Nayib Bukele asume hoy su segundo mandato presidencial consecutivo en El Salvador, decidido a ignorar cualquier crítica en su contra. Dedicado a festejar los resultados de su lucha contra el crimen y las pandillas, el autodenominado “dictador más ‘cool’ del mundo” ha puesto a su país como ejemplo para otras naciones en materia de seguridad, minimizando los señalamientos de violaciones de derechos humanos, de prácticas dictatoriales y hasta de que se aferró al poder violando la Constitución.
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De visita en Lima para para el VII Encuentro de Periodismo de Investigación Europa-Latinoamérica, Gabriel Labrador, periodista salvadoreño de “El Faro” y relator para la Libertad de Expresión de la Asociación de Periodistas de El Salvador (APES), alerta del inicio de una dictadura en su país y advierte de los riesgos de imitarla en la región.
—La mano dura de Bukele ha sido puesta como ejemplo en varios países. ¿Qué opina del bukelismo en la región?
Bueno, para comenzar, no es un efecto natural. Yo creo que es algo que se ha planificado desde algún despacho de comunicación. Me parece que es algo que se ha articulado de manera muy pensada. El tema atrae, por supuesto. El tema de la seguridad, por obvias razones, nos toca a todos. Es un tema transversal. Todos, en alguna manera, tenemos relación con ambientes hostiles.
Bukele no fue el primero en hablar de la seguridad y centrar todo en esa temática. En El Salvador tenemos cerca de 20 años con políticas de mano dura. Los gobiernos de derecha e izquierda descubrieron que era una fórmula ganadora. Lo que ha hecho Bukele es maximizar esto y ha entablado una operación de gran envergadura que incluye la propaganda, que es lo que ha permitido que mucha gente fuera de El Salvador hable de ello. Es una fórmula vencedora para los políticos, pero lo que no se conoce es el lado B de la historia. Pero en principio lo que pienso es que es una fórmula ganadora porque no ataja los problemas de raíz. El político que se compromete a erradicar la violencia, tendría que decir que va a construir más escuelas, mejorar la salud y los ingresos y eso lleva muchísimo tiempo. No se puede resolver de un día para otro. El político necesita resultados rápidos en el corto plazo y eso es lo que permite la mano dura.
— ¿Cree que el triunfo reciente de Bukele permitirá un efecto contagio en la región en cuanto a sus políticas de seguridad? ¿Qué riesgos implicaría esto?
Su reelección ha sido un referendo para esta temática. No solo está sirviendo como ejemplo para Latinoamérica, sino que es un instrumento usado por la derecha en Estados Unidos. El riesgo que veo es que los planes no sean articulados en otros países de la región.
— ¿Por qué?
Porque El Salvador es muy diferente. Para empezar, es pequeño en territorio, fácilmente controlable. En segundo lugar, las estructuras criminales eran jerárquicas y estaban completamente coordinadas con estructuras muy bien definidas. En los otros países lo que ocurre es que a veces los carteles o las mafias son muy focalizadas y no tienen presencia nacional. Y eso vuelve inviable que una estrategia de negociación se lleve adelante. El riesgo es que también se va a afectar la democracia. Ningún Estado democrático puede hacer lo que ha hecho Bukele.
— La mano dura, las mega cárceles son casi un sello de Bukele. ¿Qué es lo que no se dice de su estrategia, el lado B que mencionaba antes?
El lado B es la eliminación de toda la oposición y de todos los contrapesos institucionales de un país con Estado de derecho. En El Salvador se quitó al fiscal general y a los principales jueces del país. No funciona la Ley de Acceso a la Información Pública. Sin eso, la ciudadanía se queda sin representación, no tiene dónde abocarse si tiene un derecho vulnerado. Los hábeas corpus en El Salvador alcanzaron cifras récord en el 2021. El lado B es eso, una ciudadanía sin ningún tipo de poder y una población sometida a los designios de una sola persona, lo cual es muy grave.
— La popularidad de Bukele no ha podido ocultar las críticas a las violaciones de derechos humanos, al recorte de libertades, pero aún así predomina la imagen del presidente cool de mano dura. ¿Qué nos dice esto de su estrategia de comunicación?
Bukele es alguien que escucha las redes sociales, pero también hace intensos trabajos de analizar lo que la gente está opinando en esas plataformas. Realiza encuestas y todos los días tiene una métrica. El tema de la violencia y la seguridad es el más importante por tener una consideración vital para la gente y cuando se detecta que ese es el tema, Bukele impulsa una operación de propaganda inmensa. El presupuesto, que no lo conocemos, por cierto, es grandísimo y no podemos saber cómo se está gastando. Hay redes sociales, youtubers. La cultura del meme se ha potenciado con Bukele. Tiene muchos asesores de distintos países en temas de comunicación. Ese es el background, el contexto, en el que viene Bukele, que era un agente de publicidad antes de ser presidente, entonces sabe cómo se maneja esto.
— Bukele ganó las elecciones por amplio margen, pese a que muchos advertían que su triunfo iba a ser ilegal e inconstitucional. ¿Qué clase de gobierno tendrá El Salvador tras esta elección?
