Un día, como un milagro, desaparecerá. No el COVID-19, a pesar de algunas noticias prometedoras sobre el desarrollo de vacunas. Estoy hablando de Donald Trump en Twitter.
Fue el presidente Trump, por supuesto, quien hizo esa afirmación engañosa en febrero sobre la pandemia, declarando que desaparecerá, así como así. Fue una de tantas mentiras que ha dicho, que culminó esta semana con una oleada de locura de tuits en mayúsculas sobre los resultados de las elecciones.
Ver la odisea de Trump en Twitter ha sido perturbador. Pero estoy aquí para decirles que el mandato del presidente como troll está en un final ignominioso. La varita mágica de Trump en las redes sociales pronto será impotente.
Hay mucha gente que diría que estoy equivocada. Creen que el reinado del terror de los tuits de Trump continuará indefinidamente, asumiendo que podrá despertar a su base con un toque de su pulgar en los próximos años.
Es cierto que Trump ha sido quizás el usuario de Twitter más experto de todos los tiempos. Tiene una habilidad sobrenatural para transmitir lo que piensa sin decirlo directamente a través de retuits de memes tóxicos, apodos crueles y cumplidos hacia él mismo y sus logros.
La mayor parte de sus tuits han sido horribles, algunos divertidos, y siempre, a su manera malévola, fascinantes.
Pero el error con el que ha tropezado Trump últimamente, con toda su fuerza esta semana, ha sido ser directo. En lugar de las desagradables fintas e insinuaciones que tan bien le han funcionado en Twitter, volviendo locos a sus detractores, ha abandonado lo implícito por lo explícito, haciendo así declaraciones que son demostrablemente falsas.
En el pasado, podía zafarse de algunos de sus tuits fingiendo que estaba bromeando. Ahora menos, cuando tuitea mentiras como “ELECCIÓN ROBADA. ¡GANAREMOS!”, que son verificablemente falsas.
Está demostrando no solo que el emperador no tiene ropa, sino que se ve bastante mal desnudo.
El problema adicional para él es que muchos usuarios de Twitter, incluso algunos honestos, también son etiquetados por Twitter con líneas de advertencia como “Esta afirmación sobre fraude electoral está en disputa” y “Las fuentes oficiales han declarado esta elección de manera diferente”.
Durante años, Trump ha sido perdonado por su madeja de mentiras y pequeñas agresiones, pero ahora sus tuits están etiquetados una y otra vez. Algunos consideran que las etiquetas son ineficaces, pero están teniendo un efecto acumulativo, revelando que su vomitar ha sido un montón de tonterías.
La pregunta sigue siendo si el efecto de etiquetar los tuits de Trump se filtrará a sus seguidores más vehementes, quienes disfrutan de todo lo que está vendiendo.
Una pista de lo que le espera a Trump es el repentino silencio de QAnon. La aplastante victoria que Trump había prometido no se materializó, y la alardeada afirmación de QAnon de que el “Estado profundo” estaba contra las cuerdas ahora parece inestable.
Por eso no es exagerado imaginar que los acólitos de Trump se cansarán de las payasadas del presidente cuando ya no sean tan divertidas. Trump se parece a una aplicación candente, un video viral, un videojuego popular o una startup genial que de repente puede enfriarse.
También desaparecerá Trump. Continuará furioso hacia una habitación cada vez más vacía hasta que sus peroratas se fundan con el resto del ruido que nos rodea.
Esta es nuestra nueva realidad política. Y da miedo que Trump haya estado tratando de acabar con la democracia mientras intenta vender su último plan. Pero también está claro que es mucho menos capaz de tejer una fantasía digital para atrapar a su audiencia cuando el mundo fáctico se entromete con más fuerza.
Dicho de manera más simple, para Trump, la realidad finalmente muerde y muerde con fuerza.
–Glosado y editado–
© The New York Times
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