Diego Llontop

Antonio Raimondi, el célebre estudioso italiano del siglo XIX, dijo alguna vez que el era como un mendigo sentado en un banco de oro. Ante sus sorprendidos ojos, nuestro país se le presentaba como un territorio con una enorme diversidad de recursos, pero, al mismo tiempo, con una gran incapacidad para explotarlos y generar bienestar entre sus habitantes. Habiendo pasado más de un siglo de aquellas atinadas observaciones, ¿podemos decir que nuestra situación ha cambiado?

Para responder a la pregunta podríamos pensar el país como una persona que puede ser analizada en tres niveles básicos: el físico, el racional y el emocional. Con respecto al primer nivel, consideramos que nuestra circunstancia física sigue siendo ventajosa, pues no solo contamos con un territorio con una de las mayores diversidades de microclimas en el mundo –38, según el Senamhi–, sino también con una de las mayores biodiversidades en el planeta, solo superada por Australia. Esto no solo nos habla de las posibilidades de explotación de recursos naturales, sino también del enorme potencial turístico que sigue manteniendo el país naturalmente privilegiado que habitamos.

El problema que supo ver bien Raimondi no se ubica en los recursos físicos, sino en las capacidades racionales con las que contamos para aprovecharlo. En primer lugar, persiste un problema de distribución de oportunidades en el territorio. El centralismo que sufrimos explica en parte la incapacidad del estado para distribuir a todos los ciudadanos del país, siendo el abandono y la postergación el pan de cada día de la mayoría de nuestras provincias. Este abandono no solo es infraestructural –déficit de urbano, de carreteras o vías ferroviarias eficientes que interconecten el país, además de buenos hospitales y colegios–, sino también de la calidad de los servicios básicos que se ofrecen. Nuestra ubicación en el puesto 63 de 77 países evaluados por las pruebas PISA habla elocuentemente de nuestra situación actual.

La parte emocional del Perú tampoco resulta una fortaleza en estos días. Las emociones que experimentamos actualmente los peruanos no nos permiten llevar a cabo esfuerzos conjuntos, armónicos y solidarios. Mucho se ha hablado de las trabas que un peruano le pone a otro, de nuestra falta de unidad, de la fractura emocional que arrastramos posiblemente desde la Colonia. Añadido a lo de siempre, ahora tenemos un antagonismo ideológico profundo como consecuencia de una crisis política que ya cumplió siete años. Además, tenemos el desaliento generado por una pandemia que dejó ver nuestra aguda desigualdad social y un desgobierno que dejó una estela de incompetencia, informalidad y viveza criolla.

Tenemos a una persona llamada “Perú” muy bien plantada en términos físicos, pero con un déficit de desarrollo racional y emocional. Esta persona no encuentra oportunidades de desarrollo intelectual y sus decisiones terminan siendo incoherentes y mal articuladas. Emocionalmente se encuentra en conflicto constante, desgastado y sin ánimo de operar en función de valores como el bienestar colectivo y la solidaridad.

Pero nunca todo está perdido. Como alguien afirmó con una gran profundidad: si bien los seres humanos estamos mal hechos, no estamos acabados. Esta clase de ideas pueden servir para entender que el cambio de nuestro personaje llamado “Perú” siempre es una posibilidad. Levantémoslo de ese banco dorado de una vez por todas.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Diego Llontop es profesor de la carrera de Psicología del Consumidor de la Universidad ESAN.