Rio Branco, Brasil (EFE)
En los años que en recogía caucho en la Amazonía brasileña, la candidata presidencial Marina Silva se contaminó de mercurio y durante años batalló contra un cúmulo de enfermedades que, según su familia, solo encontraron remedio en Dios y la religión evangélica.
"La vi prácticamente muerta con cinco años. Tengo la seguridad de que Marina resucitó algunas veces", contó la hermana mayor de los Silva, María Deusimar, de 59 años, arropada por otras hermanas de la candidata y algunos sobrinos de la exsenadora que aspira a la presidencia en las elecciones que se celebrarán mañana.
Deusimar se refería a la salud de Silva, de 56 años, pero bien podría hablar de la vida política de la que fuera ministra de Medio Ambiente durante el primer mandato del presidente Luiz Inácio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT), hoy convertido en su adversario.
Tras abandonar las filas del PT, Marina se afilió al Partido Verde (PV), con el que quedó tercera en las elecciones de 2010; renunció para intentar crear su propia formación pero fracasó y se sumó al Partido Socialista Brasileño (PSB), del que se convirtió en candidata por una tragedia.
"Rezamos mucho. Le pedimos mucho a Dios, porque Marina necesitaba tomar una decisión de mucha responsabilidad. Le pedimos mucho a Dios que la bendijera y que hiciera lo correcto", señaló otra de las hermanas, María Lúcia Silva, de 55 años, sobre los días posteriores a la muerte del anterior abanderado del PSB, Eduardo Campos.
Marina Silva, quien era compañera de fórmula de Campos, aceptó ser designada candidata a mediados de agosto, después de que el exgobernador de Pernambuco falleciera en un accidente aéreo cuando se dirigía a un compromiso de campaña.
Durante las primeras semanas como candidata, Silva se disparó en los sondeos de intención de voto, lo que la convirtió en el blanco de las críticas de sus principales contrincantes: la presidenta y aspirante a la reelección, Dilma Rousseff, y el socialdemócrata Aecio Neves.
"Marina es una biorana 'preta', un árbol amazónico que cuando lo golpeas con el machete es difícil de derribar, es muy fuerte", resaltó Lúcia, quien guarda un idéntico parecido con la candidata a presidenta.
Vestida con una falda larga hasta los zapatos, una camisa amarilla y el pelo cuidadosamente recogido, Lúcia comparte el aspecto frágil de Marina, su tez morena, el ritmo pausado de sus palabras y su entrega a la religión evangélica.
"Estoy acostumbrada a que me confundan con Marina", dijo desde el porche de su humilde casa, situada en un barrio periférico y sin asfaltar de Río Branco, capital del estado amazónico de Acre, fronterizo con Bolivia y Perú.
La aspirante socialista llegó a la capital acreana con 15 años, todavía analfabeta y empujada por una contaminación de mercurio, cinco malarias y varias hepatitis que debilitaron fuertemente su salud.
"Marina salió por el hecho de haber enfermado. Dijo que no aguantaba más trabajar en el 'seringal' (hacienda de caucho), que se iba a vivir a la ciudad", recuerda Lúcia, quien hoy es ama de casa y madre de cuatro hijos.
A pesar de visitar a varios médicos a lo largo de su vida, su hermana cree que fue su fe en Dios y en la religión lo que ayudó a mejorar la salud "de la más inteligente" de los Silva: "Ella (Marina) cuenta que cuando estaba muy enferma tuvo aquel deseo de ser una persona evangélica. Fue Dios quien la ayudó".
Desde que Silva entró de lleno en la carrera electoral tras la trágica muerte de Campos, el pasado 13 de agosto, sus compromisos alcanzaron un ritmo vertiginoso que le ha llevado a recorrer de punta a punta el gigante latinoamericano.
"Nos preocupamos porque Marina está viajando mucho. Nos preocupamos por su alimentación, si come bien, porque ella es muy delgadita. No débil, delgada", precisó María Lúcia.
Mientras los candidatos agotan los últimos cartuchos antes de las elecciones de mañana -que según los sondeos llevarán a una segunda vuelta entre Rousseff y Silva-, la familia de la socialista se dice "tranquila", "muy unida" y "pidiendo a Dios que haga lo mejor".