La Organización de las Naciones Unidas (ONU) es un esfuerzo, no una solución mágica a los problemas del mundo. Un esfuerzo, por cierto, bastante grande en el sentido de que es todo un sistema que incluye a entidades como la OMS, la FAO, la Corte Internacional de Justicia y la Corte Penal Internacional, entre muchas otras. Los servicios que prestan los componentes del sistema son considerables, en especial para los países menos desarrollados.
En lo que a la preservación de la paz se refiere, la ONU tiene logros que exhibir desde 1945, pero también, sin duda, varios fracasos. Estos últimos se dan fundamentalmente cuando las grandes potencias están involucradas en los conflictos, directa o indirectamente, y sus intereses colisionan. Ello está relacionado con el defecto de fábrica del organismo: la instauración de un privilegio para Estados Unidos, Rusia, China, Francia y el Reino Unido que no solo son miembros permanentes del Consejo de Seguridad, sino que tienen derecho de veto contra cualquier proyecto de resolución que no les guste.
Así, Rusia puede invadir a Ucrania y estar seguro de que el Consejo de Seguridad no adoptará ninguna medida contra ella.
En lo que respecta a la guerra en Medio Oriente, en gran parte esta no se resuelve por el apoyo que Estados Unidos le da a Israel, permitiendo que viole impunemente el derecho internacional. De haberse evitado la instalación de colonias judías en Cisjordania y si se hubiera creado un Estado Palestino, Hamas no existiría y el credo antiisraelí de los ayatolás de Irán no hubiera podido prosperar.
China, por su parte, también puede violar tranquilamente las normas en el mar del sur de China, atropellando a los estados ribereños, sin ser censurado por el Consejo de Seguridad.
Lo ideal sería una reforma de esa instancia de la ONU, pero las cinco potencias privilegiadas no parecen dispuestas a ello, por decir lo menos.
La respuesta es tanto sí como no. Ha impedido algunas, ha traído paz a países en guerra. Pero, en otros casos, no ha impedido estas ni ha logrado la paz. ¿Cómo entender esta historia tan dispar, cuando no contradictoria? Pues apelando a la misma historia.
La primera contradicción está en la misma Carta de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que proclama, como principio, la igualdad soberana de los estados, pero establece que en el Consejo de Seguridad –cuyas decisiones tienen carácter vinculante– cinco países miembros serán permanentes (China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y la URSS) y tienen derecho a veto. Sin este sistema no hubiese existido la Organización de Naciones Unidas.
A partir de esa realidad, hemos visto actuar al Consejo de Seguridad. En los primeros 25 años de la ONU, el veto fue usado casi en exclusiva por la entonces Unión Soviética (ahora Rusia). Es a partir de 1973 cuando Estados Unidos vetó una resolución que lo obligaba a negociar la devolución del Canal de Panamá y cuando empieza a usar con frecuencia el veto (antes solo lo había usado en 1970 y 1972). Y esa arma, a la que han recurrido todas las grandes potencias, ha impedido actuar a la ONU cuando la amenaza a la paz o la guerra misma involucraba a una de las potencias, ya sea directamente o por la llamada guerra por delegación (‘proxy war’). El más reciente y dramático caso ha sido el de Siria.
Lo que debemos tener en claro es que la ONU es un foro político y como tal actúan en él todos sus miembros. Cuando ocurren coincidencias –rara vez– o se vive una primavera del multilateralismo –como en los años posteriores a la caída del Muro de Berlín– es posible tener resultados positivos. Pero, cuando hay intereses encontrados, los resultados son pobres. Y ahora que están de moda los liderazgos autoritarios e incluso imperialistas como el del mandatario ruso Vladimir Putin, tendremos que lamentar el poco espacio dejado a la ONU para su gran propósito.