La cifra que probablemente se tiene en mente es que Bukele ganó con el 85% de los votos. Pero lo que no se dice es que los que fueron a votar son menos de la mitad de los que podían hacerlo. Bukele está gobernando para una parte de la población y se está olvidando del resto. Es un gobierno que no consulta. Estamos a puertas de una serie de reformas constitucionales y no sabemos cuáles son. Es un gobierno cerrado al escrutinio público, donde no se tolera la crítica periodística ni la disidencia. Yo creo que tenemos un país con mucho miedo.
— ¿Qué tan alejado está El Salvador de la democracia con el inicio de esta gestión de Bukele?
Está iniciando un gobierno inconstitucional que manipuló las reglas electorales y que atacó a opositores, a todas las instituciones; un gobierno así no puede llamarse de otra manera que no sea dictadura. Hay figuras clásicas de dictadores con fusiles y golpes de Estado, pero en los tiempos actuales ya no se necesita eso para instalar dictaduras. Gobiernan bajo banderas pretendidamente democráticas, pero en el fondo están ejerciendo el poder de manera muy autocrática.
— ¿Cómo ha impactado esto en la libertad de expresión de los periodistas?
Desde junio del 2019, cuando Bukele llegó al poder, las agresiones a la prensa han ido en aumento. El año pasado cerró con 311, y en el 2022 había cerrado con 180, según la Asociación de Periodistas de El Salvador (APES). No hay motivo para pensar que esto va a cambiar. El día que ganó la elección Bukele dedicó varios minutos a hablar contra la prensa nacional e internacional y nos retrató como enemigos. Hay leyes vigentes que podrían ser utilizadas para restringir más la libertad de prensa. Cuando la redacción de “El Faro” tenía 30 personas, 22 de ellas, entre ellas yo, fueron espiados con el software Pegasus. Mi teléfono pasó intervenido 101 días durante un año y sabemos que Pegasus solo lo pueden usar los gobiernos. Nosotros hicimos pública esta denuncia y la asamblea de Bukele aprobó una ley de espionaje que permite intervenir los teléfonos sin mayor explicación y el régimen de excepción aprobado desde marzo del 2022 también eliminó la privacidad en las comunicaciones de todos los ciudadanos.
— ¿Cómo ve el panorama regional en cuanto al trato de las autoridades, sobre todo presidenciales, hacia la prensa?
Yo creo que es un fenómeno global y en Latinoamérica se ve con alguna particularidad, pero sí hay una tendencia creciente a desafiar estas instituciones democráticas que éramos los periodistas y los medios. La proliferación de redes sociales ha contribuido a eso, a que la gente sienta la necesidad de desplazar los medios. Yo creo que la prensa, los periodistas, dimos por garantizado que la gente siempre nos iba a respetar y nos iba a creer. Ahora tenemos que volver a ganarnos la confianza de la gente y de eso se están aprovechando los políticos populistas. Es bastante conveniente para gobiernos en el mundo atacar a los periodistas porque son ellos los que están fiscalizándolos. Y es conveniente entonces restarles toda la credibilidad.
— A nivel regional hemos tenido varios choques entre presidentes. El propio Bukele atacó en “X” a los presidentes de Colombia, Chile. ¿A qué atribuye este ambiente regional tan crispado?
Yo creo que tiene que ver con la operación de comunicación, de instalación de la narrativa de líderes que quieren gobernar no solo físicamente, sino también el Internet. Y para gobernar el Internet, tienen que también apagar a esos otros focos de líderes que tienen mucho arrastre, como Petro, por ejemplo. Internet es un terreno de disputa así como lo es el terreno físico, solo que ahí no hay fronteras. Y eso explica mucho los ataques. Ahora, el Internet es muy engañoso. Los youtubers pueden promover tu imagen o te la pueden destruir. Entonces necesitas tener muchos recursos para enfrentar eso, para enfrentar el momento en el que las críticas vengan. Si como presidente me empiezan a atacar las redes sociales, yo tengo que tener mi aparato de comunicación bien armado y bien instalado para que contrarreste esos ataques.
— ¿Ve riesgos en el hecho de que las redes sociales estén ahora tan presentes en la política?
Yo creo que no hay que satanizar a las redes. Han probado ser instrumentos de canalización de demandas legítimas de la población. Lo que pasa es que es menos organizado que una marcha en la calle o una protesta. El riesgo es que haya mucho financiamiento escondido detrás de operadores concretos que terminen emitiendo mensajes de desinformación absoluta y que promuevan ideas totalmente alejadas de la realidad. Los algoritmos de TikTok, de YouTube, de Facebook, de Twitter van cambiando con el tiempo y se han convertido en enormes fuentes de desinformación.
Nuestros países necesitan ciudadanos y ciudadanas realmente empoderados para creerse sujetos de derechos que exijan a sus gobernantes que hagan las cosas que ellos quieren o que al menos haya una discusión sobre sus demandas, pero cuando los ciudadanos toman sus decisiones con base en información falsa se pervierte todo. Un ciudadano empoderado tiene que tener en su dieta no solo alimentos, sino también información. Entonces el riesgo es que el uso de redes de manera malintencionada, con financiamiento oscuros y con articulaciones oscuras detrás, haga que los ciudadanos al final se hundan más en su miseria y que no sean actores de cambio. Por eso el periodismo es importante. El periodismo sigue siendo útil y tiene que demostrarle a la gente quiénes son las manzanas podridas y dónde está la información de calidad que le puede servir para tomar mejores decisiones.