El número de personas forzadamente desplazadas ha alcanzado su máximo histórico desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Más de 50 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares por la violencia y la amenaza a los derechos humanos. Solo en Siria cuatro millones de personas han abandonado el país desde el inicio de la crisis en el 2011, escapando de la violencia generalizada. Las crisis en varios países africanos también se perpetúan, generando el desplazamiento masivo de población. Más cerca de nosotros, en América Central, cada vez más jóvenes y familias abandonan su hogar y su país ante las amenazas de pandillas y del crimen organizado.
Hoy, las crisis humanitarias están también a la puerta de Europa. Hace diez días, en el Mediterráneo, más de 800 personas perdieron la vida a causa del naufragio de una precaria embarcación. En lo que va del año, alrededor de dos mil personas murieron tratando de llegar a las costas de Malta, Italia y Grecia. Es obvio que la miseria y la falta de oportunidades causan movimientos migratorios, pero tenemos que admitir, al observar el origen de las víctimas, que una gran parte de estas personas escapan de situaciones de guerra y persecución. Las dificultades y trabas que encuentran para ingresar a Europa los lleva inevitablemente a caer en las inescrupulosas redes de tráfico que cobran cantidades exorbitantes para llevarlos a la tierra prometida. Para estas personas, huir es la única alternativa para salvaguardar su vida y aspirar a un futuro digno, al costo de exponer para ello su propia seguridad y la de sus familias. En esta crisis global de desplazamiento, Europa ha sido testigo de un aumento significativo en el número de llegadas por mar. El año pasado, 218.000 refugiados y migrantes cruzaron el Mediterráneo y se estima que más de 3.500 personas perdieron la vida o desaparecieron como consecuencia de naufragios accidentales o provocados.
En los últimos días, se han sumado llamados para apoyar a las víctimas del reciente naufragio. Esta acción es urgente, pero no suficiente. Se debe instar a los estados a fomentar mecanismos de protección y solidaridad para evitar que estas tragedias se multipliquen. En este sentido, desde la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados se ha instado a los estados de la Unión Europea a adoptar medidas para reforzar el asilo y la protección de los refugiados. Entre ellas: activar de manera urgente operaciones sistemáticas de búsqueda y rescate en el mar; desarrollar mecanismos de solidaridad para apoyar a aquellos países que reciben la mayor cantidad de refugiados (Italia y Grecia); y establecer alternativas legales para que las personas que tienen necesidades de protección internacional no se vean obligadas a recurrir a este tipo de peligrosas travesías. En resumen, la angustiante crisis humanitaria actual nos recuerda una vez más que cualquier política de gestión migratoria debe tener como base fundamental la defensa de los derechos humanos y la solidaridad entre naciones.
La crisis en el Mediterráneo también tiene relevancia en nuestra región. Como lo recordó António Guterres, alto comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, durante la reciente Conferencia de las Américas, estas tragedias nos demuestran que se deben “abordar los temas migratorios y de asilo de manera diferente”. Igualmente, afirmó que “América Latina continúa siendo un ejemplo para el mundo por la solidaridad que demuestra para las personas que huyen de la violencia y la persecución”. Con este enfoque, a fines del 2014, los países de América Latina y del Caribe marcaron un nuevo hito adoptando la Declaración y el Plan de Acción de Brasil. Este proceso permitió identificar los principales desafíos que tiene el continente en materia de desplazamiento, trazando una hoja de ruta para fortalecer los mecanismos de protección y asistencia para personas refugiadas, desplazadas internamente y apátridas. El drama del Mediterráneo también evidencia la necesidad de promover acciones coordinadas a escala regional. Así, los procesos de integración, como el Mercosur, ofrecen un espacio idóneo para desarrollar mecanismos de protección efectiva para víctimas del desplazamiento forzado y para coordinar acciones de apoyo y solidaridad con las crisis humanitarias globales, como las que presenciamos en Medio Oriente, África, Ucrania o, en estos últimos días, el Mediterráneo.