Cae la noche y un vozarrón arropa la bulla de los autos y los buses que atraviesan la avenida a toda velocidad. Es Mercedes*, que lleva años vendiendo comida en un puesto callejero de San Salvador, capital de El Salvador.
Con la sonrisa dulce que la acompaña en la jornada es difícil imaginar que parió su primer hijo como consecuencia de una violación, que es VIH positiva y que su compañero de vida le pega constantemente y la amenaza con matarla.
"Estoy bien, gracias a Dios, no tan bien, no tan mal", dice tímidamente cuando le pregunto cómo le va. Suspira y después de una pausa, continúa: "No pensé que me iba a encontrar esta clase de marido, pero mi fracaso viene de hace mucho tiempo".
Su voz inocente revela juventud, pero las arrugas en su cara y su cuerpo cansado hablan de una vida mal vivida, de un trauma perenne.
La noche anterior, José le pegó otra vez. La llamó hija de puta. Le quitó parte del dinero ganado de la venta. Aunque Mercedes quiere, no lo puede dejar porque, dice, no tiene adónde ir.
Vulnerables
La joven forma parte de la población más vulnerable de mujeres en el país centroamericano, aquellas que nacieron en la pobreza y son víctimas de violencia desde la niñez.
Son las que más llegan al consultorio de la doctora Zulma Méndez en el hospital público de San Rafael, en el municipio de Santa Tecla, limítrofe con San Salvador.
"Atiendo sobre todo a chicas de origen muy sencillo, con falta de educación (...) Para muchas, es normal que el hombre las violente, desde que les pegue 'poquito' a solo cuando está tomado, o ya casos más extremos", explica la internista.
El Salvador es uno de los países más peligrosos para ser mujer. El año pasado, una mujer murió de forma violenta cada 18 horas, según un reporte de la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (Ormusa), que analiza cifras oficiales.
La nación de 6,3 millones de habitantes tiene la tasa más alta de muertes violentas de mujeres de la región, de España y del Caribe, con un promedio de 13,5 por cada 100.000 mujeres.
La crisis golpea con más dureza a las jóvenes. El 45% de las mujeres a las que mataron el año pasado tenían entre 15 y 29 años, según datos de Ormusa.
La prevalencia de violencia en el hogar es casi de un 50% para las mujeres que fueron agredidas en algún momento de su vida y es aún mayor cuando la mujer inicia su primera relación sexual antes de los 15 años, indica la Encuesta Nacional de Violencia Contra la Mujer, publicada este año por el Ministerio de Economía.
Mercedes es el vivo ejemplo de esta estadística.
Abuso
Acostumbrada a trabajar desde los 14 años, sin educación escolar y víctima de abuso sexual por parte de familiares, la joven decidió trasladarse del interior a San Salvador para buscar una nueva vida.
No tenía tarjeta de identificación y se perdía por la ciudad. Fue entonces cuando conoció a José. El hombre, que nunca le dijo su edad ni que estaba con otras mujeres, la maltrató desde el principio.
"Él era un gran bolo (borracho). Cuando me acompañé con él, el primer día me hizo dormir en un zacatal (campo de malas hierbas) y me llevó a un lado que no conocía. Quería irme a mi casa pero no conocía la ruta de vuelta y él no me la decía", cuenta.
Los abusos sexuales siempre estuvieron presentes. José no se detuvo ni cuando Mercedes había acabado de parir al hijo de ambos.
"Me tiró al suelo, se tiró encima de la cesárea y ahí fue cuando sentí como si me sacaran la matriz", dice con rabia.
Intentó defenderse y José buscó un cuchillo y le aruñó el cuello. "Me dijo que le valía vergas...", se quiebra.
Cuenta cómo, a veces, él la acorralaba para que no pudiese escapar. "Me encerraba, me quiebra los teléfonos, ahora no tengo teléfono porque lo tiró", dice.
Una vez, José la golpeó tan fuerte que le sacó sangre en la nariz y la empezó a estrangular hasta casi asfixiarla, dice Mercedes.
En algún punto decidió dejarlo, pero encontró el rechazo de su familia.
Rechazo
La joven acudió a la consulta de la doctora Méndez después de recibir una paliza de José. Allí se enteró que su pareja le había contagiado el virus del VIH.
Sus familiares la estigmatizaron al conocer su diagnóstico.
"Decían que había que tener cuidado cuando yo fuese a ir al baño, que si no había que construir otro baño. Yo oía todo eso y decía que me iba a volver con José porque no tenía otro destino", dice.
Méndez, que atiende la unidad con más pacientes con VIH a nivel nacional, explica que el caso de Mercedes es muy común entre las mujeres que la visitan.
"Acá llegan niñas que han sido violadas y no tienen idea de que están enfermas", explica.
Miedo
El Estado salvadoreño cuenta con iniciativas para atender a mujeres como Mercedes.
Ciudad Mujer, por ejemplo, es un programa del 2012 que habilitó seis centros en el país, en los que las víctimas reciben asistencia psicológica y legal y lecciones de salud sexual y autonomía económica.
Otro ente gubernamental, el Instituto Salvadoreño para el Desarrollo de la Mujer (Isdemu), brinda albergue temporal para las mujeres y sus hijos de forma gratuita.
Pero el miedo paraliza a muchas víctimas y les impide acudir a las instituciones.
Solo 6 de cada 100 mujeres agredidas interpone una denuncia, la mayoría en una estación de policía, según estima la Encuesta Nacional de Violencia contra la Mujer.
Mercedes dice que "no le da el ánimo" de ir a la policía. Que prefiere ir al hospital, donde se siente más segura.
Amenazas
Además de golpearla, José ha amenazado con enviar a pandilleros a matarla si lo llegan a encarcelar "por su culpa".
En un país en el que los vecindarios están controlados por pandillas que operan en su ley y con impunidad, Mercedes se toma la advertencia muy en serio.
"La violencia de género está vinculada con la violencia social", explica Ana Elena Badilla, representante en El Salvador de ONU Mujer. "La policía nos cuenta que, cuando las víctimas van a ellos, les piden que no visiten los barrios donde viven, sobre todo si la pareja está vinculada a una pandilla".
Mercedes asegura con la voz firme que "ya no se deja" maltratar por José y que él está intentando cambiar, aunque le cueste.
"Anoche me dijo, 'me voy a la mierda'. Andate, le contesté, yo no te detengo", cuenta.
Con lágrimas, en un punto de la conversación, Mercedes dice que a veces se quiere matar.
En medio de la desesperanza respira y con su voz dulce dice que quiere seguir adelante. No por ella, sino por sus hijos.
Adentrada la noche, Mercedes vuelve a su puesto callejero y con una sonrisa, sigue vendiendo.