(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Juan Carlos Hidalgo

Si la contienda del 2020 fuese un referéndum sobre , el mandatario estadounidense seguramente no sería reelecto. De acuerdo con , su popularidad nunca ha superado el 46% –y actualmente se ubica en un 42,4%, versus 52,7% de opiniones desfavorables–. En este punto de su mandato, es el presidente más impopular desde que se tienen registros, con excepción de Jimmy Carter.

No obstante, si algo debimos aprender del 2016 es que la elección estadounidense no es un referéndum. De haberlo sido, Trump en primera instancia. Por ende, sus chances de reelección dependen en gran medida de quién será su contendiente. Ahí, los demócratas tienen un dilema en sus manos: nominar a un moderado que tenga más probabilidades de derrotar a Trump en la general o escoger a un candidato que refleje el sentir de las bases progresistas.

Esta disyuntiva adquiere relevancia ante el marcado giro a la izquierda que ha experimentado ese partido en los últimos años. Por ejemplo, casi dos tercios de los demócratas manifiestan hoy actitudes positivas hacia el socialismo. –confeso “socialista democrático”– perdió la nominación hace cuatro años y se está desinflando en las encuestas, pero sus propuestas más radicales han sido adoptadas con entusiasmo por la mayoría de los contendientes, incluyendo estrellas ascendentes como las senadoras Kamala Harris y .

Aun así, los sondeos indican que una fuerte mayoría de estadounidenses no votaría por un socialista para la presidencia. Cuando Trump advirtió en su último discurso del Estado de la Unión que “”, estaba enviando un adelanto de lo que será una de sus principales armas retóricas en la campaña. Los demócratas pueden evitar el señalamiento nominando a un centrista como el exvicepresidente Joe Biden, quien encabeza –por ahora– las encuestas. Pero eso arriesga el abstencionismo de los votantes más progresistas en la elección general, como le ocurrió a Hillary Clinton en el 2016.

Trump cuenta con otras cartas a su favor. Así como su popularidad tiene un techo bajo, también tiene un piso alto, de alrededor del 43%. Su base ha mostrado una fidelidad cuasi religiosa. Según , los republicanos manifiestan –por un leve margen– estar más entusiasmados de cara a las elecciones del 2020 que los demócratas. Incluso los votantes conservadores que detestan a Trump le aplauden sus dos nominaciones a la Corte Suprema de Justicia y no pierden de vista que los dos magistrados de mayor edad –los octogenarios Ruth Bader Ginsburg y Stephen Breyer– son del bloque socialdemócrata. En un nuevo período, Trump podría consolidar la configuración conservadora de la corte por una generación o más.

En buena teoría, la economía debería ser la principal carta de presentación de Trump. La expansión económica es la más prolongada en la historia de EE.UU., el y los ingresos de todos los estadounidenses, pero particularmente los de los más pobres, están creciendo a buen ritmo. Sin embargo, Trump no enfatiza mucho este relato. La razón radica en lo que varios estudios han encontrado: su base electoral –la clase blanca trabajadora sin educación universitaria– no votó por él por insatisfacción económica, sino por “ansiedades culturales”. Es decir, lo que los atrajo a Trump fue su discurso ‘nativista’ y antiinmigrante.

Por eso Trump prefiere explotar el tema migratorio, atizando la falsa percepción de que los extranjeros llegan a cometer crímenes y a abusar de la asistencia estatal. Mantener latente estos temores, en momentos en que EE.UU. experimenta una oleada de inmigrantes centroamericanos, es fundamental para su reelección. Y, como advierte el columnista Fareed Zakaria, los demócratas están apuntalándole el caso al abrazar propuestas radicales como abolir la agencia de control migratorio y darles seguro médico gratuito a todos los inmigrantes indocumentados.

Trump podrá ser impopular, pero por estas razones no podemos descartar su reelección en el 2020.