La ciudad de Rosario, a unos 300 kilómetros de Buenos Aires, vive en estado de shock, con 2.000 agentes de la Policía Federal y la Gendarmería custodiando los barrios más humildes de la tercera urbe más importante de Argentina.
Llegaron en los últimos días, después de un sorpresivo operativo policial propio de una película de acción, para quedarse en la que se ha convertido en la ciudad más violenta de Argentina.
En los últimos meses Rosario, en la provincia de Santa Fe, ha sufrido un vertiginoso aumento de los homicidios: más de 260 personas asesinadas en 2013, y casi un centenar en lo que va de año.
La tasa de homicidios de la ciudad es ya cuatro veces mayor que la media de Argentina, con 22 muertes violentas por cada 100.000 habitantes.
La mayor parte, víctimas de enfrentamientos entre hombres de menos de 20 años, miembros de "juntas" o bandas juveniles dispuestas a vaciar el cargador del revólver por una disputa familiar, un robo menor o unos gramos de "merca" (cocaína).
Para llegar al barrio de Nuevo Alberdi, uno de los 20 distritos con presencia de las fuerzas federales, hay que viajar una media hora en auto desde el centro de Rosario por una zona rural.
"En la calle manda más el que pelea más", nos dice Claudio Sotelo, un joven de 21 años.
Empieza a caer la noche y una mitad del cielo se tiñe de azul y amarillo, como los colores del Central, el equipo de fútbol más seguido en esta parte de Rosario.
La otra mitad está oscura, con un azul casi negro, y cubierta por nubes de tonos rojizos, pintando la camiseta de Newell’s, su archirrival.
Y es que hasta en el cielo de Rosario se pelea por el territorio.
"Porque acá si no peleás sos un gil", cuenta Claudio.
Y en un barrio donde las oportunidades y la esperanza escasean, el que planta cara se lleva la fama, el poder y las mujeres.
Las vías abandonadas del ferrocarril separan los costados de este asentamiento, una amalgama de construcciones, algunas de ladrillo y otras de chapa, sin alcantarillado y con suelos de cemento, muchas levantadas en terrenos ocupados.
Algunas "juntas" se apostan en el camino, junto a la vieja ruta del tren, para exigir un peaje. El que no paga tendrá que sufrir las consecuencias.
SORDOS, CIEGOS, MUDOS
Que Rosario está en una encrucijada lo saben hasta los niños.
"Allá se tiran tiros y no nos dejan jugar, nos tenemos que ir adentro", dice Cecilia, de 11 años, que hasta hace poco vivía con sus 9 hermanos en un barrio humilde de la ciudad.
"Cuando se agarran a tiros yo me voy y me pongo a ver la computadora, dentro de casa", contesta Diego, de 7.
Escuchar disparos era habitual aquí hasta la llegada de los federales.
A su hermano Nico "lo cagaron a tiros" hace sólo unas semanas. Dos balazos fueron suficientes para que decidiera marcharse cuanto antes de la ciudad.
Los más jóvenes parecen los menos reacios a dialogar sobre la violencia en las calles de algunos barrios.
Porque los adultos son "ciegos, sordos y mudos", como dice Ana Gioppo, una comerciante de Nuevo Alberdi.
Nadie quiere oír los disparos ni los gritos, cuando en las cuadras se escenifican batallas campales. Nadie quiere ver las camionetas de lujo llegar con la caída de la noche. Y ante todo, pocos quieren denunciarlo en una comunidad donde la delación se castiga más duro que el delito.
EL ASEDIO DEL NARCO
Mientras, en otro extremo de la ciudad, un laberinto de callejuelas sin asfaltar, llenas de basura y agua estancada, conduce a un búnker, una casa clandestina de tráfico de drogas.
Sellada, sin puertas ni ventanas, con apenas un agujero por el que entra el dinero y sale la droga, con un estrecho pasadizo por el que ingresan los asalariados del narco.
En el exterior, "Cabeza de Lata", un agente de la Policía Federal, conversa con los vecinos de La Tablada, un punto rojo de violencia en las afueras de la ciudad.
"No queremos más búnkers", es la frase más repetida entre los vecinos al paso de las botas negras de los gendarmes.
Por si no tuviera suficiente con la lucha entre bandas, Rosario padece también la proliferación de pequeños grupos de narcotraficantes que han encontrado en la pobreza y exclusión social de algunos barrios la cantera perfecta para construir puntos de venta de drogas y reclutar a sus "soldaditos".
Así se conoce a los jóvenes que vigilan y defienden los búnkers y que reciben unos US$20 diarios, más dinero si además van armados. Porque los narcos, como en tantos otros lugares, aquí pagan "plata por fierro".
Las pistolas son para frenar a aquellos que intentan penetrar en el búnker y llevarse parte de la mercancía, lo que en la jerga local se conoce como "mexicanear".
Existen más de un centenar de búnkers por toda la ciudad, especialmente en la deprimida zona Sur.
Pero en los últimos meses se extendieron también a algunos barrios del centro y norte, que hasta hace poco eran zonas relativamente tranquilas.
