Mercedes Araoz

El realismo mágico de nuestros novelistas del ‘boom’ se queda corto cuando hablamos de políticas económicas en la región. Pareciera que, cíclicamente, los latinoamericanos bebiéramos de una pócima que nos hiciera olvidar la historia de gobiernos populistas y pesadillas económicas que soportamos por múltiples experimentos fallidos. El caso de es el más emblemático. Todos los textos especializados analizan sus políticas económicas como las más erráticas de los siglos XX y XXI.

Esta semana, participé en un panel sobre Argentina, en el Centro Latinoamericano de Políticas Económicas y Sociales de la Universidad de Chile. El principal expositor fue Nicolás Duvojne, quien fue ministro de Hacienda en el gobierno de Macri. Escucharlo me trajo a la memoria las políticas heterodoxas del primer gobierno de Alan García, que nos aislaron del sistema financiero internacional y produjeron una hiperinflación incontrolable. En su segundo gobierno, su obsesión fue la disciplina macroeconómica y la promoción de la inversión privada, su logro fue un crecimiento considerable que nos permitió reducir la pobreza y la desigualdad.

El que alguna vez fue considerado el granero del mundo hoy es un país empobrecido. Más del 45% de los argentinos están por debajo de la línea de la pobreza, el país tiene reservas internacionales negativas y limitado acceso al crédito. A pesar de las restricciones al movimiento de capitales, los empresarios y la clase media se han dado maña para colocar sus ahorros en el exterior, los que equivalen al 40% de su PBI. La inflación está desbocada, ha superado el 115% interanual en junio de este año. Inflación alimentada por la emisión inorgánica del Banco Central (BCRA), la que se usa para financiar el creciente déficit fiscal. A esto se suman los pasivos remunerados (deuda) del propio BCRA que alcanzan el 12,9% del PBI. Como se imaginarán, la demanda por pesos es casi nula, la gente se deshace de un dinero que no es reserva de valor ni de intercambio, busca refugio en el dólar blue o informal.

Este año una fuerte sequía redujo los ingresos fiscales provenientes de la exportación de alimentos, industria que paga fuertes impuestos, pero la principal fuente de ese déficit fiscal es el descontrolado gasto público centrado en programas asistenciales que buscan reducir la desigualdad, aunque, evidentemente, no lo logran, porque la transferencia de recursos públicos no es fuente de riqueza. Al 2021 se calculó que alrededor de 22 millones de argentinos (55% de la población) reciben algún tipo de asistencia social o subsidio. Es, además, la economía más cerrada de la región, no solo por sus altos aranceles (alrededor del 24%, incluyendo sobretasas), sino por sus barreras paraarancelarias, prohibiciones y permisos de importación, más 15 tipos de cambio. Una maraña de discrecionalidad burocrática que incentiva la corrupción.

Frente a esto, ha empezado un proceso electoral que en sus primarias trajo la sorpresa del triunfo de Javier Milei, un candidato anarco-libertario extremo que, a través de un discurso radical, recoge el cansancio y la rabia de la población frente a su clase política. Los gobernantes han incumplido sus promesas y, en muchos casos, han caído en corrupción. Sin embargo, todavía hay pan por rebanar hasta las elecciones de octubre; los resultados de las PASO no son, necesariamente, señal de que el modelo vaya a cambiar. Cualquiera que sea el ganador tendrá que hacer un ajuste económico radical, como se hizo en el Perú a inicios de los 90. Es vital que recuperen los equilibrios macroeconómicos, con un Banco Central independiente que no financie el déficit fiscal. No tienen otra alternativa que reducir el excesivo gasto público, dejar que los precios retomen sus niveles de equilibrio y tener un solo tipo de cambio, entre otras medidas. Para ello, quien gobierne deberá convencer que estas políticas traumáticas de saneamiento económico son buenas para el país y liderar una concertación con las fuerzas políticas afines, para empezar a transitar por la senda de una economía sana y libre del embrujo populista.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mercedes Araoz es profesora en la Universidad del Pacífico