Quisiéramos creerle. Dijo y se desdijo demasiadas veces. Nos aseguró que es él quien decide y que no es títere de nadie, pero sistemáticamente aparece un fustán debajo de su falda. Lo amenazan públicamente vía Twitter y retrocede. También quisiéramos creerle a su esposa, que nos dijo que es un buen hombre y que sabe tomar decisiones.
Calla en siete idiomas, incluido el quechua. Rehúye a la prensa porque dice que le distorsionan sus mensajes. Ha dado el mensaje a la nación más corto de la historia: 360 segundos en los que anunció un bono y el nuevo tratamiento del GLP, hizo un recuento del proceso de vacunación y casi nada más. ¿Tenemos un plan para enfrentar la crisis? ¿Qué va a hacer con un Gabinete desahuciado por la incompetencia y el mal aspecto? ¿Qué significa gobernar para el pueblo? ¿Y el BCR? Parece haber consenso en que no habla porque no sabe qué decir.
Ha asegurado una y mil veces que será transparente y que no tolerará un milímetro de corrupción. Pero empezó mal. El secretario general de su partido está condenado por corrupción en dos instancias, vive dribleando investigaciones penales, ha sido allanado y tiene signos exteriores de riqueza inexplicables. Su primer ministro está investigado por sospecha de apología y de terrorismo, además de pertenencia a una red criminal, es admirador de Edith Lagos, cajero del partido colectando fondos para pagar la fianza de su condenado jefe. Es el macho heredero del Takanakuy, que aconseja una violación para completar el ciclo del estado civil de una mujer.
Sus nombramientos son un desastre. El nuevo jefe de la DINI es un expolicía del entorno del fustán, con varias sanciones en su haber y una investigación por cobro de cupos. Del ministro de Trabajo, ni qué decir. A ellos se suman otros prontuariados, infractores, protagonistas de escándalos, padres y parejas irresponsables, machistas, simpatizantes de la violencia y el terror.
Las pocas veces que no ha podido rehuir la pregunta, ha dicho “no son corruptos, son condenados por la corrupción”. Juego de palabras absurdo. Se le ve incómodo. Ni él se la cree. Nos enteramos de que falsea los registros de sus visitas a Palacio para esconder la verdadera identidad de quienes llegan a verlo –entre ellos, un fundador del mascarón de Sendero Luminoso– sabe dios con qué propósito. ¿Y la transparencia? ¿Y la lucha anticorrupción?
Pero como somos un país resiliente, quisiéramos creerle. No explotan las calles. El del fustán dice que por primera vez el pueblo eligió a la vanguardia iluminada del partido. Lenguaje setentero de un marxismo trasnochado que evita reconocer que esas “vanguardias iluminadas” culminaron en las mafias que hoy lideran cleptócratas como Maduro y Ortega, compadres de otros que se fueron con las alforjas llenas, como los Kirchner o Correa. Ojo, no es que la izquierda sea más corrupta. La corrupción no tiene ideología, y por supuesto, los hay de derecha. Allí están Marcelo Odebrecht, Bolsonaro, Bukele, Fujimori y Toledo, entre tantos otros.
Como quisiéramos creerle, nos aferramos a lo único que nos queda. La cornisa de estuco. Cinco dedos de furia del alpinista agarrado a la grieta. No hay más. Sabemos que el estuco cede; que es bonito, pero no resiste.
Después de escuchar al presidente del Consejo de Ministros en el Congreso, todos sabemos que mintió, que está meciendo la hamaca mientras la vanguardia iluminada trata de encontrar una salida agudizando las famosas contradicciones.
Por eso, en la Lima de los rumores, los ‘conspiranoicos’ y los analistas despliegan la última teoría: no cambió al ‘premier’ ni a los ministros impresentables porque eso lo debilitaría. Pero ya se dio cuenta, solo es cuestión de tiempo. En los próximos 60 días se van todos y tendremos un Gobierno presentable, con el presidente del BCR nombrado, el dólar a la baja y la cornisa de estuco reemplazada por columnas más sólidas que las del Palacio de Justicia. Como decía ‘el carreta’ Jorge Pérez, un Perú en el que las corvinas nadarán fritas con su limón, porque no habrá más pobres en un país rico, palabra de maestro (mudo).
¿Será?
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