La crisis en Venezuela se presenta ante la Organización de Estados Americanos (OEA) como una nube negra. Su secretario general, Luis Almagro, ha publicado dos informes especiales sobre la evisceración por el gobierno de Nicolás Maduro de las instituciones democráticas de Venezuela y la violación sistemática de los derechos humanos en ese país. Los estados miembros de la OEA votaron el 15 de mayo para realizar una reunión especial a nivel ministerial y tratar esta situación. El país con las mayores reservas de petróleo en el mundo se encuentra hundido en una crisis institucional y económica. Lo que alguna vez fue una democracia próspera es ahora una dictadura. Peor aun, Venezuela parece estar al borde de convertirse en un Estado fallido.
Según Almagro, ya está claro que el régimen de Caracas ha violado casi todos los artículos de la Carta Democrática Interamericana. Lo que no está claro es qué puede o debe hacerse para evitar que la crisis venezolana se convierta en una catástrofe.
Los representantes de los países presentes en la reunión de fin de mes de la OEA deberán mantener una serie de factores en mente. En primer lugar, el régimen de Maduro reaccionó ante una crisis nacional similar en el 2014 con la misma brutalidad con que ha tratado a los manifestantes en contra de su gobierno en los últimos meses. A pesar de las críticas desde el exterior, Maduro y su equipo emergieron de ese episodio indemnes y desafiantes. Las manifestaciones se agotaron y, a pesar del hecho de que el gobierno había encarcelado a varios líderes políticos de la oposición por cargos falsos, la vida en Venezuela volvió al statu quo previo.
Segundo, en diciembre del 2015, bajo la presión de la comunidad internacional y de la oposición interna, el régimen de Maduro permitió que se realizaran elecciones legislativas. A pesar de los vergonzosos esfuerzos del gobierno por tratar de influenciar los resultados a su favor, y de la casi completa dominación gubernamental de los medios de comunicación, la coalición de oposición obtuvo una abrumadora victoria, logrando una mayoría de dos tercios en la Asamblea Nacional. Esos resultados confirmaron lo que las encuestas hace tiempo ya habían indicado: el apoyo al gobierno se ha derrumbado. Desde entonces la situación en Venezuela se ha deteriorado aun más.
En tercer lugar, a principios del 2015, el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, anunció la aplicación de un proyecto de ley que autoriza sanciones muy limitadas contra venezolanos acusados de socavar la democracia en ese país, cometer graves abusos contra los derechos humanos o actos de corrupción sustanciales. A pesar de que las sanciones solo se aplicaban a ciertos individuos y no al país en su conjunto, la región criticó casi unánimemente a Estados Unidos por actuar unilateralmente e interferir en los asuntos internos de ese país. La reacción del hemisferio occidental a las medidas estadounidenses dio así un impulso temporal al gobierno de Maduro en las encuestas de opinión pública.
¿Qué debemos aprender de todo esto? El gobierno de Maduro no se preocupará de restaurar la democracia simplemente por las críticas de la comunidad internacional. Si la región quiere evitar que las cosas empeoren en Venezuela, tendrá que hacer más que expresar su descontento frente al Gobierno Venezolano. La intransigencia del gobierno de Maduro hace necesario que se adopten medidas diplomáticas, jurídicas y económicas significativas. La región ha dejado muy claro que no quiere que Estados Unidos esté al frente de ninguna estrategia ante la crisis en Venezuela y, en cualquier caso, es altamente improbable que este país haga más que extender las sanciones ya establecidas. Sin embargo, como el mayor socio comercial de Venezuela y el mayor mercado para el petróleo venezolano, Estados Unidos deberá participar en las discusiones sobre cómo responder a la tragedia venezolana, pero es evidente que la OEA debe actuar en conjunto.
Un Estado petrolero fallido es difícil de imaginar, pero Venezuela está fallando rápido y todos sabemos que el caos de un Estado fallido no puede ser contenido dentro de sus fronteras. La desintegración de Venezuela es una amenaza para la región –incluso más para América Latina y el Caribe que para los Estados Unidos–. Sin embargo, rescatar a Venezuela es un desafío para todo el hemisferio occidental.