La voz del cardenal Baltazar Porras ha sido una de las que con más fuerza se ha escuchado en Venezuela, en estos últimos años, para reprochar al chavismo por la crítica situación que atraviesa el país.
De paso por el Perú, adonde llegó para dar una conferencia magistral en el seminario internacional “Políticos cristianos frente a los desafíos globales”, organizado por el Instituto de Estudios Social Cristianos y la Fundación Konrad Adenauer, el purpurado analiza los diálogos frustrados y el papel del Vaticano.
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—¿Sigue viendo una luz al final del túnel?
Ciertamente vivimos una situación muy complicada, hay una clara cerrazón por parte del régimen, que ha aumentado la represión, la tortura y el recorte de libertades. Tenemos un régimen que, más allá de disquisiciones jurídicas o políticas, ha sido negativo en su desempeño. Hay desazón, pero la esperanza no se pierde ni tampoco la conciencia de que esta crisis se superará.
—¿Cómo?
Está claro que no será a través de la violencia ni la guerra ni del tipo de diálogo que en los últimos años promovió o apoyó el propio gobierno simplemente para ‘dar largas’ al asunto y seguir en el poder.
—En uno de esos diálogos el Vaticano actuó de mediador. ¿Lo hará otra vez?
En febrero dije que descartaba una nueva mediación. Ya lo dijo el cardenal Pietro Parolin [secretario de Estado de la Santa Sede], cuando en una carta señaló que para conversar era indispensable una agenda concreta para monitorear avances. El régimen habla de querer diálogo, pero en simultáneo apresa a más gente, amenaza e insulta. No hay una manifestación de gestos positivos que permita un mínimo de credibilidad.
—¿Es solo culpa del gobierno que no se haya llegado a nada en ninguno de los diálogos?
Fundamentalmente, sí. En cada uno de ellos ha dicho para empezar todo de cero, para llevar a cabo todo de manera pública, ha sido muy repetitivo en sus mentiras y manipulación.
—Ahora están en curso unas conversaciones con el auspicio de Noruega. ¿Se podrá llegar a algo?
Es verdad que este gobierno ha perdido la confianza y credibilidad del pueblo, pero no queda más que insistir. Hay la convicción de no jugar esto a una única carta, como esta de las conversaciones de Oslo. Si fracasan estas, hay que buscar otros mecanismos.
— ¿Otra ccarta u otro mecanismos son los diálogos con EE.UU., que Caracas y Washington ya han reconocido?
Han aparecido muchas cosas sobre esos acercamientos, pero hay que ver si son verdad o responden a otro tipo de interés. Hay que conversar con quien toque y no con quien uno quiera. No hay duda de que no hay una unidad monolítica en el régimen, hay muchos intereses encontrados, así que hay que actuar con tacto ahí.
—Volviendo a la postura vaticana, ha habido críticas al Papa por una postura blanda o hasta de silencio frente al chavismo...
Hay que ver de dónde llegan esas críticas. Varias provienen de grupos muy conservadores, que buscan crear una imagen negativa del Papa. No tenga duda de que Francisco no solo ha estado muy cercano a los obispos venezolanos sino que en sus afanes de descentralización nos ha dicho que estemos allí y demos la cara.
—¿No es entonces que el Vaticano se haya puesto de lado?
Ocurre que el régimen chavista nos ha querido acostumbrar a que todo se hace a través de micrófonos y cámaras. A ver, no es que haya conversaciones secretas, oscuras o se busquen subterfugios, pero indudablemente hay temas que deben tratarse con la suficiente discreción para que puedan caminar. No hay que practicar la diplomacia por megáfonos.
—¿Cuánto incomoda que el chavismo quiera el diálogo directo con el Vaticano y no con los obispos locales?
No nos molesta. Es una táctica del régimen de querer dividir y hacer ver que una cosa es el Vaticano, y otra somos nosotros. Es lo que quiere vender el chavismo, pero no hemos picado ese anzuelo porque es una maña vieja.
—¿No echa usted de menos, entonces, una declaración pública del Papa al respecto?
Las críticas a Francisco no se compaginan con la realidad de los hechos ni con su conducta. Hay que ver la cantidad de intervenciones que han tenido el Papa y sus colaboradores más cercanos sobre Venezuela en los últimos tiempos. Hace poco, en referencia a los convenios firmados con China, Francisco reconoció ser consciente de que no le iban a gustar a todos. Aquí es igual: si no se abre un postigo, no puede uno abrir una ventana o una puerta. Hay que ir dando pasos.
—¿Se ha sentido usted acosado por su postura crítica?
La Iglesia venezolana, en general, ha sufrido un discurso de descalificación por parte de diversos actores. Ello debido a que vivimos en un país fragmentado, en el que no existe el Estado como tal. Grupos irregulares, colectivos y otros actúan por su cuenta e impunemente, así que se reproducen las amenazas, robos y acosos a sacerdotes.
—¿Cuál diría usted que el daño mayor hoy en Venezuela?
En Venezuela hay gobierno, pero no estado. El Estado ya ha desaparecido, está desfigurado porque no hay institucionalidad. No se respeta absolutamente nada. Se tiene una Constitución, pero el primero que no la cumple ni respeta es el propio régimen. El mejor ejemplo, y que ya lleva años, es que si la oposición gana una alcaldía o gobernación, de inmediato se impone un régimen paralelo que desconoce la voluntad popular. Por todo ello, el gobierno ha perdido al pueblo.