"QUE VENGA CRISTINA"
Alejandro Flores, un joven recolector de basura, no recuerda bien cuál es su edad, pero tiene muy claro lo que es vivir entre estos búnkers.
"Hay criaturas que llegan a matar para robar, para comprar la maldita droga", cuenta.
A su lado, un caballo cansado y el carro sobre el que le espera su padre, otro "ciruja" o reciclador, que le mira apoyado sobre su única pierna.
"No podés salir tranquilo, no sabés si vas a venir vivo de tu trabajo", dice.
A su espalda, una choza presidida por un altar con las figuras de la Virgen y el Gaucho Gil, la figura profana más venerada en la Argentina rural.
"Que venga Cristina (Fernández de Kirchner, la presidenta), acá la querría ver. Los políticos no saben todo lo que está pasando acá en Rosario".
Y es que el negocio del narcotráfico mueve unos US$200 millones al año, según el informe de la Universidad de Rosario "Calles Perdidas", lo que representa un tercio del presupuesto municipal.
El 80% de las drogas, según las estimaciones oficiales, acaban en los sectores más acaudalados de la ciudad.
LUGAR ESTRATÉGICO
La ubicación estratégica de Rosario, emplazada entre carreteras internacionales con conexión a los países productores de drogas y junto a uno de los mayores puertos fluviales de Sudamérica, la convierte en un perfecto lugar para la llegada, producción y distribución de narcóticos, explica Enrique Font, profesor de Criminología de la Universidad de Rosario.
La cocaína llega desde Bolivia por la ruta nacional 34 y la marihuana de Paraguay, por la ruta 11. La sangre y las balas vienen de Rosario.
"Si bien la tasa de homicidios venía creciendo significativamente en los últimos tres años, no se habían visto asesinatos del nivel de crueldad y espectacularidad que tienen ahora los homicidios de disputa por cuestiones territoriales de las bandas narco", asegura Font.
"Eso es algo que distingue a Rosario de otras ciudades donde el nivel de consumo de drogas es similar".
Pero no es lo único.
CORRUPCIÓN POLICIAL
La amenaza a la seguridad de Rosario no llega sólo del narco o de las peleas callejeras. A veces está en el seno mismo de la autoridad.
El exjefe de la policía santafesina, Hugo Tognoli, está procesado, acusado de tener vínculos con una red de narcotraficantes.
Mientras, el gobierno de Santa Fe tuvo que apartar a siete agentes y comisarios de la División Judiciales de la policía provincial, señalados en un video grabado con cámara oculta como cómplices del menudeo de droga.
"Cada punto de drogas le entrega a la policía unos US$6000 por semana", a cambio de impunidad, dice el criminólogo Enrique Font.
Cuestionado sobre estas acusaciones, el ministro de Seguridad de Santa Fe, Raul Lamberto, dice que "en la sociedad hay personas que trabajan honorablemente y también los hay quienes no dan certeza ni garantía a un cargo tan importante como ser policía. Hay que avanzar con aquellas personas que quieren honrar un uniforme, apartando de la fuerza y sometiendo a la Justicia a los que no".
El alivio entre la población de los barrios más golpeados por la violencia ante la llegada de las fuerzas federales es un síntoma de la profunda desconfianza hacia los cuerpos locales.
"En la lucha contra el delito organizado existen muchas tentaciones", apunta Lamberto.
"Esto no afecta sólo a la policía, también otros estamentos de la vida privada y pública pueden ser presas de la corrupción. Esto ha pasado en otros países", señala el ministro de Seguridad de Santa Fe.
¿A TIEMPO?
Esta ciudad no parece ser una nueva Medellín, ni el próximo Juárez. La sofisticación de las bandas de narcotraficantes no llega a la de los grandes cárteles latinoamericanos, coinciden autoridades y analistas.
Por ahora el negocio de la cocaína, la marihuana y las drogas de diseño está en manos de pequeños clanes locales.
Pero el cóctel de violencia entre los jóvenes de los barrios más excluidos y la instalación del narco en la ciudad ha sido suficiente para poner en alerta a Rosario.
Mientras en un lado de la ciudad florecían rascacielos y cafés de moda, gracias a la imparable llegada de dinero procedente del sector agrícola, en el otro se desataba una ola de violencia por la disputa del territorio.
"Cuando se vayan los gendarmes, la pobreza y la miseria seguirán acá", recuerda un grupo de jóvenes de una escuela secundaria de Nuevo Alberdi, "¿Qué va a pasar entonces?".
La respuesta parece depender en gran medida del destino de lugares como esta barriada, o el de La Tablada o Villa Banana.
"Y si vos querés cambiar, buscar trabajo y empezar de cero y todos te cierran la puerta… ¿cómo no van a tomar algunos la salida más fácil, la de la violencia?", se cuestiona una de las alumnas.
En estas aulas los estudiantes hacen planes de futuro, algunas quieren ser enfermeras, otros profesores.
Mientras, en otras partes de Rosario, donde se esconden los laberintos de búnkers y se siembran los soldaditos, los jóvenes no se permiten el lujo de planear:
- "¿Cómo te ves de aquí a 10 años?"
- "Muerto".