Es innegable que hoy por hoy nuestro sistema educativo se encuentra mejor que en décadas pasadas. Lo que vemos, por lo menos en recursos asignados al sector, multiplicidad de programas, presencia del ministerio en regiones y el creciente interés por temas educativos, no tiene precedentes en los últimos 35 años.
Así, externamente se ha generado una suerte de ‘momentum’ educativo histórico que ejerce mucha presión sobre lo que sucede en el salón de clases entre el maestro y el estudiante. Y es allí donde siento la primera ausencia porque no veo una política pública clara y definida en su dirección al logro de los aprendizajes. Si bien hemos tenido un repunte muy bueno en los resultados de la evaluación censal del 2014, es verdad también que el piso de partida fue muy bajo. Esto se siente particularmente en el mercado laboral, que no obtiene lo que requiere a la hora de contratar. Necesitamos, entonces, trabajar por tener un sistema curricular educativo moderno, pertinente y diferenciado, que responda a nuestra complejidad y diversidad. Que se preocupe al mismo tiempo por la calidad de sus aprendizajes, como por establecer mecanismos de inclusión de los que menos tienen.
Además, debemos trabajar más arduamente por lograr tener los mejores profesores posibles enseñando. Porque la calidad de un sistema educativo es la calidad de sus maestros. Pese a los correctos procesos de evaluación que hemos visto en el último tiempo, no podemos asumir que la política docente solo es aplicar evaluaciones. Implica, desde mi punto de vista, acuerdos políticos por construir un real desarrollo profesional del educador que colabore en la generación de profesores con capacidades más solidas, funcionales y adecuadas para la labor de enseñar. Este trabajo empieza desde una formación inicial docente potente, y no la que tenemos ahora. No podemos seguir aceptando que esta profesión sea considerada una labor de segunda categoría, y mucho menos que sea remunerada como tal.
La actual estructura de gestión es aún débil para enfrentar la creciente, sofisticada y diversa demanda educativa en el Perú. Nuestro sistema de gobierno educativo necesita ser repensado porque está resultando totalmente inadecuado respecto del futuro de un país que quiere ser distinto. Necesitamos una reforma de la gestión educativa. Y aquí no debemos caer en el facilismo de recentralizar para asegurar ejecución de recursos económicos. Recordemos que cerca de S/.8.500 millones se ejecutan por las regiones. Entonces, si no gobernamos la educación con las regiones, por ellas y desde ellas, ¿cómo entonces? Antes bien, debemos construir capacidades y estructuras en todo el país, porque desde Lima no se educa a las más de 60 mil escuelas públicas del Perú. Aquí hay una agenda pendiente y que requiere muchísima atención.
Hemos avanzado bastante, pero debe crecer la conciencia de todo lo que nos falta por realizar para tener la educación que necesitamos, esa que nos haga mejores ciudadanos, que construya un tejido social más justo, que nos abra las puertas al desarrollo y que edifique futuros sólidos. Estamos por buen camino, pero necesitamos más y mejor.