Algunas personas pudieron alegrarse con la posibilidad de una licencia laboral durante la pandemia, pero para Victoria esa era una perspectiva horrible.
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“Recuerdo el pavor en mi estómago cuando conducía a casa el último día de trabajo, pensando; ‘¿Cuánto tiempo pasará antes de que pueda huir?’”.
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Victoria ya había sufrido años de abuso por parte de su pareja antes de que la pandemia de coronavirus pusiera el mundo patas arriba. Pero cuando en Reino Unido se declaró el confinamiento obligatorio en marzo, su vida se hizo aún peor.
Es una situación en la que las víctimas de violencia de género sufren globalmente, en lo que la ONU ha llamado la “pandemia en las sombras” -un tema central del programa BBC 100 Mujeres de este año-.
Por cada tres meses que se extiende el confinamiento, se estima que 15 millones de mujeres más en todo el mundo se verán afectadas por la violencia de una pareja íntima.
“Aunque estaba sentado ahí todo el tiempo, podía bloquearlo de mi consciencia un poco”
Hasta donde podía recordar, la pareja de Victoria había tratado de controlar todos sus movimientos.
La llamaba 10, 20, 30 veces al día. Una vez, cuando su teléfono estaba en silencio en el piso de arriba, envió a una amistad de su madre para chequearla.
Antes de la pandemia casi logra irse -trabajando largas horas en la noche para ahorrar el dinero suficiente para su propio apartamento-. Pero sus planes se descarrilaron cuando uno de sus hijos tuvo que ser hospitalizado.
Para entonces, la pareja de Victoria la había aislado de sus amigos y familia.
Y ahora estaban juntos encerrados en la casa 24 horas al día, siete días a la semana. Ni siquiera podían salir de compras o hacer ejercicio porque los problemas de salud del menor exigían que la familia se protegiera.
Tenían un jardín, pero la pareja de Victoria no los dejaba salir a este. Les decía que podían contagiarse de coronavirus inclusive al aire libre y lejos de otras personas.
De manera que Victoria intentó pasar los largos días tomando un curso online. Aún así, él se sentaba a su lado durante su estudio e inspeccionaba su historial en internet después.
La presión llegó a ser tan insoportable que Victoria consideró suicidarse. Se quedaba despierta durante la noche, tratando de idear cómo podría llevar a los niños a un lugar seguro primero.
“Pensaba que tendría que matarme, porque no podía vivir el resto de mi vida así y no podía ver una salida”.
Pero descubrió que aprender a hacer ganchillo le ayudaba a relajarse, dándole algo diferente en qué concentrarse.
Muchas personas empezaron un nuevo hobby durante el confinamiento por aburrimiento. Pero para Victoria, se volvió un salvavidas.
Empezó a pasar sus días tejiendo cosas para el mundo que estaba afuera de sus cuatro paredes: ropas para el bebé de una amiga, un bolso para su hija una vez pudieran salir...
“Aunque estaba sentado ahí todo el tiempo o siguiéndome por todas partes, podía perderme en mí misma y bloquearlo de mi consciencia un poco. Era una de las pocas cosas que me mantenían”.
“Se hartó de la manera en que controlaba a todo el mundo y de lo asustadas que estábamos todo el tiempo”
Pero cuando la licencia laboral de su pareja se extendió a julio y luego a septiembre, la situación en casa empezó a salirse de control.
Ya era un bebedor empedernido y empezó a gastar hasta US$650 al mes en alcohol. La bebida venía acompañada de una constante amenaza de violencia.
Colocó un bate de béisbol en la puerta de enfrente y un bastón en las escaleras, y dejó cuchillos por toda la casa. Victoria sabía que los podría utilizar. Con anterioridad le había dicho que le cortaría el cuello se llegaba a atreverse a dejarlo.
Alrededor de un tercio de las mujeres en Inglaterra que sufren abuso doméstico dijeron en una encuesta de la organización de ayuda Women´s Aid publicada en agosto que su calvario empeoró durante el primer confinamiento en Reino Unido a principios de este año.
Fue una de las hijas de Victoria la que finalmente motivó su huida.
Envió un texto a un servicio confidencial de apoyo para la salud mental. Luego pudo escapar de la casa para quedarse con un miembro de familia que le brindó apoyo.
“Se hartó de la manera en que controlaba a todo el mundo y de lo asustadas que estábamos todo el tiempo”, comenta Victoria.
“Mi hija me dio un par de chanclas suyas para ponerme”
No está claro qué le dijo la hija de Victoria al servicio de salud mental, pero la policía visitó la casa de la familia para cerciorarse de su bienestar.
La respuesta de su pareja fue emborracharse, mientras que ella y los niños se escondieron arriba.
