallas.
La víspera, “por desgracia se murieron dos” pacientes, cuenta Díaz Abad, mientras observa por una ventanilla como los enfermeros asean a hombres y mujeres, todos con edades por encima de los 50 años.
Al contrario de lo ocurrido en la primera ola, cuando el hospital vivió el “horror” de no tener camas suficientes para pacientes COVID-19, ahora “hemos hecho un hueco” para ellos, dice el médico.
Personal agotado
Pero sigue vivo el temor de que la segunda ola de la pandemia los sobrepase.
En primavera, los pasillos “estaban llenos de pacientes en sillas, en sillones, todos con sus botellas de oxígeno”, recuerda el doctor Luis Díaz Izquierdo, de camisa verde y bandana multicolor
“Siempre en nuestra mente está la posibilidad de que esto volviera a suceder”, dice el médico, con ojos cansados. “La primera ola supuso un gran esfuerzo para todos nosotros, tanto físico como emocional (...). Estamos más cansados, evidentemente, no te da tiempo a recuperarte del todo”.
La región de Madrid, epicentro de la pandemia en este país que contabiliza cerca de 34.000 decesos, aún tiene fresco el recuerdo de una pista de hielo convertida en morgue hace seis meses y hospitales colapsados.
Cerca del aeropuerto, una multitud de grúas trabaja en un “hospital de pandemias”, que las autoridades esperan inaugurar en noviembre.
Para frenar el virus, Leganés, así como Madrid capital, están bajo cierre perimetral desde principios de octubre. Pero para varios médicos estas restricciones son insuficientes para reducir el flujo de pacientes.
Carteles en la puerta del hospital llaman a manifestarse. “¡Nunca más muertes evitables!”, señalan.
“La carga de trabajo a veces nos impide hacer todas las videollamadas que quisiéramos” entre pacientes y sus familiares, lamenta Sonia Carballeira, una enfermera de 39 años.
“No bajar la guardia”
“Esperábamos que se produjese una segunda ola, pero no tan temprano, cuando todavía no ha empezado la gripe” ni la temporada de otras infecciones respiratorias, dice la enfermera frente a la “zona covid” del hospital, con 48 pacientes.
Allí, es la hora del almuerzo y de las videollamadas para los enfermos.
Comiendo un yogur, Manuel Collazo Velasco se asombra: “No tiene azúcar ni nada, me lo como y me sale pero dulce, dulce, dulce, y igual me pasa con la sal”, dice este hombre de 61 años, cuyo sentido del gusto ha sido modificado por el virus.
Unas habitaciones más allá, Carmen Díaz Coello recupera el uso de sus piernas y pide a sus compatriotas “responsabilidad”.
“Que no se desanimen” ante el virus, pide esta abuela de 72 años, vestida con una bata blanca y amarilla, en videoconferencia con la AFP.
El pulso entre el gobierno central y el ejecutivo regional madrileño sobre las restricciones a adoptar, así como el relajamiento de una parte del población, no se entienden en el hospital.
“A nivel científico, claro que hemos aprendido mucho sobre el manejo de los pacientes (...) pero da la impresión de que a nivel social hemos aprendido poco”, deplora el doctor Díaz Izquierdo.
A la salida del hospital, una gran pancarta instalada tras la primera ola recuerda: “No bajes la guardia” ante el COVID-19.
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