Con la victoria de Joe Biden y Kamala Harris, ellos –y el resto de la ciudadanía– enfrentan una tarea histórica de renacimiento nacional. El desafío de reparar todos los escombros que deja el trumpismo puede ser un trabajo no solo de una temporada política, sino de toda una generación.
En primer lugar, esta tarea requiere una conciencia sobre durante cuánto tiempo estuvo gestándose el desastre de Donald Trump y sobre cuántas personas y fuerzas permitieron su auge. Segundo, requiere una confrontación franca con el hecho de que, para reconstruir una sociedad y un sistema político, debemos primero admitir que están rotos. Institucionalmente, Estados Unidos está roto.
Una lista corta de nuestras instituciones quebradas puede parecer dolorosa y abrumadora: la presidencia, el Senado, la Corte Suprema, las agencias gubernamentales que gestionan todo (desde la aplicación de la ley hasta el medio ambiente), el sistema electoral, los medios de comunicación, nuestras asociaciones globales (como la OTAN) y, finalmente, nuestras escuelas públicas y universidades.
Lo que ha alimentado este declive y desconfianza no son solo las ideologías, sino la hostilidad hacia la idea misma de que los hechos y la verdad, así como el respeto por el conocimiento científico y humanístico, son la base de una democracia.
Esta triste realidad, sin embargo, choca con el espíritu de nuestra nación, que ha demostrado una notable participación en estas elecciones. Y ese espíritu, junto con el reconocimiento de que estamos destrozados, puede ayudarnos a encontrar la resistencia y la voluntad para salir de esta pesadilla nacional. El camino hacia el trumpismo duró décadas; el camino hacia un Estados Unidos mejor, igualmente, será largo.
Superar la cicatriz de Trump, grabada en nuestra conciencia, amerita un liderazgo con un sentido de la historia: el conocimiento de que la hermosa visión del pluralismo estadounidense a veces no es tan potente como el odio.
Si va a haber un renacimiento estadounidense, nuestros líderes deben animarse, porque esto ya ha sucedido antes, aunque nunca sin sangre, sacrificio, transformación social y luchas políticas épicas. Innumerables inmigrantes europeos han encontrado un hogar aquí, pero nunca sin tribulaciones o sin tener que luchar contra los vientos de los prejuicios. Los estadounidenses de origen chino, a su vez, se enfrentaron a dos importantes actos de exclusión, y a ataques homicidas en las minas y en las calles de las ciudades occidentales durante el siglo XIX. Los mexicanoestadounidenses, por su parte, enfrentaron discriminación, deportaciones, linchamientos y todo tipo de odio a lo largo de la frontera sur, mucho antes de que Trump plantease un “muro” para mantener alejados a sus descendientes.
Todos estos grupos son estadounidenses, y no solo siguen aquí, sino que sus historias trágicas y exitosas ahora definen nuestra historia nacional y cómo la conmemoramos. Su pluralismo es la esencia misma de nuestra democracia y, juntos, constituyen el electorado estadounidense.
Esperamos con cariño que el renacimiento luego del trumpismo no provenga del derramamiento de sangre, sino de la reforma legal, el activismo pacífico y la política. Nuestra historia nos prepara para que sepamos que hemos estado en esta situación antes, y que ninguna regeneración vive sin conflictos. Necesitaremos, sobre todo, revivir la idea de que la verdad importa. “Porque la verdad”, como escribió el filósofo John Dewey, “en lugar de ser una virtud burguesa, es la fuente principal de todo progreso humano”.
–Glosado, editado y traducido–
© The New York Times
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