Vivimos en un mundo en el que las estadísticas de publicaciones de una universidad, utilizadas para evaluar su producción científica acumulada, o las de autoría científica de investigadores específicos, indicadoras de su contribución individual a la ciencia, pueden manipularse cada vez más fácilmente y reflejan cada vez menos la realidad. Esto ilustra cómo la academia viene, a nivel mundial, sucumbiendo a presiones que destruyen la ética y la integridad científica. Debemos identificar y detener prácticas que nos pueden llevar a perder la confianza en una institución fundamental, en teoría comprometida irrevocablemente con la verdad.
¿Cómo llegamos hasta aquí? En la tradición occidental, una publicación científica constituía “un aporte al conocimiento verdadero, producido utilizando un método ético, transparente y sistemático, certificado por la comunidad de pares”. Tal significado peligra en un mundo en el que las impresiones importan más que la realidad y el fondo de un artículo científico importa menos que su título, su autoría o sus implicancias político-económicas.
La irrestricta incursión del lucro en la educación superior genera una competencia agresiva y mecanismos como los ránkings, que supuestamente orientarían en el mercado de formación profesional, son parte de ese mismo mercado, lo que explica sus diversas ponderaciones y resultados. En estos, medida gruesamente como número de publicaciones (bibliometría), la productividad científica es señal habitual de logro. Así, en el mercado universitario global (y local), esa posible contribución a ránkings ha revalorado tal productividad científica y ha apreciado la capacidad de publicar sin que importe tanto qué o cómo se publica.
De ello surgieron prácticas perversas de las que el Perú no está libre. Globalmente existe un boyante mercado negro que vende coautorías a precios distintos para, digamos, segundo, cuarto o séptimo autor. Me enviaron un artículo con coautores de una exuberante mezcla de nacionalidades, incluyendo a dos peruanos de sendas universidades societarias jóvenes que recientemente muestran un notable crecimiento en publicaciones sin tener infraestructura de investigación. A nivel local, universidades con dinero, pero sin historia ni redes, intentan reclutar a investigadores bien establecidos en instituciones que sí investigan; o pagan a otros por incluir doble filiación en publicaciones sobre estudios de una sola institución, una tentación a la que lamentablemente ceden algunos investigadores, incurriendo en faltas a la integridad científica.
La práctica más común es, sin embargo, el pago de premios económicos a docentes por el logro de publicaciones científicas, algo impensable en realidades en las que la investigación es un componente necesario de la vida académica. Dicha práctica genera múltiples vicios; por ejemplo, algunos investigadores han formado círculos de publicación multiinstitucionales, en los que cada uno produce un artículo e incluye a sus ‘n’ colegas como coautores, de modo que, por el trabajo de un artículo, cada uno consigue la autoría de ‘n’ publicaciones y recibe ‘n’ premios de su respectiva institución. Sin infraestructura para estudios originales, los más hábiles utilizan datos secundarios de acceso libre para desarrollar publicaciones de diversa valía que incrementen sus ingresos. Ello frivoliza el significado de publicar un ‘paper’ y se confabula con la creciente transformación de las revistas científicas en negocios lucrativos que cobran entre US$2.000 y US$5.000 por publicar un artículo de acceso abierto, saturando las posibilidades de los revisores de pares serios (que son otros investigadores cuyo apoyo es por convención ad honórem), lo que disminuye el nivel de la revisión y desemboca en publicaciones de limitada calidad o relevancia.
Los logros en investigación de universidades como la Universidad Peruana Cayetano Heredia, la Universidad Mayor de San Marcos o la Pontificia Universidad Católica del Perú resultan de su historia, cultura, redes colaborativas e infraestructura. Lamentablemente, los indicadores bibliométricos van perdiendo capacidad para demostrar ese capital institucional, dadas las señaladas tendencias hacia esta forma de corrupción universitaria, respuesta maquiavélica a criterios simplones y ‘hackeables’ de productividad científica que importantes universidades del mundo plantean reemplazar por enfoques que tomen en cuenta diversos elementos de los procesos de investigación e innovación, reconociendo los distintos perfiles de investigador.
Si en el país no podemos terminar con la sanguinaria competencia entre universidades, debemos al menos prevenir la destrucción de la ética de la investigación, mejorando sustancialmente la medición de la productividad científica, demandando al Estado una mejor regulación, evitando incentivos perversos tales como el pago por publicación y formando a nuestros investigadores en una cultura de integridad científica.