Hiroshima. “Nadie en este mundo puede imaginar tales escenas del infierno”, así relató Yoshiko Kajimoto ante el papa Francisco lo que vivió aquel 6 de agosto de 1945 cuando Estados Unidos lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima.
Francisco viajó este domingo primero a Nagasaki y después a Hiroshima durante su segundo día de viaje a Japón para lanzar un llamamiento contra las armas nucleares y pedir el desarme total.
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En el Memorial de la Paz de Hiroshima, el papa tras una jornada agotadora escuchó los testimonios de dos supervivientes de “Little boy”, la bomba que “destruyó toda la ciudad en un instante” como contó al papa Kojí Hosokawa, que tenía 17 años y se encontraba en el cuarto piso de un edificio de 1,3 kilómetros del hipocentro cuando la bomba cayó.
“De las decenas que estuvieron expuestas en el mismo lugar, soy el único que todavía está vivo” y explicó que su hermana menor de 13 que estaba a solo 700 metros de distancia murió.
Dijo al papa que ha vivido toda su vida pensando en que podría tener cualquier enfermedad derivada de las radiaciones y que “todos deberían darse cuenta de que las bombas atómicas fueron lanzadas, no en Hiroshima y Nagasaki, sino a toda la humanidad”.
“La guerra enloquece a la gente, y la locura final es la bomba atómica que negó a los humanos la existencia”, concluyó.
A sus 89 años afirma que “transmitir la experiencia de Hiroshima a la próxima generación es la misión final que nos asignaron los sobrevivientes de la bomba atómica”.
Por su parte Kajimoto era una joven de 14 años, estudiante de tercer año y estaba a 2,3 kilómetros al norte del hipocentro trabajando en una fabrica de piezas para hélices de avión. “En un momento entró una luz azul entró por la ventana, pensé que era una bomba y la fábrica colapsó”, explicó.
“Me di cuenta de los gritos de mis amigos, pero estaba oscuro, y yo no podía moverme porque estaba enterrado debajo de madera y azulejos (...) Cuando salí, todos los edificios circundantes estaban destruidos. Estaba tan oscuro como la noche y olía a pescado podrido”, señaló este habitante de Hiroshima.
“Había gente caminando de lado a lado como fantasmas, personas cuyo cuerpo entero estaba tan quemado que no podía distinguir la diferencia entre hombres y mujeres, sus cabello erizados, con los rostros hinchados del doble de tamaño, los labios desprendidos, con las dos manos extendidas y la piel quemada colgando”, describió.
Y aseguró: “Nadie en este mundo puede imaginar tal escena del infierno”.
Relató que los días siguientes “el humo blanco estaba en todas partes: Hiroshima se había convertido en un crematorio” y que durante muchos días no pudo eliminar de su cuerpo y de su ropa el olor de las personas cremadas.
Su madre murió durante la explosión y encontró tres días después a su padre, que murió un año y medio mas tarde al haber estado expuesto a las radiaciones.
Explicó que “la mayoría de sus amigos murieron de cáncer” y que ella también tiene leucemia.
“Trabajo duro para dar testimonio de que no debemos usar estas terribles bombas atómicas de nuevo, ni dejar que nadie en el mundo sufra tanto sufrimiento”, concluyó.
Fuente: EFE