Por Grace Gálvez Núñez
“Mi navío esperaba, con su nombre remoto, Winnipeg, pegado al malecón del jardín encendido. […] Labriegos, carpinteros, pescadores, torneros, maquinistas, alfareros, curtidores: se iba poblando el barco, que partía a mi patria. Yo sentía en los dedos las semillas de España que rescaté yo mismo y esparcí sobre el mar, dirigidas a la paz de las praderas”, versa el poeta chileno Pablo Neruda en “Misión de amor”.
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Hace 80 años, durante la Guerra Civil española (1936-1939), Neruda recibió la misión más hermosa que se le pudo haber encomendado: trasladar a refugiados de aquel cruento conflicto hacia su patria, para que vivan libres y en paz. Fueron alrededor de 2.200 los ocupantes del barco Winnipeg que llegaron a Chile el 3 de setiembre de 1939.
Y fue el mismo poeta quien hizo la selección de los pasajeros del buque. Enlistó a quienes creía que podían contribuir con su país: maestros, agricultores, pescadores, obreros, etc. Sin embargo, la labor no fue nada fácil, porque el Nobel chileno tuvo que sortear una serie de contratiempos que por poco lo hacen fracasar.
“El poeta hubo de luchar contra una burocracia ministerial, contra partidos políticos que se negaban a la llegada de esos ‘rojillos’, a las dificultades económicas y logísticas que ello suponía, además del comienzo de la gran guerra europea. Pero finalmente lo hizo, y para él fue, sin duda, y como lo dice en un poema, una misión de amor”, declara a El Comercio Abraham Quezada, diplomático chileno y experto en Pablo Neruda.
“La gestión de Neruda es parte de un impulso humanitario notable de la política exterior chilena a fines de los años treinta, y que se tradujo en el asilo, mediación y recepción de refugiados españoles, en donde el barco de Neruda, el Winnipeg, es parte de esa última etapa. Fue una migración magnífica. […] Muchos de sus descendientes han sido destacados profesionales, ministros y premios nacionales en las más diversas disciplinas”, expresa el funcionario.
La parte desconocida de la historia es que algunos de esos migrantes recalaron en el Perú y desarrollaron en Chimbote, principalmente, la actividad pesquera que manejaban tan bien. “Los apellidos Rodríguez, Novo, Garrido, que venían en ese buque, han hecho también una contribución al Perú y, según entiendo, sus descendientes siguen viviendo en estas hermosas tierras. Neruda supo de ello y lo expresó en su visita de octubre de 1943; incluso se reunió con migrantes republicanos en Lima para comentar esas y otras vicisitudes”, detalla Quezada.
José Luis Rodríguez Morales es un chimbotano descendiente de aquella travesía. Sus abuelos Severiano Rodríguez y Cándida Moro, su bisabuelo Raymundo Rodríguez, y sus tíos Ramón, Carlos, Raymundo y María del Carmen navegaron en ese barco que los alejó de su pueblo natal, Lastres, una villa marinera situada en Asturias.
La familia se dedicaba a la pesca y desarrollaron esta actividad con éxito durante muchos años en Chile, donde Severiano y Cándida concibieron a su quinto hijo: José Manuel. Posteriormente, los Rodríguez decidieron probar suerte en el Perú y se instalaron definitivamente en Chimbote, en 1958.
Es allí donde José Manuel conoce a la chimbotana María Morales y tienen tres hijos, entre ellos José Luis. “Si no hubiera sido por Neruda y su barco, yo no estaría acá. […] Mi familia estuvo en una constante búsqueda de desarrollo económico y de ser felices en algún lado. Y el Perú los recibió bien, y nosotros nos hemos sabido desarrollar a pesar de todo”, comenta José Luis para El Comercio.
Se calcula que la Guerra Civil española se cobró la vida de unas 500.000 personas y generó el exilio de otras 450.000, quienes fueron forzadas a migrar a distintas partes del mundo. Todos ellos, sin duda, contribuyeron de alguna manera al progreso de los países en los que se asentaron.
“El aporte de la migración es relevante. De algún modo, todos en este continente tenemos esa calidad originaria. […] En los años 30 llegaron a Chile varios cientos de peruanos, que dejaron un muy valioso legado, que recién ahora la historia empieza a recoger. El aporte de un Luis Alberto Sánchez, Manuel Seoane o un Ciro Alegría a la cultura chilena ha sido inestimable”, asevera al respecto Abraham Quezada.
Cuenta Pablo Neruda en su autobiografía “Confieso que he vivido”, que cuando hacía la lista para los que abordarían el barco, les preguntaba a los aspirantes cuál era su oficio. Uno de los hombres le respondió que trabajaba el corcho, y el poeta, apenado, le dijo que en Chile no existían los alcornoques. A lo que el español le respondió: “Pues los habrá”. Ante la seguridad de sus palabras, el Nobel no tuvo más remedio que darle la bienvenida.
“Y él, con el mismo orgullo de su respuesta y seguido de sus siete hijos, comenzó a subir las escalas del barco Winnipeg. Mucho después quedó probada la razón de aquel español inquebrantable: hubo alcornoques y, por lo tanto, ahora hay corcho en Chile”, escribió Neruda.
De igual manera sucedió con los pescadores que llegaron a Sudamérica en este buque. “Según me contaban en Arica, por la celebración de los 80 años, lo que trajeron los españoles a Chile y el Perú fue la pesca de altura, en altamar. Trajeron esas técnicas, equipos nuevos y aportaron con ello”, señala con orgullo José Luis Rodríguez.
Hace algunos días, la Embajada de España en el Perú conmemoró las ocho décadas de esta travesía y reunió a los representantes de cuatro familias que descienden del exilio, asentadas en nuestro país. Sus testimonios fueron conmovedores. Todos agradecieron al poeta, a Chile y al Perú por su generosidad de recibir a sus padres o abuelos, y alejarlos de la guerra.
Allí estuvo presente José Luis Rodríguez, quien ha dedicado parte de su vida a rastrear su pasado familiar. Su esposa Marisol Pérez Tello, exministra de Justicia, lo ha ayudado en esta búsqueda. En 1996, él pudo viajar a Lastres, donde se encontró con los hermanos de sus abuelos, quienes le contaron acerca de las torturas y amenazas que sufrieron al quedarse. “El hecho de tener una familia que ha sufrido tanto a mí me da más valor y coraje de salir adelante”, expresa Rodríguez.
La gesta del poeta, sin duda, no solo le salvó la vida a mucha gente, sino que tuvo un impacto positivo en el desarrollo de Chile y el Perú.
Es por ello que el poeta quiso inmortalizar su hazaña con estas palabras: “Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie”.