Luego de 200 años de independencia, 12 Constituciones, un Acuerdo Nacional y un Pacto Social, ¿qué ha logrado el papel para el Perú? Hemos diseñado y rediseñado a nuestra república según las direcciones del viento, pero no hemos sido capaces de implementar los diseños. Somos un problema que no pasa de ser también una posibilidad. Como hemos visto desde que Basadre acuñó aquella frase llena de optimismo, no basta ser posibilidad si no logramos nunca ser una realidad.
Todos sabemos de memoria las incuantificables potencialidades de nuestro país, desde la geografía hasta la cultura. Sin embargo, también conocemos nuestros fracasos. Por más acuerdos y constituciones que tengamos, aún no hemos aprendido a entendernos. Basta ver como ejemplo cómo la política en el Perú se ha degenerado en los últimos años. Reducidos los actores a categorías, se ha utilizado el espacio político para batallar al contrincante sin entender que el país es de ambos. De esta forma, la política de trinchera ha mostrado nuestro fracaso, señal inequívoca de cómo en el Perú los papeles no valen nada. ¿Acaso no convivían las pugnas con un grandilocuente Acuerdo Nacional que agrupaba a todas esas organizaciones sociales y políticas?
Peor aún, esa misma discordia ha estado permanentemente presente en la vida social y económica del país, por más constituciones que hayamos tenido. Hemos sido incapaces de abrir espacios de diálogo donde podamos reconocernos, respetarnos y lleguemos a consensos reales y legítimos. Por el contrario, hacemos las cosas por cumplir y creemos que eso es suficiente, de la misma forma que creímos que cuando Basadre declaró que éramos una posibilidad, ya todo estaba dicho. Pues la frase fue un reto que no hemos sabido vencer porque se nos hace difícil pasar por el trecho final. Nos llenamos de informes, diagnósticos, leyes, acuerdos y constituciones, para luego encarpetarlas y hacer una política del cambalache.
Estas Fiestas Patrias son una oportunidad, cargada de simbolismo, para realmente hacer la reforma política y administrativa que está plasmada en todos esos documentos. Para eso no se necesita mucha ciencia, y menos una nueva Constitución. Solo necesitamos recuperar la confianza para dialogar y ponernos de acuerdo con responsabilidad. Esto pasa por realizar la democracia participativa, no solo como un requisito administrativo o el anexo de un expediente. De esta forma, si involucramos activamente a la gente en los procesos de decisión, los proyectos de inversión tendrían más posibilidades de concretarse con legitimidad y consecuencia. Así podremos finalmente empujar la posibilidad hacia la realidad.
Finalmente, no podemos esperar otros 200 años para entender que no todos se sienten parte del gobierno, sus decisiones y legalidad. Por ello tenemos como tarea lograr no solo que el desarrollo se concrete, pero que este sea legítimo y participativo.
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