Y luego, en las primeras horas de la madrugada, fue al dormitorio de Victoria e intentó arrebatarle el teléfono, exigiendo saber qué fue lo que su hija había dicho sobre él.
Cuando Victoria rehusó entregárselo, le pegó un puñetazo en la cara.
Gritó a su otra hija, quien llamó a la policía, y rápidamente despertaron a los niños más pequeños y los sacaron de la casa.
Era la una y media de la madrugada. Victoria no tuvo el tiempo de vestirse -salió en un pantalones cortos y una blusa de tirantes, y unos zapatos con los que no podía caminar. Su hija le dio un par de chanclas y se perdieron en la noche.
“La bata de mamá era la única cosa que quería asegurarme de traer conmigo”
Victoria y sus hijos buscaron refugio con un familiar, mientras que la policía arrestó a su pareja. La mañana siguiente regresó a hurtadillas a la casa mientras él estaba detenido.
Recogió rápidamente algunas de sus pertenencias -juguetes para los niños, su ganchillo de crochet. También tomó su bata, un regalo de su madre.
La pareja Victoria no le había permitido ver a su mamá durante los dos años antes de que muriera de cáncer. En el primer aniversario de su muerte, él empezó a quejarse de que estaba sufriendo del mismo tipo de cáncer.
“Él no era el centro de atención y sabía que al decir eso me molestaría”, afirma.
Victoria está contenta de haber pensado en llevarse ese recuerdo de su madre, ya que nunca volvió a regresar a la casa. Se puso en contacto con Women’s Aid y en unos días ella a los niños se habían mudado al refugio.
Las primeras semanas fueron difíciles. Los niños reaccionaron mal a los ruidos y los portazos, y Victoria tuvo dificultades durmiendo, imaginándose ver a su pareja parado en la puerta.
Pero finalmente empezaron a sentirse verdaderamente seguros.
“Él no tener las llamadas y mensajes de texto constantes, o la amenaza de alguien pateando la puerta abierta y arrancándote las cobijas en la mitad de la noche, te hace sentir relajada, como si pudieras respirar”, asegura.
“Después de la lluvia sale el arcoíris”
A pesar de que el refugio ofrece un lugar seguro del mundo exterior, no es inmune a la pandemia.
Victoria dice que está aliviada de que les dieron acogida allí. Pero los repetidos confinamientos han significado que algunas familias no han podido progresar, reduciendo el espacio para otros mientras la demanda se dispara a 150%.
Los mensajes a la línea nacional de apoyo a la violencia doméstica de Reino Unidos aumentaron 120% en una noche en particular a comienzos del confinamiento, y durante el último mes la demanda ha vuelto a subir otra vez, dice la organización caritativa Refuge, que administra la línea de apoyo.
Y cuando alguien en el refugio dio positivo para covid-19, las mujeres se hundieron otra vez en el aislamiento, que a muchas les recordó los traumas de estar atrapadas con sus abusadores.
“Para empezar, el asilamiento fue difícil, porque me devolvió “allá”, donde no tenía permiso de hacer esto o lo otro”, explica Victoria.
“Pero después de unos días ya no estaba tan mal. Pensé: ‘Estoy rodeada de personas que se preocupan por mí, puedo salir al jardín. Sabes que estarás libre en unas semanas’”.
A pesar de que el refugio le ofrece a Victoria un lugar seguro, no ha podido tener mucha interacción con el mundo afuera.
En aras de su propia seguridad, el refugio le dijo que cambiara su número telefónico y que mantuviera su dirección en secreto, aunque podía comunicarles a sus amigos y familia que se encontraba bien.
Así que fue una sorpresa inesperada cuando, a través de un tercero, recibió una tarjeta de una antigua amistad.
El mensaje en el frente decía: “Después de la lluvia sale el arcoíris”.
Victoria espera con entusiasmo empezar una nueva vida con su familia de regreso en sociedad, lejos del temor. Pero el refugio les ha permitido sentirse normales otra vez.
“No sabía a qué íbamos a llegar, pero todo lo que necesitábamos ya lo tenían aquí. Simplemente me sentí cómoda, bien. Se siente como mi hogar ahora”.
Muchas personas temen que la pandemia significa que la Navidad será diferente este año, pero para Victoria esa es la mejor parte.
Le ha enseñado a algunas de las otras mujeres a hacer ganchillo, y ellas están haciendo decoraciones navideñas para enviar a sus familias.
Podrá ser apenas noviembre, pero ya compró todos sus regalos y sus hijos ya tienen árboles de Navidad en sus cuartos.
“La Navidad va a ser magnífica, podremos comer lo que queramos, hacer lo que queramos. Casi que no puedo esperar”, asegura.
Los nombres han sido cambiados
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