Vakhtang Kebuladze

La resistencia ucraniana frente a la maldad rusa tiene varias dimensiones. La primera y la más importante es la línea del frente. No creo que podamos hablar de un frente cultural, económico o diplomático. Solo tenemos una línea del frente. Allí es donde se combate al enemigo ruso, donde mueren y sufren terribles heridas nuestros defensores y defensoras. Pero la guerra y la muerte que conlleva atraviesan toda la vida civil de Ucrania. La poeta y militar ucraniana, Yaryna Chornohuz, me dijo un día en una conversación en Slóviansk, una ciudad cercana al frente, una frase terriblemente certera sobre su propia experiencia: “Hemos aprendido a vivir en paz con la guerra”.

Pero me parece que, por desgracia, esto puede decirse no solo de los militares ucranianos, sino de todos los ciudadanos de Ucrania. La guerra irrumpió en nuestra apacible vida y la cambió para siempre. Los rusos matan y torturan a civiles, violan a las mujeres ucranianas, deportan e intentan rusificar a nuestros niños, destruyen nuestros hogares, colegios, hospitales, bibliotecas, teatros y otras instituciones culturales, destruyen los libros ucranianos, roban colecciones de los museos. Es una guerra de genocidio contra el pueblo de Ucrania.

Los rusos no solo nos aniquilan físicamente, sino que una vez más intentan destruir nuestra memoria histórica, nuestro idioma y nuestra cultura. Esta guerra deja huellas terribles en todos los aspectos de nuestra vida. Nunca volveremos a ser los mismos que éramos antes de la invasión rusa. Pero estoy convencido de que seguiremos existiendo a pesar del deseo de Rusia de destruirnos.

Nuestros rostros están llenos de dolor y de fatiga. Nuestros ojos están llenos de tristeza contenida, pero también de esperanza de una victoria sobre el enemigo ruso y, tras ella, de una vida pacífica. Una sonrisa amarga se dibuja en nuestros labios. Pero a través de nuestros pómulos inertes se vislumbra el contorno de nuestra naturaleza indomable. Los rusos no podrán con nosotros. Una manada criminal de esclavos oprimidos no podrá con una comunidad de personas libres.

No sentimos odio hacia ellos, sino repugnancia. ‘Contrа spem spero’. “Espero sin esperanza”. Es el título de un poema de la brillante poeta ucraniana de finales del siglo XIX y principio del XX, Lesya Ukrainka, que nos habla a través de las décadas. La esperanza debe vencer al dolor y la tristeza incluso en la situación más desesperante. Venceremos la maldad rusa y viviremos en paz y armonía en nuestra propia tierra.

Los rusos destruyen nuestros hogares. Bombardean barrios civiles con misiles. Tras la desocupación, los residentes locales cuentan cómo los invasores rusos atravesaban las ciudades ucranianas en tanques y disparaban contra las viviendas y los colegios con cañones de tanque. Destruyen porque creen que se les ha concedido la oportunidad de hacerlo impunemente. En las ciudades y los pueblos ucranianos desocupados siempre escucho la misma historia de horror de los residentes locales. Al llegar, lo primero que organizan los rusos es una cámara de tortura. No lo ocultan. Todo el mundo debe saber dónde está la cámara de tortura. Todo el mundo debe saber dónde los rusos torturan a los ucranianos y a las ucranianas. El sufrimiento, el terror y el dolor son las señas de identidad del mundo ruso de la muerte. La destrucción y la violencia son los rasgos principales de la pervertida vida de los rusos.

El territorio de Rusia es un territorio de odio a la vida. Los rusos intentan expandir este horror más allá de los límites de su imperio fallido. Siembran tumbas sobre nuestra tierra. Enterramos a nuestros héroes. En cada ciudad, pueblo y aldea ucraniana ya hay muchas tumbas de aquellos quienes murieron en la guerra contra los rusos. En las ciudades ucranianas desocupadas hay tumbas de civiles y prisioneros de guerra asesinados por los rusos. Y no conocemos el número exacto de víctimas de la agresión rusa, porque los rusos torturan, matan y arrojan los cadáveres de los ucranianos y las ucranianas asesinados y torturados a los juncos, arbustos, campos y bosques. También abandonan los cadáveres de sus propios soldados en los campos de batalla, porque para ellos la vida humana carece de valor y el cuerpo del difunto no es más que una basura innecesaria.

Los rusos matan a nuestros niños. Nuestros niños mueren a causa de los ataques rusos con misiles. Muere nuestro futuro. Sin embargo, los rusos también han arruinado el destino de los niños que no llegaron a matar. Porque, al fin y al cabo, nuestros niños cargarán con la horrible experiencia de la guerra durante toda su vida y, por desgracia, transmitirán esta experiencia a sus propios hijos.

Solo por el bien de nuestros niños debemos vencer a Rusia. Todos los criminales rusos deben ser castigados. Hay que inventar en nuestro suelo ucraniano un antídoto contra el mundo ruso de la muerte. Por desgracia, ese antídoto se hace sobre la base de nuestra sangre y nuestras lágrimas.

Pero no buscamos la venganza, sino la paz y la justicia.

Vakhtang Kebuladze es filósofo y escritor ucraniano

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