Esta foto de archivo tomada el 15 de junio de 2017 muestra a estudiantes participando en la primera prueba escrita de filosofía como parte del Bachillerato en una escuela de París (Francia). (AFP / Martin BUREAU).
Esta foto de archivo tomada el 15 de junio de 2017 muestra a estudiantes participando en la primera prueba escrita de filosofía como parte del Bachillerato en una escuela de París (Francia). (AFP / Martin BUREAU).
/ MARTIN BUREAU
Agencia AFP

La pandemia del ha dejado a miles de estudiantes extranjeros en al borde de la pobreza. Lejos de sus seres queridos, confinados en sus pequeñas habitaciones y sin poder trabajar, muchos sobreviven a duras penas gracias los bancos de alimentos.

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Antes de llegar a París sabía que iba a ser difícil, pero la pandemia lo complicó todo”, dice Jesús Alejandro, un venezolano de 24 años que llegó a la capital francesa en marzo pasado para cursar una maestría en Ingeniería Mecánica.

Antes de la pandemia, este joven originario de La Grita, en el estado Táchira (oeste de Venezuela), trabajaba a medio tiempo en un restaurante de comida rápida para poder financiar sus estudios. Pero debido al confinamiento se quedó sin empleo.

Para pagar el arriendo de su pequeña habitación de 17 m2 en el campus universitario internacional de París (577 euros por mes - 690 dólares) recibió una ayuda excepcional de esta ciudadela donde viven 6.000 estudiantes provenientes de todo el mundo.

Para comer depende de la solidaridad de sus compañeros y de la ayuda de bancos de alimentos que, frente a una explosión de la demanda, comenzaron a distribuir víveres cada semana directamente en este campus universitario, algo inédito.

Este saco de comida me alcanza para 5 o 6 días”, dice, mientras guarda en un armario de su habitación los víveres que recibió la víspera. La última canasta vino con 250 gramos de café, 1 kilo de harina, 1 lata de sardinas, frutas y media docena de huevos.

Pese a su situación, este joven, que sueña con hacer un doctorado en Francia, no se desalienta. Sobre su escritorio pegó pequeñas hojas de papel de colores con frases motivadoras: “Dar mi 100% en todo”, “Creo en mi y en lo que hago”.

Me adapto a la situación”, dice con una sonrisa disimulada bajo una mascarilla. “Todos los venezolanos somos así, nos adaptamos”, añade, encogiéndose de hombros.

Dos peatones caminan por el puente Alexandre III poco antes del toque de queda nocturno por coronavirus en París (Francia), el 23 de octubre de 2020. (EFE/EPA/IAN LANGSDON).
Dos peatones caminan por el puente Alexandre III poco antes del toque de queda nocturno por coronavirus en París (Francia), el 23 de octubre de 2020. (EFE/EPA/IAN LANGSDON).
/ IAN LANGSDON

“No quiero que me vean como a una pordiosera”

Las asociaciones de ayuda alertan desde hace meses sobre una explosión del número de solicitudes de ayuda de estudiantes, sobre todo extranjeros, muchos de los cuales se quedaron sin empleo debido a las medidas de confinamiento.

Morgane Saby, responsable de una antena parisina del Socorro Popular francés, estima que las peticiones de ayuda social por parte de estudiantes universitarios “se han multiplicado casi por tres desde septiembre”.

La mayoría vienen de África Subsahariana y el Magreb, pero también tenemos unos cuantos sudamericanos”, dice a la AFP.

La situación es particularmente difícil para los estudiantes extranjeros porque muchos se quedaron sin trabajo y han dejado de recibir ayuda de sus familias” también asfixiadas por la crisis del COVID-19, coincide Laurence Marion, delegada general del campus universitario internacional de París.

Amna, una tunecina de 29 años, tuvo que dejar su orgullo de lado y pedir ayuda por primera vez en su vida para poder alimentarse. “No quiero que me vean como a una pordiosera”, dice apenada esta joven que vive muy mal su nueva situación.

Con la suspensión de todas las obras de construcción en marzo debido al confinamiento, esta estudiante en Ingeniería Civil perdió una prácticas en una empresa que le garantizaban un ingreso mensual y tuvo que aceptar un trabajo de cajera. “Fue lo primero que se me presentó”, explica.

Para poder seguir estudiando en Francia hizo un préstamo bancario, con una tasa de interés del 10%. “El coronavirus no sólo transformó mi vida cotidiana, pero también mis proyectos profesionales y mi futuro”, asegura esta joven que cayó en depresión este verano.

Manuella, una brasileña de 35 años que cursa un doctorado en Filosofía en París, sobrevive gracias a sus ahorros. Perdió su trabajado de bailarina, que era su principal fuente de ingresos, con el cierre de los restaurantes y bares.

Nosotros, los estudiantes extranjeros, somos los grandes olvidados de esta crisis”, dice indignada esta elegante mujer de largos rizos rojos, que se queja de la falta de ayuda del gobierno de Francia pero también del de Brasil.

La única ayuda que recibo es la de los ‘Restos du coeur’”, suspira, en referencia a la distribución de alimentos que organiza esta asociación francesa cada miércoles en su campus universitario.

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