Hace unos días, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) emitió una resolución que fue respaldada por la mayoría de países miembros. El documento condena al Estado de Israel por transgredir el derecho internacional y vulnerar permanentemente los derechos humanos de la población palestina, pidiéndole a dicho país ocupante que deje los territorios palestinos, y que ponga fin a las “persistentes excavaciones y obras en Jerusalén Oriental, en particular en la ciudad vieja y sus alrededores, y que prohíba todas esas obras, de conformidad con las obligaciones que le corresponden en virtud de lo dispuesto en las convenciones y resoluciones”.
En el punto 13 de la resolución de marras, y como no podía ser de otra manera, ante el atropello constante de la fuerza ilegítima ocupante (Israel), la Unesco lamenta el daño causado por las fuerzas israelíes, especialmente desde el 23 de agosto del 2015, en las puertas y ventanas históricas de la mezquita de Al Aqsa/Al Haram al Sharif, reafirmando la obligación de Israel de respetar la integridad, la autenticidad y el patrimonio cultural de la mezquita.
Sin embargo, algunos defensores del país opresor, en su afán de malinformar a la opinión pública internacional, trataron de ridiculizar a la Unesco y su resolución tildándola de “disparate” y de que existía en ella una larga lista de “supuestos” actos israelíes en contra de los palestinos.
Es bien sabido que pesan sobre Israel una serie de condenas históricas de diversos organismos internacionales, no solo por no cumplir con las decenas de resoluciones de las Naciones Unidas, sino por crímenes contra la humanidad, en los que se cuentan miles de víctimas civiles, en particular la muerte y las lesiones de civiles palestinos, incluidos niños, así como ataques y destrucciones de escuelas y hospitales como consecuencia de los bombardeos indiscriminados del ejército de Israel. En tal sentido, hablar como se ha esgrimido de “supuestos” actos israelíes contra los palestinos resulta de muy mal gusto y arbitrariamente sesgado.
Por otro lado, los críticos de la Unesco han señalado que la resolución (a la que califican de “locura política”) en esencia niega los vínculos del judaísmo y el cristianismo con los lugares sagrados de Jerusalén, poniendo en duda sus lazos con cualquier religión que no sea el islam. Nada más falso que lo aseverado en este acápite, pues en ningún extremo de la resolución se señala la inexistencia de vínculos históricos del cristianismo y el judaísmo con los lugares más sagrados de Jerusalén.
Por el contrario, en el punto tercero de la resolución se señala: “Afirmando la importancia de la ciudad vieja de Jerusalén y sus murallas para las tres religiones monoteístas”. Y para que no queden dudas, en el numeral 36 se expresa taxativamente: “Comparte la convicción afirmada por la comunidad internacional de que los dos sitios tienen importancia religiosa para el judaísmo, el cristianismo y el islam”.
Con la clara intención de desinformar al mundo, los sofistas defensores de la potencia opresora en su afán de victimizarla trataron de buscar aliados en los sectores cristianos, confundiéndolos para luego alarmarlos y así seguir buscando la impunidad de Israel. Pero como la verdad siempre se abre paso, poco a poco han ido perdiendo peso sus estrategias, pues el mundo civilizado siempre preferirá el reino de la paz y la justicia a través de la defensa del Estado de derecho, abogando de manera irrestricta por los derechos humanos y anteponiendo a la persona como fin supremo.
Finalmente, ante la negativa de la potencia ocupante, la resolución de la Unesco hace muy bien en preocuparse de llevar a cabo la misión de monitoreo reactivo a la ciudad vieja de Jerusalén y sus murallas, que al igual que Belén tiene un régimen especial, pues ningún país, ni Estados Unidos (su principal aliado), la reconoce como capital de Israel.