En una semana caracterizada por manifestaciones, violencia y un cómico intento de insurrección en la capital –cuya convocatoria alcanzó apenas un décimo de las marchas que tumbaron al efímero Manuel Merino–, cientos de miles de peruanos a lo largo y ancho del país insisten en su demanda utópica, la respuesta todopoderosa a todos los males que nos aquejan: una nueva Constitución para el Perú.
El pedido de una refundación nacional a través de la redacción de una nueva Carta Magna existe en el imaginario izquierdista del Perú desde hace ya algunos años. La experiencia chilena, con mares humanos movilizados contra un ‘establishment’ impopular en una lucha por la conquista de 1.001 derechos, convenció a la izquierda local de la viabilidad de sus más descabellados deseos. Aquella panacea de derechos sociales y pluriculturalidad, aparentemente alcanzable en los confines de nuestro vecino austral, se volvió una prioridad para nuestra izquierda.
Pero, como se ha revelado en encuestas y sondeos una y otra vez, el peruano y sus valores son muy distintos al chileno y sus valores. Contrario a lo que ha supuesto la izquierda urbana, ni sus primos rurales ni el peruano de a pie tienen interés alguno en la agenda del progresismo social que personajes como Verónika Mendoza y Anahí Durand buscaron hacer indistinguible de su agenda política. Contrario a los deseos de dichas lideresas de la izquierda capitalina, los peruanos, de tener su constituyente, tienen planes muy distintos para el futuro del país. No solo hay –de acuerdo con un estudio del IEP– un 74% de peruanos que reinstauraría el servicio militar obligatorio, sino también un 72% que buscaría reintroducir la pena de muerte. La quema de derechos, sin embargo, no termina ahí; solo un 22% respaldaría la propuesta del matrimonio igualitario, demanda de sectores progresistas contemporáneos.
El peruano promedio buscaría una Carta Magna fiel a sus prejuicios. A fin de cuentas, un 46% de la población percibe que hay prejuicios contra la comunidad LGTB, cifra que sube a un 49% cuando se toma en consideración a la población del sur, donde dominan los deseos de refundación constitucional (Ipsos-Minjus).
Pese a sus belicosos y contrastantes radicalismos, a los peruanos los une un conservadurismo social compartido tanto por ‘porkistas’ como por ‘perulibristas’. Desde Pedro Castillo hasta Keiko Fujimori, se puede encontrar ese deseo de mantener ciertas cosas como son; acaso lo más cercano que tenemos a una suerte de consenso nacional. La promesa constituyente, lejos de llevarnos a la Suecia socialdemócrata, nos llevará a un híbrido entre el Afganistán talibán, la Bolivia masista y El Salvador de Bukele. Abran la caja de Pandora constituyente y se nos vendrá el huaico del populismo punitivo, la debacle económica y el fortalecimiento del ‘cuco’ del progresismo urbano: el conservadurismo.