Los gritos de Jackeline minutos antes de ser asesinada delataron a Hugo Osorio, y dejaron en evidencia a este expolicía que por años presuntamente enterró a sus víctimas en su casa en El Salvador. Ya van 18 cadáveres.
La noche del 7 de mayo, los habitantes de la calle Estévez, en Chalchuapa, unos 90 km al oeste de San Salvador, escucharon a Jackeline Cristina Palomo, de 26 años, tratando de huir de la casa de Hugo Ernesto Osorio Chávez, un hombre a quien sus vecinos consideraban una buena persona.
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Osorio la recapturó y la mató con un fierro, según dice la policía. Pero sus gritos le dieron voz a otras víctimas que no lograron pedir ayuda.
Todo se supo “por medio de ella, que se fugó, dejó las huellas de sangre en la puerta de entrada del criminal este. Si no, esto hubiera seguido”, dice José Cruz, abuelo de Jackeline.
En la casa, la policía encontró el cadáver de Jackeline y de su madre, Mirna. Y, cerca de una fosa, halló el cuerpo de Alexis, de 24 años y hermano de Jackeline, y de otro hombre.
“Estaba acostado en mi cama cuando a las 6 de la mañana llegó el auto de la policía [a avisar]. No sabía nada de esto”, dice José. Y cuenta que su familia pagó 7.000 dólares al hermano de Osorio, quien presuntamente se dedicaba al tráfico de personas, para que llevara a Alexis a Estados Unidos.
Pero el expolicía de 51 años los mató a todos, incluso a su propio hermano.
18 cadáveres
Según versiones de prensa, Osorio habría tratado de confundirse entre los cadáveres. Pero luego admitió que tenía más víctimas en un terreno ubicado al frente de su casa, en unos cañaverales.
El presidente salvadoreño, Nayib Bukele, dijo el martes que el exagente ha “asesinado a varias personas, incluyendo a su hermano”, cuyo cadáver era el cuarto hallado en la escena.
Según el ministro de Justicia y Seguridad, Gustavo Villatoro, de una fosa en la vivienda ya “se exhumaron 14 cadáveres”. Con los cuatro cuerpos encontrados durante la captura de Osorio, suman 18.
Pero versiones de prensa hablan incluso de hasta 40 cuerpos. Al menos una decena de cómplices de Osorio ya están presos, relacionados a la trata de personas. El exagente los ha delatado, entre críticas, por si ello podría permitirle beneficios carcelarios.
Por su casa aparecen a diario personas, con foto en mano, con la esperanza de hallar allí a sus familiares desaparecidos.
Más a mujeres
Telma Mancía, de 55 años, llegó el jueves hasta Chalchuapa, en busca de su nieta Camila, de 17 años, quien desapareció el 15 de abril de 2020 en el noreste de San Salvador.
“Desde que desapareció no he tenido tranquilidad porque no puedo dormir por pensar qué le pasó”, confiesa Telma. “Quisiera encontrarla viva pero, si ya no está, tengo que buscarla para darle cristiana sepultura”, agrega.
La mayoría de los cuerpos encontrados hasta ahora son de mujeres. Las imputaciones fiscales hablan de al menos 11 casos de feminicidios agravados.
En El Salvador, un país con 6,7 millones de habitantes, se registraron 70 crímenes contra mujeres en 2020, y más de un centenar en 2019, según cifras oficiales.
Ritos de muerte
Para los investigadores, Osorio es un “psicópata sexual” o incluso un “asesino serial” que hacía “cacería” de sus víctimas en redes sociales ofreciendo trabajo o ayuda para migrar. Permanece recluido en el penal de máxima seguridad de Zacatecoluca, conocido como “Zacatraz”.
De piel trigueña, 1,70 m y complexión robusta, el llamado “asesino de Chalchuapa” entró a la Policía en 1997 pero en 2005 fue separado de la institución tras ser acusado de abusar de una menor de edad. Purgó cárcel hasta 2011.
El día de su captura, las autoridades encontraron en su vivienda una imagen de la Santa Muerte, velas y máscaras con las que se presume infundía terror a sus víctimas.
Esto hace suponer a Israel Ticas, criminólogo de la Fiscalía, que practicaba “ritos”. El experto añade, además, que por la forma en que mataba a sus víctimas “es un tipo totalmente desquiciado”.
Los desaparecidos
Para Jannet Aguilar, investigadora independiente que trabaja para fundaciones y agencias de la ONU y de la Unión Europea, la cantidad de desaparecidos en El Salvador pasa de 40.000 en los últimos 15 años.
Considera que el caso del expolicía se “inscribe en un proceso de instauración de una cultura de violencia extrema que se ha desnaturalizado y normalizado, favorecido por los niveles de impunidad”.
“El país no tiene idea de la envergadura que este fenómeno (de los desparecidos) ha alcanzado (...), en términos que se ha ocultado, se han enmascarado”, lamenta Aguilar.
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