“En los últimos 20 años, la constante en Afganistán ha sido el caos producido por los talibanes”. Y ahora que las fuerzas militares de Estados Unidos y sus aliados están a punto de abandonar la nación asiática –se quedarán hasta el 31 de agosto–, el analista político del Medio Oriente y Terrorismo Joseph Hage no tiene duda alguna de que el clima empeorará.
“Diría que, en menos de 60 días, vuelven a tomar el control. Quizás dejarán a Kabul como último recurso, pero el control absoluto estará en sus manos”, añade.
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¿Cómo es que los talibanes han vuelto a hacerse con tanto poder? Para explicarlo, Hage recuerda el régimen que controló Afganistán desde 1996 hasta el 2001, época que tuvo a este movimiento como autoridad única y brutal que monitoreaba la vida del país bajo su interpretación ultraconservadora del Corán.
“Rechazaron cualquier tipo de invasión cultural, en la que se incluye también la educación de las mujeres o el uso de libros que no fueran hechos o supervisados por ellos mismos”.
Otra de sus herramientas fue el chantaje. Hage anota que, como todos tienen familiares en alguna tribu, basta con amenazar a la familia para que se calmen las aguas. “Los talibanes presionaban a los jefes de las tribus y estos pedían a sus familiares que hicieran caso. Si se negaban a responder, la familia pagaba el precio”.
La religión jugaba (y juega) una parte esencial en esta ecuación.
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El origen de los talibanes se rastrea a la invasión y ocupación de la Unión Soviética (1979-1989), y al papel de Estados Unidos, Arabia Saudí y Paquistán en el armamiento de la insurgencia (a través del Puente de los Myahidín).
El periodista español especializado en Medio Oriente, Javier Martín, anota que los talibanes (estudiantes, en lengua pastún) eran enviados a Arabia Saudí para ser entrenados, y allí es que incorporaron una ideología más radical. En ese intercambio, clérigos como Osama Bin Laden aterrizaron en el país. “Y lo que se terminó enviando a Afganistán fue el wahabismo, que es la interpretación más radical del islam, de forma que el país se convirtió en base de Al Qaeda, por ejemplo”, agrega Martín.
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Este fue el germen para que, en marzo del 2001, los talibanes destruyeran dos antiguas figuras de Buda en Bamiyán al considerarlas ídolos profanos. Meses más tarde, el 11 de setiembre, cometen el peor error de su historia.
Hage anota que, si no se hubieran metido con Estados Unidos, seguramente el reinado de los talibanes habría continuado. Pero cuando Al Qaeda atacó a las Torres Gemelas, la comunidad internacional tomó cartas en el asunto.
“Todo podría haber quedado ahí. Digo, hay dictaduras en muchos países y no necesariamente intervención extranjera. Pero Afganistán perdió porque en su territorio Al Qaeda tenía plena libertad de operación”.
Lo que sucedió luego, cuenta Hage, fue que tribus del norte que se oponían a los talibanes se aliaron con EE.UU. para destruir a los radicales, pero jamás lo consiguieron. “Fue como querer mezclar agua con aceite. Es imposible. El talibán es una cultura”, dice Hage.
Javier Martín acota: “Y como es un país muy complicado geográficamente, con muchas montañas, los ejércitos regulares tienen dificultades para moverse. Los talibanes conocen el terreno y hacen guerra de guerrillas, por lo que pueden resistir y vencer fácilmente”.
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Un panorama sombrío
A medida que el retiro de las fuerzas militares de la comunidad internacional de Afganistán se hace más palpable, los atentados al interior del país empiezan a ser más frecuentes. Para Martín, es posible que suceda lo mismo que cuando los soviéticos dejaron el país, entre 1989 y 1993.
“Es muy probable que se repita la historia. Van a volver a intentar imponer su ideología ultraconservadora. Por ejemplo, muchos de los derechos que las mujeres ganaron en los últimos años se perderán”.
La lucha por el vacío de poder también atraerá a los vecinos. Martín anota que el petróleo sigue siendo uno de los principales atractivos del país, pero que el objetivo real sería utilizar a Afganistán como “puerto de salida al mar de todo el petróleo que hay en el centro de Asia”.
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A eso también habría que sumar la posición estratégica del país, de la que cualquier potencia podría sacar provecho. Ni hablar de la producción de opio y amapola, que tanto le interesa al Gobierno Chino.
Hage anota que China tiene intereses económicos y militares con Afganistán. “Ya ha invertido para establecer vínculos con los altos mandos talibanes. De hecho, ya consiguieron acceso a tres campos petrolíferos. Y para evitar conflictos internacionales por suministrar armas a los talibanes, lo hará a través de Irán, donde tiene grandes inversiones”.
Esto, concluye Hage, puede ser la salvación económica de Afganistán al largo plazo. Eventualmente, sin embargo, sería necesario volver a militarizar el país y evitar que su caos se rebalse.
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