(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Hannah Storm

Antes de que Internet revolucionara la manera en que se reúnen y comparten las noticias, los periodistas raramente se tenían que preocupar por la violencia virtual. Sus principales riesgos estaban en el terreno: la seguridad física y psicológica al informar desde zonas de desastres y conflictos. Hoy los campos de batalla de los medios de comunicación se sitúan cada vez más en la red y las mujeres, más que nunca, son las receptoras de los ataques.

Según Demos, un centro de estudios británico, las periodistas mujeres tienen tres veces más probabilidades que sus pares masculinos de ser blanco de comentarios abusivos en Twitter, en los que los perpetradores suelen usar lenguaje con contenido sexual (como “puta” y “zorra”) contra ellas. Un estudio publicado en el 2016 por la Organización para la Seguridad y la Cooperación Europeas mostró que las mujeres que trabajan en los medios de comunicación eran blancos de amenazas de género de manera desproporcionada e internacional, observando que los abusos tenían “un efecto directo sobre su seguridad y actividades futuras en la red”.

A menudo, las amenazas de violencia contra las mujeres que trabajan en los medios se expandían a miembros de sus familias, y su impacto se elevaba por el carácter íntimo de los ataques, en dispositivos personales fuera de los parámetros profesionales de la sala de noticias. Vemos aquí las difuminadas líneas de la seguridad virtual, física y psicológica.

Si bien este veneno digital no es nuevo, está claro que su tono misógino se está intensificando. A menos que los ejecutivos de los medios de comunicación comiencen a tomarse en serio esta tendencia, las voces de las periodistas mujeres podrían acabar silenciándose.

Otra manera en la que se suele atacar a las periodistas mujeres en la red es socavando su trabajo o reputación. Ya existe evidencia de que las mujeres se autocensuran y se abstienen de escribir acerca de determinados asuntos, como los que tocan a derechos y los que afectan a comunidades marginadas. Pero, al hacerlo, también se silencian las voces de los vulnerables.

Algunas mujeres están luchando contra la violencia y negándose a que los troles canten victoria. Alexandra Pascalidou, una periodista greco-sueca que ha vivido amenazas en la red y en la vida real por su cobertura sobre problemas de derechos humanos, ha hablado abiertamente acerca de sus experiencias e incluso perdonado públicamente a uno de los neonazis que llevó a cabo una campaña contra ella. En declaraciones en una conferencia a fines del año pasado, Pascalidou describió como su “deber” llamar la atención sobre el abuso que ella y otras colegas periodistas sufren con regularidad. “Necesitamos más gente como nosotras”, señaló. “Mientras seamos pocas, les será más fácil amedrentarnos”.

Maria Ressa, ex corresponsal de guerra de la CNN, es igualmente franca. Fundadora y directora ejecutiva de Rappler.com, una organización noticiosa en línea de Filipinas, también ha sido objeto de una campaña de acoso de carácter sexual desde el 2016. Ressa ha perdido la cuenta de las amenazas de muerte que ha recibido y dice que ninguna de sus experiencias previas cubriendo conflictos en el mundo físico la podría haber preparado para la escala de la violencia dirigida hacia ella y sus colegas de Rappler.

Su reacción se ha basado en utilizar el periodismo para identificar a los responsables de los abusos, además de llamar públicamente a las plataformas de redes sociales a hacer más para contrarrestar y reconocer el impacto psicológico que los abusos tienen sobre las víctimas.

Por desgracia, la mayoría de las periodistas que han sufrido acoso en la red están menos dispuestas a denunciar a sus acusadores. Para muchas, el temor a un daño reputacional o incluso físico ha creado una cultura culposa que desalienta una respuesta sólida y digna.

Es una reticencia comprensible: después de todo, hay una cierta verdad en el argumento de que responder a los troles solo atiza las llamas del odio en la red. Pero al permanecer en silencio, las periodistas y quienes las defienden en esencia quedan doblemente victimizadas, primero por las acciones y palabras de los atacantes y segundo por la falta de respuesta. Es una vieja forma de dinámica de poder de género, solo que actualizada a la era digital.

A pesar de que algunos ejecutivos de medios de comunicación están dando pasos hacia una mayor igualdad de género, muchos no dan al acoso en la red la atención que merece. Cuando traté este tema con varios altos ejecutivos de este sector, predominantemente hombres, la mayoría parecían impactados de saber que sus colegas mujeres se sintieran tan amenazadas en el espacio digital. Peor aun, carecían de respuestas adecuadas para enfrentar el problema.

Esta falta de conciencia se debe en parte a cómo las mujeres restan importancia a sus experiencias en línea; a muchas les preocupa que hablar con franqueza afecte negativamente sus carreras. Por ejemplo, una colega me dijo que no quería hacer un lío acerca de una publicación en la red que había recibido, porque era “solo” una amenaza de violación, no una de muerte como la que había recibido una amiga.

No podemos culpar a las mujeres por sentirse así, pero podemos exigir más de los ejecutivos responsables de la seguridad de sus periodistas. Por ahora, la mayoría de las organizaciones periodísticas no enfrentan el problema, y si eso hace que más mujeres abandonen el sector, el periodismo se volverá más sesgado hacia las perspectivas masculinas de lo que ya está.

Por razones obvias, los ambientes de noticias tradicionalmente hostiles (como las zonas en guerra) han atraído la mayor parte de las simpatías del público y los ejecutivos de los medios de comunicación, y elevar las alarmas sobre el acoso en la red no tiene como intención descalificar los peligros que enfrentan los y las periodistas en esas circunstancias. Sin embargo, y como cualquier periodista mujer sabe, el combate en la red también deja cicatrices. Si las mujeres han de navegar las líneas virtuales de avanzada de este sector, no se tendría que esperar que vayan a la batalla solas.

-Glosado-

Traducción de David Meléndez Tormen.