(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza

Desde el inicio de la pandemia, los gobiernos de todo el mundo han implementado medidas para evitar el aumento de contagios y muertes por el COVID-19. Pero mientras las campañas de vacunación han ido avanzando, varios países han empezado a relajar algunas restricciones. Sin embargo, este no ha sido el caso del Perú, donde el uso de mascarillas sigue siendo obligatorio en exteriores, la mayoría de las escuelas continúan cerradas, las actividades de entretenimiento son limitadas, etc. En esta edición, Percy Mayta Tristán, médico y director de investigación en la Universidad Científica del Sur, y Bruno Ortiz Bisso, periodista de Ciencia y Tecnología, discuten sobre si tiene sentido prorrogar las medidas actuales o si, por el contrario, deberían removerse algunas.


Conviviendo con el SARS-CoV-2, por Percy Mayta Tristán

“Hoy, gracias al avance en vacunación, no tiene sentido seguir restringiendo los aforos y actividades, sino hacerlas seguras”.

Ya vamos a cumplir dos años desde que el SARS-CoV-2 apareció y generó la pandemia del . Si bien hay muchas interrogantes por resolver, hay también varias certezas. Una de ellas es que seguirá circulando al igual que lo hicieron otros virus pandémicos, como la influenza AH1N1 o la responsable de la gripe española. También conocemos que el virus se transmite por aerosoles y es altamente contagioso; que el distanciamiento social, el uso de mascarillas y la ventilación de espacios cerrados disminuyen el riesgo de contagio; y, sobre todo, sabemos que las vacunas contra el COVID-19 nos protegen contra la enfermedad grave y la muerte, y que quienes están vacunados se infectan menos o, de hacerlo, transmiten menos el SARS-CoV-2.

Las restricciones sociales se implementaron para evitar mayor número de contagios y muertes en las dos olas previas debido a nuestro precario sistema de salud. Las más extremas , pero también tenemos restricciones de actividades de entretenimiento, culturales, comerciales y educativas, tanto en permisos como en reducción de aforos. Estamos hoy en un escenario distinto al de las olas previas, con más del 54% de población objetivo con dos dosis de vacunas, con un ritmo de vacunación en aceleración y, si bien existe un riesgo latente de una tercera ola, esta aún no despega, por lo que conforme pasa el tiempo, la posibilidad de que se parezca a las previas es remota.

Por tanto, debemos empezar a preguntarnos: ¿cómo podemos adaptarnos a esta convivencia con el virus? Es poco probable que existan actividades sociales presenciales 100% libres de SARS-CoV-2. Lo que se busca es que tengan el menor riesgo posible de transmisión y que, en caso alguien se infecte, su riesgo de enfermedad grave sea mínimo. Para tener actividades presenciales seguras, además de asegurar una buena ventilación en espacios cerrados, uso de mascarillas y lavado de manos, los participantes deberían estar vacunados con las dos dosis.

Hay innumerables consecuencias documentadas a nivel de salud mental, reactivación económica y aprendizajes escolares por las restricciones sociales. Hoy, gracias al avance en vacunación, no tiene sentido seguir restringiendo los aforos y las actividades, sino hacerlas seguras.

Dado que no podemos obligar a que todas las personas se vacunen, sí podemos aplicar restricciones a quienes no lo hagan, pues ellos tienen mayor probabilidad de transmitir y de infectarse (hacer enfermedad grave). Es decir, un no vacunado sin evidencia de una prueba negativa podría volver insegura una actividad presencial que implique el no uso de mascarillas.

Por ello, la Unión Europea y otros países han implementado el , que se otorga a quien tiene el esquema completo de vacunación, ha tenido COVID-19 o tiene una prueba molecular/antigénica negativa.

Virar de una fase de restricción de actividades a una de actividades seguras es lo que deberíamos hacer, junto a una mejor campaña de información y la implementación del “pasaporte COVID”, teniendo en cuenta siempre el contexto epidemiológico.

Una persona controla la temperatura de los asistentes en la entrada de un mercado en Puente Piedra. (Foto: GEC).
Una persona controla la temperatura de los asistentes en la entrada de un mercado en Puente Piedra. (Foto: GEC).
/ NUCLEO-FOTOGRAFIA > KELVIN GARCIA


La falta de claridad genera desconfianza, por Bruno Ortiz Bisso

“No brindar explicaciones deja la impresión de que se está corrigiendo en el camino no por contar con evidencia que lo fundamente, sino por un capricho o una corazonada”.

La drástica disminución, en las últimas semanas, de las cifras de contagiados, internados y fallecidos a causa de la pandemia del COVID-19 ha hecho que muchos olviden que aún seguimos en estado de emergencia sanitaria. Pero también es cierto que las condiciones actuales no son las mismas que hace un año ni hace seis meses.

Pero no solo eso. Las investigaciones científicas han seguido su curso y hoy se cuenta con mucha más evidencia sobre el virus, la enfermedad y cómo enfrentarla. Por ejemplo, está ampliamente comprobado que la ventilación –y, por ende, los espacios abiertos– es clave para disminuir el riesgo de contagio. Del mismo modo que se sabe que desinfectar el calzado o limpiar frenéticamente todo envase que entre a nuestro hogar no tiene impacto directo en la prevención del COVID-19.

Recientemente, el ministro de Salud, , ha anunciado que la medida de la temperatura, el uso de pediluvios, entre otras normas, serán retiradas de los protocolos oficiales de seguridad. Si bien se trata de una actualización importante, considero que estos cambios deben ir acompañados de una exhaustiva campaña de comunicación. ¿La razón? A mi entender, uno de los principales problemas durante esta pandemia ha sido el constante ajuste de las normas de prevención, sin un contexto claro, sin explicarles a las personas las razones o evidencias en las que se fundamentan esos cambios y, sobre todo, los beneficios esperados.

Esa falta de claridad genera desconfianza. No brindar explicaciones deja la impresión de que se está corrigiendo en el camino no por contar con evidencia que lo fundamente, sino por un capricho o una corazonada. Todavía hay quienes subestiman a la población, quienes consideran que no es necesario entrar en mucho detalle, que la gente no va a entender esos “temas tan complicados de la ciencia”. Esos mismos olvidan que esta pandemia nos ha servido para prestarle atención, para interesarnos y para aprender un poquito más sobre cómo funciona la ciencia.

Estamos entrando en una fase bastante complicada del año en la que dependerá de todos –autoridades y población– mantener a raya esta pandemia y tratar de demorar lo más posible . Entonces, es fundamental estar atentos, intentar ir retomando algunas de nuestras actividades, pero sin olvidar que aún seguimos en medio de una pandemia. Pero para ello necesitamos tener las directivas adecuadas y bien fundamentadas, entender por qué se están aplicando y estar dispuestos a acatarlas. Sin eso, seguiremos avanzando, pero a la deriva.

Pasajeros de un bus de transporte público usan protectores faciales.
Pasajeros de un bus de transporte público usan protectores faciales.

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