En el siglo XIX, la gran lucha por los derechos civiles fue la abolición de la esclavitud, una costumbre arraigada y ‘normal’ en la humanidad por milenios. En el siglo XX, fueron los derechos de la mujer y la des-segregación racial. Ahora son los derechos de la comunidad lesbiana, gay, bisexual y transexual (LGBT) los que representan la batalla.
En una muestra de que nuestro vecino del sur comprende esta realidad, y en una demostración de grandeza democrática, el martes 20 Chile aprobó el pacto de unión civil en la Cámara Baja del Congreso con un abrumador 77% a favor. Al haber sido ya aprobado en el Senado, solo queda que se ratifiquen las enmiendas y que sea firmado por la presidenta.
En un país con una sociedad tanto o más conservadora que el Perú, el 77% de sus diputados comprende que la democracia es el gobierno del pueblo, no la ‘tiranía de la mayoría’, y que las minorías son parte del pueblo. Comprenden, por ende, que es antidemocrático someter los derechos de las minorías a la opinión popular. Estas merecen respeto, igualdad y que su gobierno las proteja y vele por sus derechos constitucionales, no que las lancen a los leones... Lincoln nunca puso a referéndum la abolición de la esclavitud en el sur.
La sociedad y la familia se fortalecen con los compromisos que hacemos entre nosotros. Son, precisamente, las instituciones conservadoras las que más deberían incentivar compromisos oficiales de pareja en un sector de la sociedad que aún no los tiene, en lugar de ponerles trabas. Paradójicamente, estas se escudan detrás de la familia y de los niños para ocultar sus propios prejuicios y perpetuar la discriminación.
Además, el concepto de familia tampoco está monopolizado por las iglesias, ni tiene una definición monolítica o exclusiva. El Congreso chileno ha reconocido esto, pues la unión civil solo regula una realidad familiar existente, ayuda a estas familias y no hace daño a nadie.
Aquel Congreso comprende también que uno no puede restringir derechos a la persona por sus características innatas. La orientación homosexual es una expresión natural de la sexualidad humana y no una simple elección como absurdamente afirman los detractores. Es una actitud vergonzosa el someter al oprobio, restringir derechos y mantener en la exclusión social a las personas únicamente por sus relaciones personales; por cómo y a quién aman.
Un Estado democrático y secular no debe atribuirse el derecho de imponer un único modelo de sociedad y familia. Ya se sabe cómo terminan aquellas utopías de sociedades ideales... Basta recordar Kampuchea, la Alemania nazi o la Ginebra de Calvino. Ciertos sectores políticos abogan por particulares utopías, y en el proceso van carcomiendo la libertad del pueblo mediante la asolapada imposición de modelos teocráticos.
El avance en Chile es parte de una tendencia unidireccional. Es solo cuestión de tiempo para que el Estado Peruano reconozca a las parejas homosexuales. Nuestros congresistas deben reflexionar y decidir de qué lado de la historia quieren quedar. Deben elegir si quieren ser recordados como agentes de la justicia social o si quieren que se los recuerde como a los esclavistas, sexistas y racistas de décadas anteriores.