Ser o no ser (bueno), he allí el dilema, por Juan Dejo S.J.
Ser o no ser (bueno), he allí el dilema, por Juan Dejo S.J.
Juan Dejo S.J.

Hace unos años, el renombrado psicólogo y lingüista de Harvard Steven Pinker lanzó la hipótesis, basada en rigurosos análisis, de que la humanidad se dirige hacia la paulatina disminución de la violencia. Las concienzudas estadísticas del investigador en su libro de más de 800 páginas nos lo aseguran, y aunque nuestra “programación” biológica nos haga escépticos a estos datos, lo cierto es que la humanidad experimenta hoy menos violencia que en el pasado. 

En efecto, si observamos los últimos movimientos sociales, incluso en nuestro país, podremos advertir que, al menos, nos estamos volviendo más conscientes de que la violencia que ayer pasaba por “natural” hoy ya no lo es. En otras palabras, diversos tipos de exclusión, la indiferencia ante el sufrimiento ajeno (incluso de los animales), así como cierta tolerancia ante la injusticia, van disminuyendo.

Lo que antes era percibido como una preocupación religiosa, o de la buena voluntad de algunos individuos, se va revelando como una sensibilidad cada vez más global, contagiosa además, gracias a las tecnologías de la comunicación.

¿Qué es lo que subyace a este movimiento del espíritu humano, cada vez más globalizado? No cabe duda de que mucho tiene que ver la creciente y concatenada adquisición de logros de la historia humana en el control de la violencia. Desde la formación de los estados hasta la regulación de la producción de armas nucleares, o desde la gestación de la democracia hasta la promoción de los derechos humanos, la conciencia de vencer a la violencia parece incrementarse. Pero, ¿podemos permitirnos tanto optimismo y sentarnos a esperar cómo el bien se abre paso en el mundo?

Estudios recientes, como el de la psicóloga Abigail Marsh de la Universidad de Georgetown, concluyen que las conductas altruistas tienen su raíz en una conformación neurológica. Lo mismo que las conductas psicópatas. La raíz de los ángeles y los demonios están allí, en nuestro cuerpo. Sin embargo, no todos llegan a ser ni lo uno ni lo otro, como ocurrió, por ejemplo, con el neurocientífico James

Fallon de la Universidad de California en Irvine, quien descubrió que tenía las condiciones neurológicas para ser un psicópata y, sin embargo, no había incurrido en conductas de esa índole. Nuestro cuerpo tiene los detonadores, pero la sociedad nos puede inducir –o no– a que estallen, sea para el bien o para el mal. En otras palabras, la seguridad de haber vencido a la violencia dependerá mucho de los primeros años de la crianza, pero también del entorno y de los estímulos que reciban las personas socialmente.

En consecuencia, no podemos ser tan ingenuos y creer que la humanidad se conduce hacia la derrota total de su violencia. De allí la urgencia por una élite política e intelectual no solo crítica, sino deseosa de conducir a una sociedad más justa y proclive al bien. No obstante, si los líderes de opinión –aquellos que ocupan las primeras planas de diarios y las redes sociales– siguen centrados en buscar reconocimiento mediante las mismas estrategias de los programas basura de la televisión, no esperemos controlar o vencer a la violencia, sino todo lo contrario. 

Sin darnos cuenta, todo puede deslizarse en el momento menos pensado por una pendiente. La violencia está (siempre) a la vuelta de la esquina, pues todo depende de qué tipo de ser humano queremos ser y qué mundo queremos para el mañana.